Se
inauguraba aquella noche una exposición de Jaime Rittwagen en Benedito. La
galería, Niño de Guevara 2, esquina a calle Granada acogía una muestra del
pintor Naïf más importante que, actualmente, tiene Málaga.
La
aglomeración era enorme. Gentes que aman el arte; los que acuden a esos actos
como las moscas a los pasteles; los amigos y conocidos, esos que te dan unos abrazos
que hacen que crujan más de la mitad de los huesos del esqueleto; los que
pasaban por allí; los que tienen una cierta cercanía porque forman parte del
círculo del artista…
Los
impertinentes acosan con preguntas indiscretas y fuera de tiempo. Tiene el don
de la inoportunidad y suelen aparecer en los momentos más insospechados. El
maestro había pasado una mala rachilla de salud. Lo acribillaban:
-
Manolo ¿cómo estás?, Manolo, ¿me conoces?, ¿Manolo
¿lo has pasado mal, no?...
En un
momento determinado, harto, me dice:
-
Sácame de aquí…
Comencé a
andar sin levantar los pies del suelo, muy despacio. Es la mejor manera que
tiene uno de irse de un sitio sin que nadie se percate de ello. Él se pegó a mi
espalda. Al ratillo, entre sonrisas, vociglerío,
inclinación de cabeza y un ‘me alegro mucho de verte, ¿todo bien?’, habíamos
alcanzado la puerta de la calle. De allí, el maestro decidió que nos iríamos al Pimpi, solo un poco más arriba de la
calle, a mano derecha, conforme se va hacia la Plaza de la Merced…
En la
barra me habló, me habló con aquella manera que él tenía de hablar con la
mirada y me contó cosas. Esas cosas que a uno se le quedan impresas en ese
disco duro que se llama alma… En un momento de la conversación hizo una pausa,
me miró fijamente y me dijo. Recuerda bien esto:
-
“Tengo mis dudas que al Niño Grande lo dejen
reinar; somos la última generación que a este País lo llama España; somos los
últimos que comemos, a partir de ahora la gente se alimentará…!
Han
pasado muchos años. El maestro ya no está con nosotros. Con solo aguantar un
telediario – da igual de qué cadena – uno asiente como si las palabras fuesen
de ayer tarde, y cobra realidad todo eso que aquella noche, en la barra, me
decía el maestro Alcántara, mientras el bullicio y el gentío abarrotada la sala
de exposiciones de Benedito, de la que habíamos huido…
-
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