Santillana del Mar (Cantabria)
13 de
agosto, sábado. La bajada desde el Puerto del Escudo es
trepidante y vertiginosa. Primero, monte abajo; luego, siguiendo el curso del
río Pas hasta llegar al valle casi en las cercanías del Cantábrico, el de las
galernas de entonces. Ese…
Santillana del Mar tiene el
sabor de los pueblos únicos. A esas horas de la tarde, cuando entre dos luces,
la llovizna suave y fina cae sobre los campos, el pueblo muestra todo su
encanto de siglos acumulado. Desde el interior de los establos sale un vaho
caliente. Huele a heno, a yerba recién segada…
Prados, landas, escudos
nobiliarios y casonas solariegas, calles de piedras. Surge desde el silencio. Ventanas
floridas con geranios y begonias en los alféizares. En los dinteles de las
puertas hortensias: azules, blancas, rosáceas dan una nota de colorido ante
tanta sobriedad majestuosa.
Cuando se acerca la noche,
Santillana es más íntima. A veces, también más impenetrable encerrada tras los
enormes portones de madera. Ya no está el artesano que hacía abarcas en la
esquina de la calle del Cantón ni se puede tomar el vaso de leche con bizcocho
por cinco pesetas. El progreso prohibió la venta a granel de alimentos y han
“cerrado” los talleres de cerámica y artesanía que abrieron en los bajos de
algunas casas como reclamo de turistas. Tampoco cuelgan de las fachadas esas
notas discordantes que venden como recuerdos a modo de camisetas y otras
tonterías. Sobran algunos paneles que ofertan no sé que…
El silencio y la noche dan a
Santillana un encanto especial cuando los ríos de gente variopinta han
retornado a los hoteles de origen. Ando por la calle solo. Voy solo. Voy a
ninguna parte. Ando despacio. Pienso en no sé qué. Llego a la puerta de la
Colegiata (ya está cerrada, también).
En Santillana se superponen las
viejas glorias arquitectónicas -torre del Merino, torre de los Borja o la
Colegiata ¡qué belleza de románico! – al paisaje eternamente verde y húmedo que hacen del entorno y la villa un
conjunto perfecto, bellísimo. No lo hay en ningún otro lugar.
Cada vez que he vuelto a Santilla
he encontrado un no sé qué perdido que parece que está esperando, que aguarda,
que reclama al viajero para que regrese, y le pide que no tarde tanto porque
siempre la tardanza, en según qué casos, es la mala.
Santillana en la memoria, qué regusto. Pero la Santillana que todavía no era un parque temático: portales de vaso de leche con dos dedos de nata, madreñas, paz sin tanto turismo... Qué hermosa, Santillana del Mar. Y si la andamos solos, mucho más hermosa, aunque no sepamos adónde vamos...
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