Nacimiento del Río Cabra.
27 de
agosto, sábado. De los puertos de Cabra hizo venir Federico a
Antoñito el Camborio, aquel gitano fino que acudía a Sevilla, con una vara de
mimbre a ver los toros y por el que suspiraban, entre otras - ¡qué suerte la suya! – las mocitas de Loja
y Benamejí; de la tertulia de un patio solariego por aquellas tierras hizo
nacer Juan Valera los amores entre Pepita Jiménez y aquel muchacho de
invernadero, que acudía desde el seminario por vacaciones, para abrirse al sol
la vida; del ferrocarril del aceite -que
llegó solo en deseos y proyectos - y la burguesía del siglo XIX surgió el desarrollo económico de
Cabra a orillas y pie del río y sierra del mismo nombre…
El pueblo se acuna en el fondo
del valle rodeado de olivos centenarios, copudos y grises que se alinean en
filas, rectas, interminables. Ondulan lomas y colinas de monte bajo y matorral
mediterráneo, de quejigos y encinas, de álamos blancos y chopos que titilan en
la ribera o junto a la orilla del río que llenan de frondosidad la fuente de su
nacimiento.
La sierra es gris, pelada,
agreste. Entre las rocas calcáreas nacen lirios morados cuando se preludia la
primavera y en las siestas de estío despiden fuego. Un rebaño disperso pasta
cansinamente y dibuja figuras blanquecinas – esquiladas las ovejas – que se
alargan, se contraen o se distorsionan en un deambular que no va a ninguna
parte.
El santuario es blanco, pulcro.
Lo dedican a la Virgen de la Sierra. Hasta allí suben una romería y otra y
otra… Muchas romerías. Corona la sierra
y otea vientos.
Desde su vera se divisa a lo
lejos, muy lejos, Sierra Morena, por el norte; por poniente, las sierras de
Cádiz por donde vienen los aires del Atlántico y Málaga de donde los arrieros
traían el pescado; a sol naciente, las moles de Granada. Es un picacho que
punza el cielo. En sus cercanías una antena – esqueleto de metal - anuncia progreso
y comunicación. Rompe el encanto del paisaje. Abajo, la bruma de levante se
expande por el valle. Un águila con vuelo sereno, seguro y acompasado surca el
cielo de subbética cordobesa. Dejo, mientras avanza sin prisas la tarde, que
también mi pensamiento se escape por otro tipo de vuelo…
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