jueves, 31 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Encinasola

Encinasola está a pedir de mano de la frontera. El río Múrtiga por medio y, un poquito más, solo un poquito más, y ya es Portugal. Encinasola es la ventana por la que España saca el pañuelo y le dice adiós al sol, cada tarde, cuando se va camino de América. O sea, Encinasola está en su sitio.

Parece que se empina; sobresale en la Dehesa; se asoma y da la bienvenida a los que llegan. Recorta en el azul de su cielo la torre de San Andrés y el caserío blanco y el castillo… Memoria de otros tiempos de rivalidades entre vecinos.

Otros tiempos, también, fueron los culpables. Desencuentros y guerras. Gentes de Encinasola acompañan al ejército de los Reyes Católicos. ¿La Contienda? No, otra contienda, en aquella ocasión, contra  el Reino Nazarí de Granada.

Primavera, 1484. Un grupo de marochos  - ¿por cierto, se llamarían ya marochos las gentes de Encinasola? – dejan en Álora una imagen como la de su madre: la Virgen de Flores. Más de quinientos años. Desde entonces – con lo que corre el tiempo – Ella, allí y aquí.

“A orillas de la Ribera….” Cantaba Jarcha; “Álora, la barrancosa / la del convento de Flores…” proclama ‘otro’ fandango. Folclore y amor a la Virgen de la mano; amor de hijos que llaman, a pesar de la distancia, con el mismo nombre a la Madre común.

Encinasola celebra sus fiestas. Un grupo de perotes, desde ya mismo, vamos desde dentro de un rato, antes que el sol trasponga por el Monte Redondo, mezclarán el acento maracho de la ‘elle’ con esa otra manera de hablar de los perotes.


Y en la calle, en la  orilla… sellarán, una vez más, antes que centelleen las estrellas en lo alto, el amor de hermanos. Serán unos días de convivencia y de confraternización y, Encinasola, una vez más abrirá los brazos a los hijos - ¿se fueron alguna vez?- que retornan a la llamada de la Madre…

miércoles, 30 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mochuelos

Según contaba Juanito Rivas los mochuelos se reunían todas las noches. El mochuelo jefe que era el mochuelo más viejo repartía las faenas. Los mochuelos eran aplicados, serios y muy obedientes. Los mochuelos siempre se esmeraban en hacer lo mejor que sabían todas sus labores.

Todos los mochuelos tenían los ojos redondos. Muy redondos. Cuando prestaban atención entonces los ojos se abrían más de la cuenta  y parecían que eran más grandes. Todas las noches los mochuelos llegaban a su asamblea, perfectamente maqueados, las plumas limpias y las garras de las patas afiladas.

El pueblo se hacía grande por días. En La Molina el alcalde – bueno, un alcalde – había hecho un polígono industrial. Allí había muchos camiones durante el día. Cargaban mercancías que llevaban a unos lugares lejanos. ¿Habría en los sitios a dónde iban los camiones mochuelos y celebrarían asambleas al atardecer?

Unos hombres muy importantes que vivían en un pueblo muy grande, muy grande y que estaba muy lejos habían decidido construir una vía nueva. Por allí pasaban unos trenes muy rápidos. Iban tan rápidos que los mochuelos sentían miedo de acercarse a sus catenarias; nunca se posaban en ella.

Aquel año como había llovido muy poco los trigos estaban muy endebles. Los topos casi no tenían comida. Nohabía ratillas en el arroyo, ni gazapillos, ni lebratos,  ni otros bichejos que eran la base de la alimentación de los mochuelos.

El mochuelo jefe comenzó a repartir las faenas como todas las noches. Y, así fue repartiendo tareas: “Tú, le dijo a uno, te vas como para la parte del Baece; luego, te pasas por el Hoyo del Olivo y cuando apunte el día que te coja ya en La Miguela”. “Tu, le mandó a otro, te subes por la cañada del Vado del Álamo, te das un vuelta por El Chopo y remata en Virote…”

Los Lagares, los Lantiscares, las Lomas, el arroyo de Valsequillo, la Haza Llana…por la parte del río allá; por la del río acá, asignó tareas como para la parte del Sabinal, la Dehesa de Flores, los Aneales…

Uno, un mochuelo nuevecillo y despistado – lo contaba Juanito Rivas – miraba y miraba. El mochuelo viejo vio el percal que tenía frente a sí y sin pensarlo dos veces:

-“Tú, al algarrobo del Cebollino…”

martes, 29 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora

Con las primeras luces del día…, bueno, con las primeras, no. El sol ya estaba alto. Hacía un rato que había subido por el horizonte. Abajo, quedaban Los Lagares con almendros salpicados, olivos apuntando trama y algunos algarrobos que había sobrevivido a los años de sequía y a otros donde el agua había corrido más de la cuenta.

El río seguía su curso. El río abre la roca caliza de la Sierra del Valle y luego serpentea. Riza ese rizo que los que saben de geografía llaman meandros y busca el mar entre las huertas frondosas, verdes, salpicadas de casas blancas  como echadas a voleo.

Los niños enfilaron la carretera de Flores. Conforme se pasa por la Fuente de la Manía por la carretera que va por la izquierda. Hay dos más, una baja a la Estación; la otra, lleva como para la parte de El Chorro, por Los Llanos, Las Mellizas, Caracuel, Bermejo, Bombichar…

En la curva de Leonor dejan atrás, la última vista del pueblo. La carretera arranca en cuesta. A un lado, la bodega que hicieron los hijos de Pepe Pérez en lo que era el almacén donde su padre ‘tomaba’ aceitunas; al otro, el crecimiento de edificios nuevos y feos como ahora crecen los pueblos.

El Quebraero sigue en su sitio. El Quebraero está escondido, debajo del árbol grande y entre malezas de zarza y carrizos. En la Fuente de la Higuera se refrescaron. Pasan el caserío; suben por el carril terrizo que bordea El Hacho.

Las vistas, espléndidas. Se abre el paisaje. Pasaron cerca de la encina dulce. Coronaron el puerto. Ya arriba, aire puro, sol y cansancio. Procesionarias del pino; olor a romero, a matagallos, a cantueso, a campo que despierta a  primavera.

Como una cuerda, o sea, estirados llegaron a la cruz. Armaron los artilugios y dieron comienzo a la faena: pintar la cruz. Casi lo consiguen. ¿La culpa? La caña era corta, solo un pelín corta…


Retorno. En la Fuente de la Higuera – bueno en la fuente, no; en el  restaurante, junto a la fuente, reponen fuerzas -. Solo hay un pequeño salto. Entre los niños de entonces  - revoltijo de recuerdos en esta mañana entoldada - y los de hoy, únicamente, han pasado cincuenta años, año más o año menos….

lunes, 28 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cernuda

Me embullo en la poesía de Cernuda: Donde habite el olvido. Estoy con Luis. Voy contra la realidad, y al mismo tiempo siento la necesidad de su atracción. Fuerzas contrapuestas. Me empujan o me atraen y yo, inexorablemente, en medio. Quiero permanecer en un espacio etéreo donde penas y dichas no sean más que nombres. Y no lo consigo.

A veces me faltan pilares a los que asirme, veo que, a pesar de la gente conocida, de la apariencia de haber conseguido muchas cosas, son sólo eso, cosas y, en el fondo estoy solo. Siento la sensación de ser un hombre isla entre otras islas que al igual que yo se debaten entre un oleaje que azota desde todas partes.

Desde el cielo gris de Bruselas vienen noticias. Muchas noticias. Se pisan unas a otras. Todo es desorientación. Acusaciones. Pretenden averiguar quién lo hizo peor para descargar la carga propia. ¡Como si eso tuviese algún arreglo!

Aquí más cerca siento el dolor que atenaza a mis amigos. Algunos, lo están pasando mal. Muy mal. Hace unos días - a raíz de los de Bruselas - hablábamos. Llegábamos a un lugar sin retorno: el hombre lleva cientos de años sobre esta tierra y no ha logrado dominar el hambre, la guerra y morir sin dolor.

La realidad es tozuda. La que nos envuelve, más. Siento un no sé qué cuando se repite una letanía con los mismos cantos. Es esa salmodia monocorde que nos quiere salvar de no se sabe que tragedia y darnos la tierra prometida. “!Ay, silloncito de mis entretelas!”

Se ha venido la luz a pedir de mano. Es la luz de la primavera que estrena ropa nueva. Están espigados los trigos; hay un leve aleteo de mariposas blancas en las flores de los membrillos del borde de la alberca. Cada mañana una sinfonía de  mirlos y pajarillos saludan al amanecer.


Pueden decirme que escondo la cabeza bajo el ala. No están descaminados. Si no les importa me quedo con el campo y con Zipi y Zape; con Anacleto; y con Carpanta… Nos hacían reír de verdad. ¿Estos? Estos nos hacen esbozar una mueca de… pena.

domingo, 27 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La calle

Cae la tarde. Paseo por la ciudad. He bajado, hacia el mar, por calle Larios; giro por Sancha de Lara  - ha quedado muy bien el arreglo peatonal del entorno de la catedral -. Se encienden las primeras luces; se pierden las gaviotas en vuelos acompasados con un leve aleteo de alas puntiagudas por ese pedazo de cielo que se ve desde la calle.

Hay gente. Hay mucha gente. Va y viene. Pasean. Yo, también. Por Molina Lario llego hasta la Plaza del Siglo. Sobran bares de diseño. Me viene a la mente: “Málaga ciudad bravía, con más de cien tabernas y una sola librería”. La gente bebe. Han invadido la calle. El suelo está ahíto de cera.

Una pareja joven está sentada en un escalón. Obviamente, turistas. Están de visita. Él tiene, entre sus manos, una guía con pastas azules de la ciudad. Un dedo, casi en la mediación, sirve de separador de la página donde está lo que buscan. Tienen cara de cansados. Reposan la espalda sobre una puerta de madera. Una de las pocas puertas de madera artística que perviven en la zona.

Callejeo. Me adentro por la calle que Málaga dedicó a Denis Belgrano. Hay balcones con geranios florecidos. El pintor costumbrista seguidor de Fortuny estaría orgulloso de tanto colorido. Una lápida de mármol blanco dice dónde tuvo su estudio.

Sigo camino por calle Granada. A la derecha se abre la calle San José.  Es estrecha. Casi se tocan las fachadas. Busco, por la Plaza de la Judería, Alcazabilla. No está encendida la iluminación de la Alcazaba. Málaga no ha agradecido bastante a don Juan Temboury la labor de recuperación del monumento.

Me abro paso entre la invasión de mesas que ha hecho de la calle - a ambos lados - esa bodega de moda ahora en Málaga. Una señora le indica a otras dos compañeras que también pasean con ella, dónde ‘vive’ Antonio Banderas.


Por un momento tengo la tentación de preguntarles si saben que es lo que tiene a sus espaldas. Desisto. Ibn Gabirol sigue en su sitio; la higuera, recalzada con piedras, en el Postigo de San Agustín está llena de rebrotes tiernos…

sábado, 26 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gorriones.

Son pequeños, diminutos; confiados. Juegan en los parques, en los jardines, en las aceras de la calle…Son pájaros urbanos. Viven cerca del hombre y, cuando un lugar queda deshabitado, ellos se van. No quieren la soledad.

No tienen un canto especial; no destacan por su pluma; su tamaño está acorde con la cuerda de pajarillos comunes que viven en toda Europa. Su procedencia…, de Asia; luego, se ha adaptado al mundo entero. Dicen que a donde únicamente no han llegado es a la Antártida. Y digo, yo ¡con el frío que tiene que hacer allí¡ ¿qué se les va a perder en un sitio tan lejano?

En los acertijos populares tenían sitio propio. Verán. “¿Qué pájaro nace en España, vive en España, come en España, muere en España y no anda en España?” Y el hombre mayor que agobiaba con su sabiduría casera al niño y disfrutaba con su cara de asombro, contestaba: el gorrión, porque no anda, camina dando saltitos.

Anidan en las oquedades de los edificios, en los aleros de los tejados, en los huecos de los bajantes de agua, en las paredes de los campanarios. No anidan en los árboles. Sus nidos los hacen con mucha broza, pajotes y yerbas secas, restos de papeles, palitroques pequeños…

Monógamos y prolíficos. Sacan cuatro camadas en una primavera. Comen de casi todo y en los trigos espigados  se  pirran bamboleándose en las espigas a punto de granar. Suelen desplazarse en bandas y llegan a comer muy cerca del hombre pero desconfían de hacerlo en la mano.

Leo en El País que en algunos lugares de Europa su merma ha sido enorme. Los pesticidas, el abandono de las ciudades y pueblos por el hombre ha hecho que su población merme de manera considerable.


Joan Manuel Serrat lo vio como un pajarillo errante que bebía el agua de los estanques, que volaba de balcón en balcón… realmente, en verdad, la canción no iba dirigida al pajarillo diminuto y pequeño, marrón pero…

jueves, 24 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Jueves Santo.

Dice la actualidad que la Iglesia Católica celebra, hoy,  el Día del Amor Fraterno, o el día de la Institución de la Eucaristía. Dice la realidad que de Bruselas la onda expansiva del horror sembrado hace un par de días trae mucho dolor. Demasiado. Mucha incomprensión y algo que flota y que nadie sabe cómo atajarlo: poner remedio a la barbarie.

En muchos templos católicos se cantará eso tan bello, de “Ubi caritas et amor Deus ibi est” O, lo que dice la traducción, “donde hay caridad y amor, allí está Dios”. Me temo que a Dios lo tenemos loco buscando ese pequeño resquicio para asentarse, y proclamar que es verdad, que allí está Él.

El mundo, bueno; el mundo, no,  un parte del mundo está enfrascado en un fanatismo sin atisbos de arreglo. Parece que se ha extendido una norma en el “contra alguien, todo vale”. Dice el aforismo popular: “a vivir que son tres días y, dos, lloviendo”. Me temo que el barro no va a dejar de disfrutar el que queda libre.

Las calles de muchas ciudades y pueblos (por cierto, los pueblos pequeños son tan dignos y merecedores de reconocimiento de sus cosas como los grandes) se han llenado estos días de Cristos y Vírgenes. Y músicos tocando marchas preciosas para acompasar el paso y gente agolpada en las aceras que contemplan y admiran y…

Hay otros Cristos crucificados en pateras, en huidas en busca de otras tierras, bajo bombas y metrallas, bajo la intolerancia… Huyen del hambre y buscan su pan.  Otros, tirados en las aceras y en los bancos de los parques. ¡Qué sé yo!


Jueves Santo. Día del amor fraterno. Día donde deberíamos hacer un esfuerzo para que a partir de mañana. ¡Qué digo, mañana, desde hoy mismo todo fuese un poco mejor, solo un poquito…! Porque donde hay amor y caridad allí va a estar Dios, el Dios  único,  y de todos; el Dios que nos hizo a imagen y semejanza suya, aunque cueste mucho creerlo.

miércoles, 23 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Los niños del pueblo.

Los niños del pueblo carecíamos de casi todo. Los niños de la ciudad, también. A nosotros  nos parecían unos niños privilegiados porque tenían unas Navidades con muchas casetas en la Plaza de La Constitución  que, entonces no se llamaba así,  pero que nadie la nombraba por José Antonio que era como le había puesto.

En Semana Santa, en la ciudad, salían muchas procesiones y cuando llegaba el verano, por agosto, había una feria muy importante. Los mayores la llamaban “los festejos” y, además tenían el mar, y los barcos en el puerto, y unos pájaros grandes,  gaviotas.

Los niños del pueblo cuando llegaba la Navidad. Bueno, antes muchos antes, montábamos un Nacimiento. Íbamos por pitas al Quebraero, por musgo a la jerriza, por gandinga al túnel de la estación y por tomillo y romero al Hachuelo.

Cuando entraba la Cuaresma, desde El Pecho de la Torres, en esas tardes que apuntaban a primavera, las trompetas del ‘Corucho’ y del ‘Perdío’ convocaban a un ‘aquelarre’ de los sentidos.

 Esas llamadas de chirimía anunciaban que en casa de María – allí, cabíamos todos los niños del pueblo; en otras, no – teníamos ya la túnica y María dándole a la aguja para que ningún niño se quedase sin su ropa de nazareno.

Los niños éramos ‘bipartisdistas’ – como ahora, pero con más sentido común – y todos éramos o de Jesús o de Dolores. O de túnicas moradas y cíngulos dorados; o de túnica negra y cíngulo blanco. El cirio…No sé hasta dónde aguantaba el cirio en la procesión.

Jueves Santo. De los niños de ayer…  ¡ay, los niños de ayer! Algunos nos veremos y nos daremos un abrazo. En éste faltará Rogelio que anda pachucho; sí vendrán Ignacio Mariscal, y el Pillo Lobato, y Juanito Vázquez, y Juanillo Mérida y…


 ¿Otros? Otros estarán asomados a las ventanas del cielo y con esa visión privilegiada que dan esos balcones nos mandarán mensajes cuando la luna de Nisan alumbre al Nazareno que viene por el Albaicín nuestro, o sea por el Barranco, al encuentro con su pueblo y luego, Ella por la puerta grande que se queda pequeña y…

martes, 22 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Demencial

Ya se habían recogido las palomas de Picasso en las palmeras del parque;  las gaviotas en los roquedos de la Cala del Moral. Ya habían buscado cobijo las golondrinas en los aleros de la torre de la catedral. Ya había sonado, lejos, muy lejos, en la Bahía el último toque de sirena del ‘melillero’ que se despedía del rebufo de olas en la playa.

De la mar cercana subía la brisa. Y, de pronto, la brisa se heló. Por las comisuras de los labios del viento corrió un hilo salado y caliente como siempre corre la sangre cuando por dentro van el dolor que sembró el odio.

Era… el final de un partido de fútbol. Navajas en la oscuridad de la noche. Puñaladas certeras. A esa parte del cuerpo donde dicen que nace el amor, es decir al corazón. El destino, ¡miren por dónde! quiere que la cuchilla afilada y limpia se quede a un centímetro. Qué grande es un centímetro algunas veces.

Ustedes ya tendrán información. Un partido tan trascendente, con tanto en juego, tan fuera de lo común como un ascenso en la Tercera….andaluza. ¡Ya te jode! Y, encima el ganador, con la cobardía propia de la gente de esa calaña, en equipo con otros, ataca al adversario de esa manera.

Entre los agredidos está su segundo entrenador que intentó mediar en la reyerta. Vamos. Esto no tiene nombre.  La Policía los busca. Uno se ha entregado al medios día; dice la radio que tiene veinte años; el otro está huido. Valiente, él ha puesto tierra de por medio y andará regodeándose en la hazaña si no es que está corroído por dentro cuando piense - ¿esta gente pensará? – lo que han hecho.


Cuando escribo estas líneas vienen noticias de los atentados de Bruselas. Demencial. El diccionario se queda sin palabras. Está claro que hemos perdido el norte. Bueno, los otros puntos cardinales, también. Algo, o muchos ‘algo’ estamos haciendo mal, demasiado mal para recoger esta cosecha. Demencial.

lunes, 21 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Chaparrón

Fue un Domingo de Ramos muy propio de primavera. Lo recibió como el torero cuando se abre la puerta de los sustos, a dos manos,  y con un  compás en lances primorosos; luego, lo que había enfrente era un cinco yerbas y con esos…

 En lo climatológico fue un día lluvioso y revuelto.  Florecillas en el campo y niñas estrenando. Tambores y pasacalles camino de las procesiones. En lo del devenir de cada día fueron otros lópeces.

Fue un día raro. Chaparrones a ratos, nubes que pasaban de largo, cielos celestes y azules entre claros y el agua fría que obligaba a los cofrades a tomar decisiones sobre la marcha y a dar la vuelta camino del templo o de la casa de hermandad donde arreglan los tronos.

Chaparrón fuerte el que se han llevado las familias de los jóvenes de Erasmus cuando les hayan comunicado la noticia. Era al amanecer. Volvían de la Fallas. Fiestas y alegría. Hay que pasarlo lo mejor posible porque total para unos meses que vamos  a estar el país… Y la muerte que acecha en la carretera. ¡Puñetera carretera!

Otro chaparrón – éste iba ‘mojado’ de mal tiempo se ha llevado por delante otro puñado de víctimas. El avión un Boeng,  de la compañía Fly Dubai. Quería tomar tierra en Rostov del Don, cerca del mar de Azov.  Lo intentaba por segunda vez. Dos horas dando vueltas o sea, enredando los últimos cabos del ovillo llamado vida. Niebla, lluvia intensa, viento huracanado…

El chaparrón de Alonso tampoco se ha quedado corto. El McLaren chocó con un compañero; luego, contra un muro. Tres vueltas de campana y todo a la módica velocidad de trescientos kilómetros por hora. El piloto, dice el periódico que solo salió cojeando…


Recién estrenada la estación y con las puertas del la Semana Santa abiertas de par en par ha habido llanto en algunos cofrades; otro llanto ha invadido a los ocupantes de las pateras que venían de Libia a Italia, o en los refugiados  retornados de Grecia a Turquía. ¿Hay que esperar al Viernes Santo para que lo crucifiquen?

domingo, 20 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ya está aquí

Dicen que ha llegado de  madrugada. Todavía no había aparecido el lubricán de la mañana. Andaban de recogida las estrellas más rezagueras y ella ha tomado posesión de lo que es suyo. El sol no entiende y dice que ya ha cruzado su equinoccio… y, esas cosas.

Lleva el campo unos días un tanto despistadillo. Se han vestido antes de temporada los almendros; los ciruelos, perales y manzanos eran una sinfonía de mariposas blancas posadas en sus ramas. Los membrillos, ¡ay, madre, cómo estaban los membrillos del borde de la alberca…!

No ha llovido a lo largo del invierno. No ha llovido ni mucho ni poco. Simplemente no ha llovido. Se han espigado antes de tiempo los trigos y las cebadas en Virote y en la lomas de El Chopo. El campo ha tomado un color que no es el suyo. Vamos el color que debería tener y se ha echado un mantocillo pajizo.

Los que saben pronostican unos días duros para las personas alérgicas. Ya saben, que si el polen de las gramíneas, el no sé qué de los plátanos orientales; las acacias han llenado sus varetas desnudas de hojas nuevas y la trama de los olivos lucha por salir, a pesar, de tener tan en contra el tiempo.

Entran unos días de nubes de tormentas, de aires revueltos en las sierras, de florecillas en los bordes de los caminos y margaritas y amapolas entre los trigos y pájaros en las riberas del río. Entra un tiempo en el que dicen que solo es placentero en la mente de los poetas.


Echo mano San Juan de Cruz y vamos a saber, un año más, que por aquí  “mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura / y yéndolos mirando con solo su figura / vestidos los dejó de su hermosura…”  y a Bécquer que nos sigue diciendo que “mientras haya en el mundo primavera, ¡habrá poesía!

sábado, 19 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Rosales

Llaman a la primavera con gritos y desde lejos. Lo piden; lo desean; lo proclaman a los cuatro vientos. (Por cierto vaya temporadilla de vientos racheados y continuos que  hemos llevado). Los rosales están llenos de brotes tiernos; son brotes nuevos.

Dicen que a Rilke lo manó la espina infestada de un rosal. Rilke amaba Ronda, el Tajo, y la belleza de la Serranía recortada en el horizonte de su cielo casi siempre azul…y, las rosas. Rilke tuvo una ósmosis con Ronda como la tuvo Orson Wells o Antonio Ordóñez.

“Te veo, rosa, libro entreabierto, que contiene tantas páginas…” Rainer María Rilke era un hombre pobre y solitario. Los que estudiaron su obra afirman que en su vida reinaron dos amores: la mujer y la rosa. ¿Cuál fue la imperante?

Hay rosas rojas, amarillas, blancas, púrpuras, anaranjadas; hay rosas de pasión y pureza; hay rosas aterciopeladas y rosas de sutil delicadeza como el amor que empieza al caer la tarde en cualquier esquina porque el amor tiene cosas así.

Los que saben les atribuyen mensajes unidos a sus colores: la rosa roja es pasión, excitación; la blanca pureza e inocencia, limpieza de mente, felicidad que va a perdurar en el tiempo; lilas, seducción, deseo; amarillas, satisfacción y alegría; la naranja éxito  y prosperidad; azules, armonía, afecto…

Hay otras rosas. Tienen otro color, el color de eso que conocemos por vida. La mano del que lo puede todo hoy, con la luz de mañana,  decidió  trasplantar  una - se llama Encarni -  a la rosaleda única, de su cielo. Era sonrisa, era vida y alegría…

Los rosales se han vestido de brotes nuevos. Ya apunta a primavera. Los arriates de los parques muestran cómo aflora la vida que llevan dentro. Han pasado el invierno, sufrieron la poda y las hojas tiernas anuncian que dentro de unos días serán todo belleza.


Pedro – Pedro J. Macías – ha captado algo de esto que les digo. Es un tronco retorcido; está plagado de espinas; sus hojas nueva anuncian la eclosión de la vida que llevan corriendo a manera de savia por sus adentros. 

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Rosales

Llaman a la primavera con gritos y desde lejos. Lo piden; lo desean; lo proclaman a los cuatro vientos. (Por cierto vaya temporadilla de vientos racheados y continuos que  hemos llevado). Los rosales están llenos de brotes tiernos; son brotes nuevos.

Dicen que a Rilke lo manó la espina infestada de un rosal. Rilke amaba Ronda, el Tajo, y la belleza de la Serranía recortada en el horizonte de su cielo casi siempre azul…y, las rosas. Rilke tuvo una ósmosis con Ronda como la tuvo Orson Wells o Antonio Ordóñez.

“Te veo, rosa, libro entreabierto, que contiene tantas páginas…” Rainer María Rilke era un hombre pobre y solitario. Los que estudiaron su obra afirman que en su vida reinaron dos amores: la mujer y la rosa. ¿Cuál fue la imperante?

Hay rosas rojas, amarillas, blancas, púrpuras, anaranjadas; hay rosas de pasión y pureza; hay rosas aterciopeladas y rosas de sutil delicadeza como el amor que empieza al caer la tarde en cualquier esquina porque el amor tiene cosas así.

Los que saben les atribuyen mensajes unidos a sus colores: la rosa roja es pasión, excitación; la blanca pureza e inocencia, limpieza de mente, felicidad que va a perdurar en el tiempo; lilas, seducción, deseo; amarillas, satisfacción y alegría; la naranja éxito  y prosperidad; azules, armonía, afecto…

Hay otras rosas. Tienen otro color, el color de eso que conocemos por vida. La mano del que lo puede todo hoy, con la luz de mañana,  decidió  trasplantar  una - se llama Encarni -  a la rosaleda única, de su cielo. Era sonrisa, era vida y alegría…

Los rosales se han vestido de brotes nuevos. Ya apunta a primavera. Los arriates de los parques muestran cómo aflora la vida que llevan dentro. Han pasado el invierno, sufrieron la poda y las hojas tiernas anuncian que dentro de unos días serán todo belleza.


Pedro – Pedro J. Macías – ha captado algo de esto que les digo. Es un tronco retorcido; está plagado de espinas; sus hojas nueva anuncian la eclosión de la vida que llevan corriendo a manera de savia por sus adentros. 

viernes, 18 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Angelus

El aire de abajo ha traído el sonido de las campanas. El aire de abajo traía muchas cosas buenas: el silbido del tren – cuando los trenes silbaban por la Cuesta del Río – el anuncio del hombre que vendía los helados y los pregonaba para deleite de los niños, la llamada del hombre del pescado…

El aire de abajo traía, también, el agua del Estrecho. Las borrascas entraban por el Golfo de Cádiz. Cruzaban y dejaban un manto de bendición sobre los campos. Eran vientos húmedos, ábregos; traían nubes negras, plomizas…

Esta mañana el aire de abajo ha sido el soporte para que el sonido de las campanas llegase más lejos. El tañido vino de pronto. Fue un saludo de sopetón. Preciso y precioso; oportuno; fue un recuerdo de otro tiempo.

Ya no se reza el Angelus. Ya no tocan las campanas que llamaban con tres toques a misa de alba, y al rosario y  a vísperas, a tercia; no tocan a fuego, ni a agoni, ni a muerto.

Las campanas ahora están conectadas con un mecanismo eléctrico. Dan las horas del día. Hacen competencia a la campana seca del reloj del ayuntamiento. Cada uno, antiguamente,  tenía su ministerio; el del municipio, muy cumplido él, daba los cuartos, las medias, los tres cuartos; las horas enteras y, hubo en tiempo en que ¡hasta las repetía!

Las campanas de la iglesia tienen un mensaje especial. Es un sonido largo, dulce, profundo; es un mensaje con encantamiento. Invitan a recogimiento. Su sonido cruza el campo y llega y me saluda y siento un no sé qué por dentro.

Hay un revoloteo de pájaros en la alameda del río. Con el cambio de tiempo ya andan muchos pajarillos ocupados en sus menesteres. Los pájaros están hechos a las campanas; no siente miedo. Los pájaros temen a otros ruidos sordo, opacos que llevan la muerte dentro…


Cacareo de gallinas en el gallinero. A esta hora cuando había gañanes en el campo desuncían la yunta. Un ejército de pipitas picoteaba los bichillos en el surco abierto. Ahora, como entonces, llega de lejos un toque de campanas. Es la hora en que dice que: “El ángel del Señor anunció…”

jueves, 17 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La mañana

La mañana se ha vestido de luz y rocío. La mañana abrió con un cielo azul limpio, puro, como si fuese un cielo de cristal que puede romperse con que solo le dé el aire. Los pájaros están en sus cosas. Ya rebrotan los granados del camino. Tienen hojas nuevas los ciruelos.

Ha pasado un cabrero lleva un hato de cabras: negras, coloradas, floridas; una cabra con lunares blancos sobre el cuerpo negro; otra, el pelo cano. Lleva en la piara varias cabras mochas y unas chivas preciosas, rubias de pelo liso y brillante.

Una banda de verderones juega a desayunarse entre la yerba. Algunos ya vuelan en pareja; otros, todavía, andan con esos juegos de enamorados que saben cercana la primavera. Cuando yo he llegado los pajarillos levantaron, asustados, el vuelo.

Se ronronean los gatos. Buscan algo de comida, algo de compañía o a lo mejor se acercan para dejar constancia de su presencia. Tito Livio es de color gris perla; Agripina, de pelo negro. Tito Livio tiene los ojos de ámbar cuajado; Agripina es más arisca. Le gusta andar por el caballete del corral.

Las palomas salieron temprano por los tres orificios del palomar. Primero un vuelo largo; luego, volvieron al alero del tejado. Toman el sol sobre un murete de tejas que parte el tejado a dos aguas. Dentro de un rato se irán a los cerros de enfrente. Las palomas se buscan la vida en el campo y picotean aquí y allí.

El cuello se les vuelve tornasolado con los rayos de sol. Brilla de una manera especial. Las palomas, en tiempo de  calor, sestean bajo las arcadas del puente. Es un espectáculo verlas cómo bajan en barrena y deciden su sitio para gozar de las corrientes de aire que soplan por el arroyo.

Avanza la mañana; suben las claridades. Se filtra el sol por entre las ramas de los árboles. Por el camino pasan dos perros. ¿A dónde irán esos perros? Son perros sin dueños, perros perdidos, perros abandonados por corazones sin sangre.


Llega el panadero; toca insistente el claxon de la furgoneta. Acuden las vecinas; es una mañana cualquiera.

miércoles, 16 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Barranco

Preciosa foto; hermoso mensaje. Luz y color. Belleza y arte de la mano; sentimientos a flor de piel: añoranzas; vida que espera otra vida. Felipe - Felipe Aranda - lo ve desde la lejanía. Lo capta y lo acerca a pedir de mano y lo pone tan próximo, tan al alcance que a uno le brota solos, los deseos.

Y, ¿tú te imaginas, amigo Felipe, cuando este barrio esté recuperado plenamente, con sus casas blancas, flores en las fachadas, limpieza en las calles, negocios  - pequeños negocios - donde las personas puedan vivir de sus trabajos?

Y, ¿tú te imaginas que otras gentes, como tú lo haces ahora, se lleven en sus cámaras tanta belleza y, luego, en sitios muy lejanos, quizá una tarde de viento detrás de las ventanas,  recuerden que un día estuvieron por un albaicín, pequeño y recoleto y blanco, junto a un castillo con mucha historia en sus muros?

El Barranco se chorrea como un reguero de leche escapado de la Vía Láctea. Está al pie del castillo de Las Torres. Allí nació lo que luego, andando el tiempo, sería el pueblo. De allí, creció. Y formó parte de un pasado duro, a veces, en demasía. El pan de cada día estuvo difícil, muy difícil.

Sus calles son estrechas. Empinadas, como lo pide el nombre. Entre sus paredes, de lado a lado, según qué horas, juegan las sombras o reverbera la cal en las horas tórridas del verano.

Por una de sus laderas se abre el precipicio. Abajo, el arroyo Hondo. Los papeles viejos  dicen que ahí hubo ¡hasta tres! alfares ibéricos y la gente llevó su cerámica a las orillas del río que no se ve pero que se sabe, un poco más allá, cercano.


Yo sueño que algún día ese barrio volverá a ser lo que fue en otro tiempo, uno de los lugares más bellos y hermosos de Álora. Del esfuerzo de todos depende. Para los sueños nunca hay límites

martes, 15 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El vecino de enfrente

Su padre - de la madre se sabe poco - era natural del Valle del Pas en Cantabria. Pasó por Valladolid; recaló en la recién creada – otra vez – Corte. Dicen que vino buscando fortuna, o sea, “a por atún y a ver al Duque”. En Madrid rehace su vida; en Madrid nace Lope.

Lope de Vega y Carpio es el más prolífico de los autores españoles. Su obra llena el Siglo de Oro; su talento, la gloria de la Literatura española. Escribió mucho, tanto que hay quien pone en duda que todo fuese producción ‘propia’: teatro, poesía, novela.

Tiene relación con los otros escritores de su tiempo. Con algunos, buena; con otros, regular; con quien la tuvo malísima y con quien la enmendó al final. Amigo de Quevedo – comparten ser Esclavos del Santísimo Sacramento en el Oratorio de Caballero de Gracia, en la calle del Olivar – enemigo, irreconciliable, de Góngora y ‘arreglo’ al final con Cervantes.

Su vida azarosa. Tocó el amor; supo de lo agridulce de todo lo que conlleva: infelicidades, raptos, destierros, dolor y algo de felicidad, muy poco. Ve morir o sufrir a quienes más quería o ve como la vida que le daba tanto le privaba de otras cosas.

Las mujeres eran un imán para Lope. Su pasión difícilmente podía refrenarla. Se le reconocen quince hijos de diferentes madres: María de Aragón, Isabel de Urbina - en la iglesia de San Ginés, en la calle del Arenal, están las actas de su boda - , Juana de Guardo, Micaela de Luján, Marta Nevares…

Como hombre propio de su época intenta un ‘arreglo’ al final y quiere enderezar su vida. Lo busca en la religión. Se ordena sacerdote en el Carmen Descalzo, canta la primera misa en San José… Pero Lope tiene una fuerza interior que supera todo fervor religioso. Es su amor hacia la mujer. Lope era un genio en las letras; un hombre, en su más genuina esencia, en su comportamiento.


Vive en la misma calle que Cervantes. Le sobrevive un puñado de años. Muere en agosto de 1635. Lo entierran en la iglesia de San Sebastián, cercana a su casa, en la calle de Atocha. Como es propio de España sus huesos hoy están perdidos…

lunes, 14 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora.

Sucio, muy sucio. Un abrigo recogido de algún contenedor de basura, zapatos viejos y raidos; harapiento; los pantalones caídos; la camisa algún día fue de color. Hoy no se sabe cuál. Tenía una barba crecida desde hace mucho tiempo.

La tarde estaba soleada. No había brisa. Las ramas de los árboles, desnudas, dejaban ver que ya va pasando el invierno. Algunos brotes están a punto de reventar. Una pareja de palomas torcaces, paradas en las ramas más altas; un mirlo, confiado; gorriones…

Los niños jugaban en el recinto cerrado. Columpios, unos artilugios por los que trepan y dejan claro que el hombre no desciende del mono; no. Desciende del árbol, o de todo lo que está un poco más alto que el nivel del suelo.

Llegó solo. Se acercó a uno de esos artilugios que coloca el ayuntamiento a modo de fuente. Pulsó el botón; bebió del chorro de agua clara. No habló con nadie; no le habló nadie. Era un fantasma. Cruzó entre el gentío. No quisimos verlo. Un suave alivio brotó cuando el hombre se alejo; luego, se perdió detrás de los árboles.

No tienen sitio en nuestra sociedad. Tampoco lo tienen los que huyen del horror. Europa - los recibien a palos en algunas fronteras - acaba de ‘venderlos’ por ‘otras’ treinta monedas. En Alemania, ayer mismo, ganaban los xenófobos en dos Landers…

Leo, cuando vuelvo, que la tarde del domingo fue un clamor pletórico de traslados de imágenes. Se vacían los templos. Cristos y Vírgenes se llevan a los tronos donde dentro de unos días se procesionarán por las calles.

Ahora, cuando escribo es noche cerrada. Me resuena aquello de porque “tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; estuve desnudo y me cubristeis; enfermo y….” Y todo eso que sabemos, más o menos bien.


Les decía. Hace rato que llegó la noche. El parque - el parque de la Quinta de los Molinos - ahora está sumido en la oscuridad. ¿Dónde va a dormir ese hombre esta noche? Madrid sigue inmerso en el ruido que no cesa en las grandes ciudades. Hay otros ruidos que van por dentro… Ustedes perdonen.

domingo, 13 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pintores callejeros

Hace una mañana de sol que invita a pasear. Varios pintores callejeros han montado el caballete en la calle. Tienen pintas de bohemios y llevan al lienzo el paisaje urbano; los árboles del paseo; un coche y otro coche o inventan una tarde de lluvia.

Estos pintores, también, muestran su arte en el retrato. Posa, sentada en una silla de plástico, una señora rubia, de mediana edad, de tez blanca. La señora tiene perdida la vista en el cielo que está detrás de las copas de los árboles pelados de hojas todavía por el invierno.

Paseo. No llevo prisa. Me paro; discretamente, observo. Tienen - los hay de todo, claro -  un cierto dominio de la técnica. Los pintores callejeros han optado por una manera de ganarse la vida. Nadie, en ningún foro de importancia, pide una rebaja de iva para ellos…

Junto al pintor, por el suelo, unos sobre otros, hay más cuadros. No sé si toda la obra que hay junto a él es propia. Son otros retratos. El pintor los tiene como reclamo para quienes, llevados por su ego, quieran que los deje sobre el lienzo. Cuando pase mucho tiempo recordarán que un día fueron jóvenes y visitaron Madrid.

Hay varios pintores. Ocupan su espacio. No se interfieren. Un poco más arriba en la plaza de Cánovas, Neptuno ve pasar a la gente. El dios blande en su mano un tridente. Por la Carrera de San Jerónimo se llega al Palacio de las Cortes. Hay vigilancia policial. Los hombres visten de un azul intenso; se cubren el rostro; se protegen; otros llevan la cara al descubierto.


El pintor mira una y otra vez a la modelo; luego, impregna el pincel en los colores que hay sobre la paleta. Los mezcla.  Pasa el pincel  por el lienzo. Trabaja despacio. Se recrea. Así una y otra vez. Por la calle sube y baja mucha gente. Algunos llevan, en sus manos, un plano de la ciudad. Preguntan…

sábado, 12 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gran Vía

Tuvo tantos nombres como pretendientes una quinceña de las de antes. De todos, uno. Recuerda gracia madrileña y desdicha en España: Avenida del “quince y medio”. O sea, el calibre de los proyectiles que levantaron, más de una vez, su suelo. Dos Españas; una sola tragedia.

Arranca en la calle de Alcalá; termina en la Plaza de España. Nació como descongestión de un Madrid pueblerino y lúgubre. Se aspiraba a una gran arteria homologable con las grandes ciudades de Europa.

Nunca duerme; nunca descansa. A cualquier hora, su público. Gente que va a alguna parte; gente que no va a ninguna parte. Cines - ya menos - restaurantes, tiendas de lujo y tiendas del pueblo. Conservo un paraguas comprado en el Sepu. El tiempo dice que han pasado casi veinte años. Era San Isidro; llovía como llueve en Madrid por una mayo una tarde tormenta.

Quiso y no pudo ser el Broadway madrileño. Los cines tenían cartel y público; de Chicote, -“un agasajo postinero”-  la leyenda: “No conoces Madrid, si no has estado en Chicote”; y la letra del chotis universal de Agustín Lara: “… y alfombrarte con claveles la Gran Vía / y bañarte con vinillo de Jerez  (…)”

En el hotel Florida, en Callao, Hemingway corresponsal de guerra tenía una habitación surtida de reservas de comida, güisqui y ginebra; después,  un asiduo de Chicote. En el ático de Espasa-Calpe, don José Ortega y Gasset dirigió El Sol y la Revista de Occidente.

El edificio de la Telefónica aún conserva el escudo de la República en su cúspide. Esa se le fue al Régimen ¡con tanto como censuró! , y la Cadena SER, apertura en una España que despertaba. ¿Se acuerdan de Hora 25?

Prosaica la vida de “las sedientas” en los tiempos de posguerra. Dramática, la de rumanas y nigerianas de ahora. Un paseo por la Calle de la Montera, por la calle Valverde; las dos llevan a la Gran Vía...


Visita, al ladito mismo, al Oratorio de Caballero de Gracia. Chinos; gentes de medio mundo, y parte del otro; hamburguesas; bocadillos y joyas carísimas; zapatos, ropa; relojes y libros. ¡Ay, esa Casa del Libro!

viernes, 11 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cervantes

Vivió ignorado, pobre y con el viento de proa. Su vida, un penoso caminar. Muchas  cosas, casi todas, le salieron mal. Nació en Alcalá de Henares en 1547; murió en Madrid, en abril, de 1616, dicen que el mismo día que Shakespeare y unos antes que el Inca Garcilaso.

La Biblioteca Nacional le rinde homenaje con una exposición excelente. Abundan los documentos autográficos. Una joya. Algo de lo que, de vez en cuando, se hace y se hace, bien. El hombre y la ocasión, lo merecen.

Su juventud fue oscura; marchó a Roma donde trabajó para el cardenal Acquaviva. Se enroló en los Tercios de Italia y participó “en la más grande batalla que vieron los siglos” o sea, Lepanto.
Busca un empleo, alega que es manco por la herida de la batalla y después de estar hospitalizado en Mesina emprende viaje de regreso. Cuando divisa las costas catalanas lo apresan piratas berberiscos. Prisión - cinco años – en Argel.

Liberado por los trinitarios – precisamente lo entierran en el convento de la Trinidad – deambula por las tierras de España. Barcelona, Valladolid, Sevilla, Carmona, Álora… Recauda trigo y aceite; alcabalas reales.

 Cárcel, penurias. En Madrid convive, en el Barrio de las Letras, con Lope; en el Arenal sevillano conoce a Rinconte y Cortadillo y el patio de Monipodio; en Argamasilla de Alba… “de cuyo nombre no quiero acordarme”, nace el Quijote.

Con sesenta y seis años (muere a los sesenta y nueve) comienza, con dificultades, su reconocimiento literario. A su entierro no acude nadie. La posteridad, sobre todo desde Inglaterra, ¡miren por dónde!, le da reconocimiento y viene el inicio de la gloria, cuando ya…

Se autorretrató en el prólogo de las “Novelas Ejemplares”, escritas en 1613; publicadas después de su muerte: "Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada…"


 Pero donde lo borda: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida…” Cap. LVIII, Segunda Parte del Quijote. Sabía de qué hablaba…

jueves, 10 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Cristo de las Lluvias

 El ‘Madrid de los Austrias’ tiene sabor a otro tiempo;  calles estrechas,  fachadas de piedra. Un Madrid rancio, en el que la gente espadeaba por las calles, los donjuanes saltaban tapias de conventos y  en el dominio del Imperio no se ponía el sol.

Es colindante al barrio de las Letras. La Plaza Mayor, el nexo de unión. En la Plaza Mayor siguen sin encontrar el tesoro. Obras y más obras. Barreras; obreros con cascos de plástico y monos empolvados. Gente y más gente.

La preside Felipe III en  estatua ecuestre, en bronce de Pedro Tacca. La boca abierta del caballo fue trampa mortal para pajarillos curiosos que osaban entrar; luego, la salida imposible. Ahora, referencia de fotos para recuerdos.

Ese  Madrid fue campo y morería y lugar de judería. Alarifes, canteros, maestros del ladrillo. Muchos vivieron aquí. El arte  mudéjar de torres y casas lo dice. La convivencia, entre ellos, con más o menos problemas.

Los Vargas tenían tierras. Dicen que los ángeles araban el campo y ayudaban en las tareas a un labrador modélico. Pasados los años, San Isidro; su mujer, Santa María de la Cabeza. Allí está su casa y el pozo y…Han remodelado el mercado de San Miguel. Está en la plaza de la Paja.

El barrio tiene placas en las fachadas. Informan que aquí se hospedaban los Reyes Católicos cuando venían a Madrid  o por el pasadizo que cruzaban a la iglesia para  escuchar misa; dónde vivió san Isidro…

Una mañana de invierno lo recorreremos - Salustiano y yo - de la mano de Juan Francisco, de niño acudió al colegio de Nuestra Señora de la Paloma; de grande, guía de viajeros curiosos. Nos lo enseña con la sabiduría de quien cuando niño jugó en sus calles.

Los jardines del palacio de Anglona son  recoletos, silenciosos, íntimos. Nos acercamos a San Pedro el Viejo, probablemente, uno de los templos más antiguos de Madrid. En la capilla de ‘Jesús el pobre’ se venera una imagen de Juan de Astorga; Madrid, lo sigue en procesión la noche de Jueves Santo.


En el exterior, la torre - mudéjar - de San Pedro, el Viejo; en el templo, capilla al Cristo de las lluvias. Los días de tormenta, tocaban las campanas - cuentan que solas. No me lo creo; seguro que habría algún sacristán por medio - y se alejaba el peligro para los campos… 

miércoles, 9 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sancta Sanctorum

El cielo se pone de color de panza de burra sobre Recoletos. ¿Nevará? Corre algo de brisa; hace frío. No es agradable estar en la intemperie de la calle. Se mueven las ramas desnudas de los árboles.

Se cruza una puerta abierta en una baranda de hierro; se sube por una escalinata de piedra. Los escalones están desgatados por el uso. Elevan al visitante un poco por encima del nivel de la calle; en la calle hay mucho ruido, demasiado.

El edificio es de piedra; soberbio. Casi en lo más alto de la escalera como escoltas, reciben dos estatuas, de piedra: Alfonso X, el Sabio, y San Isidoro. Junto  a la puerta, en segundo plano: Antonio de Nebrija, Luis Vives, Lope de Vega y Cervantes. Once medallones, en la pared recuerdan al Padre Mariana, Fray Luis de León, Quevedo, Calderón, Garcilaso, Diego Hurtado de Mendoza, Santa Teresa, Tirso de Molina…

Se pasa un control; te ponen una pegatina. Dice: “Lector”. La pegatina tiene el color que toca a ese día; luego, otro. Ahora es un detector; después, otro. Ahí te miran los papeles y…, lo dejas todo en una conserjería…

Don Marcelino, - don Marcelino Menéndez Pelayo - el primer director, de la Biblioteca Nacional que es donde estamos lo ve todo desde la piedra. Está sentado; tiene la postura de alguien que lee y lee mucho. En la pared un recuerdo a los funcionarios que salvaron el patrimonio durante la barbarie incivil.

En un mostrador – se puede llevar seleccionado de casa el material con que se va a trabajar,  para ganar tiempo – recogen el carné (te lo devuelven cuando entregas los depósitos solicitados), te asignan pupitre y en la Sala General aguardas…

La Biblioteca Nacional tiene varias salas. Depende de lo que andes investigando. Estás en el Sancta Sanctorum de la Cultura (con mayúsculas, por favor). Más de treinta y dos millones de depósitos esperan a un potencial investigador. Como se quedó pequeño el edificio de Recoletos se habilitó otro en Alcalá…


En cualquier pasillo; en cualquiera de las Salas, en toda la Casa (también, también con mayúscula)  impera el trabajo; el silencio. Hay algo así como recogimiento. Uno se sobrecoge; uno observa y para sus adentros piensa: ¡Dios mío, qué suerte tengo!

martes, 8 de marzo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pongamos que hablamos de Madrid


                                                                                        A mi amigo Pillo Lobato

Pillo, querido Pillo, las Cibeles está donde siempre; o sea en el cruce de los vientos que vienen del Norte por Recoletos; en el camino que viene de Alcalá, por el Este; en el que sube, desde Atocha, por el Paseo del Prado; en ese río que baja desde Sol, Poniente.

La Cibeles está preciosa. Echa agua la fuente. Y mira que los madrileños tienen subido los decibelios del cabreo por el abandono progresivo de la Villa y Corte. Sigue sentada en su carro inmóvil y los leones ya no parecen tan fieros como ‘el lo pintan’.

Me dice un amigo que la diosa tiene un deje de tristeza en el rictus de sus labios. ¿La culpa? La culpa la tiene el Madrid – “el Real de Madrid, como dicen los ché” - de Florentino que no puede celebrar ya ninguna fiesta porque se han puesto que no ganan ni a las canicas. Pero eso, a ti y a mí, no nos viene.

Están de ‘agiornamento’ en la fachada del Banco de España. Ese que tiene los dineros, manda hacer billetes y tiene un gobernador que antes ponía un garabato  en los papeles y valía tanto como la firma del Rey de España.

 Le pregunto a un amigo dónde habrán pedido el préstamo para costear el andamiaje que cubre la fachada y las obras porque deben valer un perraje lo que tienen montando. No supo – o no quiso, no sea que yo vaya también a pedir – decírmelo.

Don Ramón del Valle Inclán también está en su sitio; por donde el Café Gijón pero en el centro del Paseo. El café Gijón ya no es lo que era. ¡No veas cómo le han perdido el susto al euro! Te decía que don Ramón sigue, en bronce, flaco y malhumurado, iniciando su paseo y con las manos asidas, a la espalda.


A don Ramón tuvieron la ocurrencia de ponerlo bajo un árbol tan poco gallego, sin   meigas, y sin airiños…, como es un olivo. Pero, en fin, ya sabes. Eso, ocurre. Otro día te contaré otras cosas.