9 de
agosto, martes. Han saltado las alarmas. Los embalses, vacíos;
los ríos, sin caudal; los pozos, secos; los veneros y acuíferos, agotados…
Parece mentira, pero es cierto. Cunde la alarma, como casi siempre cuando es
tarde. Sabemos que el lobo estaba en el bosque y creíamos que nunca iba llegar
a la ventana. Ya está aquí.
Dicen los que saben que el agua
no es escasea, que es la misma que ha habido siempre solo que gastamos más que
lo hacíamos hace solo cincuenta años. Yo no tengo conocimientos para rebatir
esta teoría. Todos sabemos, sin embargo, que entonces no había lavavajillas, ni
lavadoras, ni bañeras, ni cisternas sobre los inodoros, ni piscinas, ni parques
en las ciudades, ni jardines con céspedes verdes con cincuenta grados de
temperatura…
Hay otro problema. Se han
introducido productos muy exigentes en agua. Son productos de alto consumo de
agua. Vienen de países con otro clima y con otra riqueza hídrica, a modo de
lluvia, o a modo de riegos. Los agricultores han visto rentabilidad económica a
corto plaza y no han sabido de exigencia culturales para un poco más allá. Eso
se habría solucionado con planificación, pero eso no se lleva.
El agua ha sido además de una
exigencia de vida algo de lo que se ha hablado siempre. Algunas ciudades han
tenido fuentes que aportaban lo necesario para sus vecinos cuando no eran
incluso reclamos turísticos. Pienso ahora en la Fontana de Trevi en Roma,
Canaletas en Barcelona, la del Avellano en Granada, la de la Reina en Málaga…
Unas, más o menos artísticas; otras, con más o menos caudal pero todas
indefectiblemente tenían agua.
El folclore – ese saber del
pueblo al que tan alegremente se le olvida – recogió en una copla un mensaje
que tenía mucho de denuncia social y de exposición de una realidad: “de segar
de los secanos / ya vienen los segadores / de beber agua de pozo / toda llena
de gusanos…”
Había también dichos recogidos
por el refranero o por el habla cotidiana entre vecinos. “Agua corriente, no
mata a la gente”; otro, “agua que no has de beber déjala correr”; y un tercero,
para no agobiar, “de las aguas mansas, líbreme Dios, que de las turbulentas me
libro yo”.
Pedimos agua. Veremos cómo se
presenta la cosa en cuanto pasemos el ecuador de la mediación de agosto. Ahora,
se le llaman ‘Danas’ y ‘gotas frías’…
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