Torres de San Juan y la Catedral. Málaga
16 de febrero, jueves. Están
como dos mocitas que se van a la feria. Están, ambas dos, peripuestas y presentando
cara. Otean vientos y horizontes, algunos lejanos, tan lejanos, que se pierden
en ese lugar donde el mar de Alborán ya no se sabe si lo sigue siendo o ha
cambiado de nombre.
Las torres de San Juan y la
Catedral, que aquí como en el dicho de “tanto monta”, y esas cosas… Va a ser
que no. Una, por aquello de las categorías que dan los hombres tiene más
rimbombancia. Le gana en tiempo. La otra, lo acepta y lo da por bueno.
Ambas dos, si se hablasen en las
noches cuando titilan las estrellas y las sirenas se salen a tomar las brisas
de la bahía, se contarían muchas cosas de Málaga. Esa Málaga que cree a sus
pies y que ya casi la pierden de vista.
Se dirán de aquellas noches de
tormenta cuando sus campanas tocaron a desesperación para avisar a los vecinos
del Perchel - ¡Percheles cervantinos, de pescados secados al sol! – y de la
Trinidad que el río, el Guadalmedina, había perdido los papeles y las orillas y
lo arrasaba todo a su paso. Y ellas
lanzaron con todas sus fuerzan los badajos contra los bronces….
Se dirán de aquella noche en
que ardió la iglesia de los Mártires y, de otras en que muchos años después, “era
por mayo”, algunos hombres perdieron la cabeza y la razón y prendieron fuego al
Palacio Episcopal y ardía y ardía Santo Domingo con el Cristo de Mena, el
Cristo de la Buena Muerte dentro, ese al que dice el maestro Alcántara que
pedimos ayuda para el tránsito, pero sobre todo para el final “porque muchos
tragos son la vida y un solo trago es la muerte…”
Se dirán ente ellas que el mar de
ahí lejos se ha convertido en el mayor cementerio marino de todas estas
tierras. Allí, se queda la pobre gente, maravillosa gente de alma limpia, y pies grieteados por mor del camino, que
huye de la miseria, de la injusticia, del odio…
y creen que vienen a una tierra de promisión que quizá no dé leche y
miel, pero si le ofrezca pan, ropa… pero
antes, ¡ay, antes, una ola perdida extendió sobre ellos un manto de olvido.
Torres de la Catedral y San
Juan, campanarios que sobrevivieron a los tiempos: renacimiento y barroco y a
sus pies, gentes: “gente de Málaga”
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