miércoles, 3 de agosto de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Baños



        Río Guadalhorce a su paso por Álora (Málaga)


3 de agosto, miércoles. El niño bajaba, las tardes tórridas del verano, con otros niños amigos suyos a bañarse al río.  El río tenía un agua clara que corría despacio… En el río había varios ‘bañaeros’ oficiales. La ‘argamasa’, la ‘nerisca’, ‘los remolinos’, ‘la playita’… Había otros, algo así como de segunda división. La Cuesta del Río, la acequia de los Callejones, los bajos del Puente de Hierro…

Cuando el niño anidaba en su mente la palabra río, daba cobijo a la palabra libertad. La tarde se hacía corta y allí entre álamos blancos y negros, sauces, mimbreras o cañaverales de las orillas el mundo era otro porque todo era diferente.

 Si bajaba por la Cuesta de Río iba por un camino pendiente. Para salvar el desnivel los hombres habían construido calzadas de piedras secas que hacían un camino serpenteante y artificial. El derrame de la acequia de la Vega Redonda originaba una corriente mínima de agua a la que acudían a beber algunos pajarillos. A sus veras crecían las zarzas frondosas y anárquicas y algunas adelfas que, a principios de verano, estaban en flor.

Cuando los pajarillos veían turbada su paz por la presencia de los niños arrancaban el vuelo sorprendidos y algunos, sobre todos los mirlos, dejaban tras su vuelo un escándalo de graznidos… Eran muy alborotadores; otros, eran más discretos. Algunas veces, en el calor de la siesta las tórtolas arrullaban en en la espesura de las huertas.

Algunas veces, otros niños entraban en las huertas. Buscaban los ciruelos de frutos en sazón, los duraznos, y las higueras que ofrecían los higos ya maduros. En la mediación de la cuesta, un poco más abajo de la alcantarilla que salvaba la acequia, un hombre tenía amarrado, bajo la parra, un perro con muy malas pulgas. El hombre lo liberaba del collarín asido al pescuezo y lo soltaba de la cadena. Los niños corrían despavoridos ante el miedo. El perro, naturalmente, no distinguía quienes habían sido los visitadores ‘no invitados’ a la higuera y a la parra…

El niño sabía que aquella libertad solo era la libertad del verano. Luego, cuando llegase el otoño, vendría la escuela, oscura y maloliente bajo la sombra esbelta del campanario de la iglesia. Eso estaba muy lejos. Las tardes de calor asfixiante del verano pasaban muy pronto en el frescor de las aguas entre aneas y vegetación de ribera…

 

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