Monumento a Bécquer. Parque de María Luisa (Sevilla)
12 de abril, miércoles. Era
media tarde. Sevilla estaba preciosa. Entramos – mi mujer y yo - por la Avenida
de Andalucía. Fermín, me había indicado en una ocasión: en la Cruz del Campo gira a
la izquierda y toma toda la avenida hasta el final, antes cruza la Gran Plaza
y… Me marcó el itinerario para llegar hasta la Avenida de la Borbolla donde
debíamos hospedarnos.
Lo hicimos. Como era repetir el
viaje de otra vez anterior no hubo problemas. Después esas cosas rutinarias de
los hoteles, de carné de identidad, de llave que ahora no es llave sino una
cartulina de plástico… Cambiamos la ropa del viaje por esa que uno tiene que
ponerse para ir a los lugares cuando va de invitado. Uno se viste un poco de
máscara y se pone un traje y una corbata y los zapatos nuevos que como se usan
poco molestan siempre en los pies…
Tomamos un taxi en que nos iba
a llevar al lugar indicado. Por la Avenida de Portugal, ¡ay, Portugal!, “¿por
qué te quiero tanto?”-, llegamos a la Avenida del Cid, bordeamos la
glorieta y pasamos por las veras del Parque de María Luisa y, casi a pedir de
mano, por el monumento a Bécquer.
Se me encendió la bombilla. Esa
que a veces surge con los recuerdos que no afloran casi nunca y me acordé de
las golondrinas y de la casa de mi abuela. Venían todas las primaveras hasta las
vigas de la cuadra. Allí, con sumo cuidado colocaban trocitos de barro y hacían
el nido. Luego, durante unos días veíamos a la golondrina que no salía del
nido. Un día, aparecían, asomados a la baranda de barro, los pataletes con unas
bocas muy grandes que piaban y piaban para llamar la atención de la madre que
les traía bocadillos de mosquitos y canapés de bichitos microscópicos… Así un
año y otro.
Pasó el tiempo y leí algo que
había escrito un hombre que ahora representaban en un busto de mármol a la
sombra de un árbol precioso. Dicen que es un ciprés de los pantanos y que es
uno de los ejemplares más singulares del parque. Me vino al recuerdo: “pero,
aquellas que el vuelo refrenaban…”
El taxi seguía su marcha.
Llegamos a la Glorieta de los Marineros…
-
Eso, me dijo el taxista, es un crucero. Ahora,
por este tiempo vienen muchos a Sevilla…
-
Ah…
¡Ay, río de Sevilla, que te vas
camino de la mar…!
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