Vestía un abrigo
que pasaba un poco más abajo de las rodillas y casi al filo de unas botas
negras de piel, de calidad. El abrigo era beig. Tenía una solapa amplia que se
abría a ambos lados de su cuello. En una de las solapas llevaba una mariposa,
de diseño. En el cuello, anudado, un pañuelo de seda natural, con colores a
juego con el equipo.
Su tez blanca, órbitas
sombreadas, pelo rubio con unas mechas que se escapaban, por detrás, por encima
del abrigo. Perfume caro. Fui afortunado. Compartíamos ascensor.
El mozo, un chaval
joven, uniformado, con gorra, como chapiri de legionario, un poco caído a un
lado. El chaval tenía la mirada perdida e indiferente. ¿Qué pasará por la mente
de estos mozos de ascensor en los grandes hoteles de una ciudad descomunal?
En un momento, ella
abrió el bolso. Un bolso de marca cara. Sacó la barra de labios. Mecánicamente,
se pasó el filo de la barra por los labios. Hizo una mueca y se esparció la
pintura (tenía unos labios preciosos) y no sobró nada ni faltó para dejarlos
impregnados.
Se sentía
observada. Ni el mozo, ni yo dejamos nuestra cara de póquer, indiferentes. Sabía
que aquel movimiento no nos había pasado indiferente. En el habitáculo interior
del ascensor sonaba una música por la megafonía interior. Era un música
relajante, como para hacer más llevadero el tiempo dentro de aquella jaula.
Nunca sabré su
nombre. Ella iba a alguna parte. Yo, también. Estuve a punto de sacar el bloc,
el pequeño bloc de notas que, a veces, llevo en el bolsillo interior izquierdo
de la americana y tomar algunas notas. No lo hice. Intenté memorizar todos los
detalles. Los botones interiores que detenían el ascensor, el tapizado de sus
paredes, el marco del espejo del fondo que daba profundidad…
Yo sabía cómo había
regresado hasta el hotel. Una larga caminata por las calles. Más de una hora,
por la 8th Avenida, hasta la esquina, 300 W 44th Street, Nueva York, NY 10036-5419.
Allí estaba el hotel…
En un momento
determinado, el mozo, sin mediar palabra dijo en un español correcto, planta
23. Salió y se colocó en posición de firmes, junto a la puerta de ascensor.
Salí. Cuando yo había traspasado el umbral, volvió a entrar. Se cerró la
puerta; el ascensor siguió su marcha…
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