Rosa variedad Alberta
14 de abril, viernes. Están
los naranjos en ese proceso que en el campo llamamos “la limpia”. O sea, se
despojan de los pétalos del azahar, alfombran el suelo de un manto blanco y en
el aire flota la esencia que lo perfuma todo, lo llena todo, lo embriaga todo.
Se han vestido los almeces del
arroyo. Tienen una capa de hojas tiernas. Despiertan a la vida, a su vida
porque las hojas de los árboles caducifolios y los almeces lo son, tiene una
vida corta. Se abren en primavera, se desarrollan en los meses de estío y,
luego, en otoño ofrecen sus frutos -almecinas – que hacían la ilusión de los
niños cuando salíamos de la escuela.
Está la rosaleda reventando. El
maestro Barbeito, se hace eco del rosedal de Palermo y lo llama así, rosedal.
Es probable que ese sea el nombre más apropiado. Puede que lleve razón, pero a
mí me gusta llamarla rosaleda. Allí me paso las horas de las mañanas dedicado
al cuido que es mucho; por las tardes, me deleito. Uno tiene mucho de
caprichoso y hace bueno el refrán: “la huerta por la mañana; la novia, por la
tarde”.
A veces pienso que una de esas
tardes en las que a Dios se le ocurren cosas que a los hombres nos parecen
raras debió pensar algo así como: voy a crear la rosa para que vean parte de la
belleza que se encierra en mí. Y, entonces, Dios creó la rosa y no dijo nada…
La verdad que no sé si fue
exactamente así, pero ¿a que pudo serlo? Me pierdo con mis pensamientos -“pensamientos
míos”-, claro y veo como en la lejanía fluye la vida. Corta el paisaje y pasa
la vía del AVE. Ese tren de tan alta velocidad que ha hecho que los kilómetros
que tiene los mismos metros que han tenido siempre ahora parezcan más cortos y
se llegue antes.
En la linde, en el nogal, ha
anidado una pareja de carboneros. Son unos pajarillos pequeños, tienen la
cabecita negra y la pechera de color de la luna de abril cuando va entre
nubecillas. Todo el día el macho lo pasa cantándole a la hembra que está en el
nido. Dentro de unos días, se volarán los pataletes y, entonces, su canto
volverá al monosílabo compuesto (¿pueden ser compuestos los monosílabos?) de
“sí, señor, sí señor”, cuando en nuestro anhelo le preguntemos si va a llover.
La rosaleda mientras tanto se desparrama en color y sinfonía, o sea, la mano de
Dios abierta…
Qué bonito lo cuentas, amigo Pepe. Bendito sea tu rosedal, tu rosaleda...
ResponderEliminarPepe: Veo que sigues cultivando rosas y consigues un colorido muy interesante. Un abrazo para ti y tu familia.
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