A veces suena el teléfono. No, no
es la compañía de telecomunicaciones ofreciendo no se sabe cuántas cosas, y
otras más que ni sueñas, si te cambias a los servicios de ellos. Tampoco es la
distribuidora de energía eléctrica con tropecientas mil bonificaciones según la
tarifa que escojas o la hora (vamos, tu mujer poniendo la lavadora a las tres
de la mañana, el lavavajillas a las cuatro, y la aspiradora casi al amanecer…).
Cuando suena puede que estés en
la mediación de la escalera. Vienes del supermercado, cuatro bolsas en las
manos – no hay que olvidar que solo tienes dos – en tu afán de terminar con el
transporte cuanto antes, porque tienes el coche en doble fila y estás hasta el
moño de agobios y bullas y carreras…
Como la curiosidad mató al gato,
le echas un vistazo a ver quién es y, entonces, en la pantalla del móvil, te
sale el nombre. Sientes un alivio. Tienes que esperar a solucionar lo
perentorio, y en cuanto puedes, devuelves la llamada.
Hablas. Se te cambia la cara.
Sientes una satisfacción interior enorme porque el amigo que están tan lejos,
por arte de birlibirloque, está casi al otro lado, cerca, y se interesa por ti
y te pregunta porqué cuelgas el artículo ahora más temprano… y le aclaras y le
entra el alma en el cuerpo.
Y te dice cómo lleva el huerto y
que su hija ha comprado dos algarrobos y que no sabe dónde los va a sembrar
porque no tiene sitio, y que tiene que ordenar todos sus escritos y que ha ido a
una ciudad vecina a comprar plantones de cítricos…
Y te entonces, va y te dice que
nos tienen contralado de tal manera que saben de nosotros hasta los más mínimos
detalles. (Te cuenta un detalle que te asombra). Después seguimos hablando de
agricultura y le digo que cuente con un plantón de granado, autóctono de Álora,
exquisito, pero que antes tiene que agarrar porque todavía no ha brotado el
esqueje, y me dice que vendrá por él – o
yo te lo llevo, le digo – porque esto se acabará algún día.
Estamos faltos de encuentros y
ratos de charlas y de compartir las cosas más nimias, y de las relaciones entre
personas que se aprecian, de echar el rato con una copa delante… ¡Menos mal que
nos queda el teléfono!.
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