Cristo de Viñeros. Iglesia de 'las Catalinas'. Málaga
19 de febrero, domingo. Queda muy
lejos el dicho vergonzoso que hablaba de las cien – quizá más – tabernas y una sola
librería. La ciudad olía a rancio y vino fermentado, a vinagre y a otras cosas.
Era una Málaga de miseria pueblerina, de tranvías con anuncios de “Anís del
Mono”, y gatos en el Guadalmedina.
Desde hace unos años, Málaga,
la que ve ponerse el sol por la Sierra de Mijas cada tarde, toma niveles de una
ciudad moderna, acorde con los tiempos de este primer cuarto del siglo XXI.
Es verdad que Málaga ha vivido
de espaldas al mar durante mucho tiempo, aunque el Maestro Alcántara nos habló de
una “gran carrera, concurso de sirenas y delfines” en los Baños del Carmen que
cada año lucha contra los temporales de levante porque se llevan la arena de su
playa.
Málaga ha perdido barrios emblemáticos.
¿Qué queda del Perchel citado por Cervantes? No han acertado en su recuperación
y ha surgido algo anodino y sin chispa, sin balcones con geranios y pájaros
ventaneros. A lo peor es que lo que había no era digno de conservarlo. No sé, pero
creo que algo más se podría haber hecho.
El centro, esa calle Larios, a
la que un amigo mío decía que había que ir cada día para ver el paso de las
tórtolas es una de las calles más caras – me refiero al pago de alquileres - de
Europa. Siempre fue, ahora más, emblema de la ciudad. Málaga ha recuperado el puerto. Los cruceros,
además del “Melillero”, casi atracan en la Plaza de la Marina…
Hay otra Málaga, la de calles
recoletas, intimas, estrechas por las que no entra el sol y cuando lo hace solo
se asoma y se despide hasta mañana. Calles de devoción popular y encanto. Es la
Málaga desde la Plaza de la Constitución a Carretería, la de Pozos Dulces y calle
Compañía, la de calle Granada y Correo Viejo, la del Muro de San Julián y la
Judería. La Málaga de otro sabor.
Florece una Málaga diferente, Guadalhorce
arriba, a orillas del río Campanillas. Es la Málaga de la tecnología, de
empresas innovadoras, de tiempos nuevos. Ha roto moldes y pulsea, en ese campo,
a ciudades como Madrid y Barcelona. Ve cómo entran algunos días más de
trecientos vuelos por su cielo para tomar tierra al otro lado del río… Hay un
peligro: se puede morir de éxito.
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