La política es
¿servicio a los demás o servirse a uno mismo? Lo
pregunto con ingenuidad (que no, que no es ingenuidad, que es por decir algo
porque cada día lo tengo tan claro como están de claros los años buenos).
Visto el patio.
Bueno, el patio, no. Los telediarios, periódicos, las opiniones por estos
medios que los llaman ‘redes sociales’ y esas cosas uno alucina en colores.
Menos mal que las redes no son las de pillar peces ni pajarillos, ni esas que,
cuando yo era niño, se ponían las mujeres en el pelo cuando iban camino de la
peluquería…
El tiempo por
aquí tampoco ayuda. Breves, pero intensos. Como el vuelo de la perdiz. Así han
sido los aguaceros que se han sucedido estos días. Ni refrescón siquiera para
el campo. Ni alivio para veneros y pozos, ni por supuesto para que corran
arroyos y cañadas. Pero algo, que diría el conformista, es algo.
El otoño no quiere venirse de una vez, y a
punto de doblar el mes ni se arañan las sementeras ni se vislumbra una besana
seguida de bisbitas picoteando el surco recién abierto. Ahora, cuando redacto estas líneas hay nubes
de paso. La mueve el Levante. ¿Será preludio de otro chaparrón que pasa?
Canarias sufre
y padece inundaciones devastadoras. En Sevilla, también las han tenido ración
bien despachada. Algo más de cuarto y mitad, por supuesto. Hay otra España que
se ahoga, pero de sed. Siempre dos Españas. “A veces, madre -que cantó Ana
Belén- y siempre madrastra”. Es casi imposible prevenirse ante estas
catástrofes.
¿De esto no tendrá la culpa la negativa a
realizar trasvases? El asunto es demasiado serio como para salir con
frivolidades. El otoño despoja del manto verde a los granados y los viste de
oro viejo. Las tardes son dulces, lánguidas, placenteras.
El ‘totum
revolutum’ nacional como decía el Maestro Alcántara no es más que un “desatino’
en la unión de un destino al que no queremos acudir aunque las llamadas sean
nítidas. En fin. Es nuestro sino.
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