Joselito, puso el mito y la leyenda; Rafael,
el miedo; Belmonte, sacó a la arena desde la otra orilla, o sea, desde Triana,
el pasmo: “quítate tú que yo no me aparto”, Curro, el paseíllo, el aroma a
romero y la izquierda en la muleta para embeber al toro; Morante la media – “¡Dios
mío si esto es una media!, ¿qué será una entera…?” Clarines sin timbales en la
Maestranza y el Pali en cualquier esquina…
Velázquez se llevó a la Corte ese
¡ay! que se queda por el aire y que algún crítico dijo que a eso se le llama ‘sfumato’; Juan Martínez Montañés se
trajo desde su Alcalá la Real, la bondad de Dios muerto que no está muerto,
sino dormido, y por eso se hace Clemencia…
Pintó Murillo a Rinconete y a
Cortadillo, a los que él no puso nombre, que se las andaban por los escalones
de la catedral al amparo de sus muros y a donde llegan las sombras del Doña María, repartiéndose mendrugos de
pan, racimos de uvas, o peripecias por hacer en el Arenal, antes que aquellos
barcos fuesen río abajo, por el camino de Sanlúcar a América, por ese mar
grande y azul por donde dicen que se va el sol cada tarde.
Se han escapado las rosas de los
rosales en los Reales Alcázares, donde los amores imposibles del Rey don Pedro.
Ya no les echa la llave por las noches Romero Murube, que ahora es conservador
de estrellas. Villalón escribe de toros que comen margaritas, pero que todavía
no tienen los ojos verdes, y Rafael de León, ‘avisado’ a tiempo, aires de copla
que vienen de la calle.
Y ahora, Barbeito nos cuenta la
luz de Málaga, la gracia de Cádiz, el arte de Sevilla, el embrujo de Granada,
la esencia de esmeralda en el Cabo de Gata, olivares de Jaén, señorío de
Córdoba, Huelva, sierra y mar…
Andalucía diferente, llora su
alegría y canta su pena… Canal Sur, las imágenes, Barbeito la voz, la dicción,
la medida, y el punto, y el compás y…
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