El cazador era un hombre de edad
madura, joven para ser mayor, pero hacía mucho tiempo que había entrado en esa
edad donde los hombres saben ya más por sus años que por otros cosas. Tenía muy
buenos golpes y una agudeza fuera de lo común.
A eso del mediodía, bueno, un
poco después, a esa hora en que ya ha virado la luz y es luz de la tarde…
El cazador entraba a la cuadra,
le ponía la jáquima a la burra, le ajustaba el perrillo y la
sacaba al corral. La amarraba corta, en una estaca de la pared. La burra se movía mucho cuando la aparejaba.
Le ponía el albardón, le echaba los ropones, la jarma, la sobrejarma
y la cinchaba. La burra, que era una burra vieja, se henchía para que la cincha
no le apretase. Daba la sensación de llevar el aparejo un poco bailándole.
Luego, le echaba un serón mediano y lo sujetaba fuerte.
El cazador tenía más de media
docena de pájaros para el uso, habitualmente, según estaba el tiempo, en la cacería. En unos terreros, en una habitación
fresca en verano, tenía otros. Eran algo así como los pollos del banquillo que
no salían al campo. En las mañanas de invierno los sacaba al sol…
El mejor, se lo habían traído de Castellar de
Santiago; otro, había venido desde Cádiar, en la Alpujarra de Granada entre
Sierra Nevada y la Contraviesa. El tercero –
‘el manchego’ - se lo habían proporcionado, en gran mano, en
Peñalajos; un amigo ferroviario que trabajaba en Venta de Cárdenas…
Solo llevaba un pájaro cuando iba
de puesto. Cubría la jaula con la sayuela y la colocaba, con cuidado, en
el cujón del serón. En el otro, ponía una botija con agua, la escopeta
en la funda, la canana con los cartuchos y una talega con la merienda del niño,
porque cada vez que podía el niño se iba con él…
Acercaba la burra al subidero.
Delante, se montaba el niño; él, detrás. Se echaba la pelliza sobre los hombros
y partían…
Cuando llegaban al puesto le
ponía una mataguilla a la burra, la trababa para que no se moviese mucho
y la amarraba a una palma en el lado opuesto a donde montaba el tanto.
Con retamas y lentiscos camuflaban el
tanto y el puesto. El pájaro gallareaba; respondía el campo, y a esperar…
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