A eso del mediodía el teléfono
informó de la noticia. No sabemos por qué pero cuando el teléfono trae malas
noticias parece que suena de otra manera, como para que se te vaya haciendo el
cuerpo.
El maestro Alcántara decía muchas cosas a las
que era imposible no hacerles caso y, al mismo tiempo, nos hacía pensar. Afirmaba
que “hay gente que se muere y gente que se nos muere”. A nosotros, digo, a los
amigos que hemos compartido cuarenta años de nuestras vidas, nos va la segunda
parte, porque se nos ha ido Pepita Arrabal.
A pesar de eso que llaman años y
pone el cabello blanco y dificulta los movimientos, entre nosotros, siempre ha
sido Pepita y para todas las personas que pasaron por su clase: la señorita Pepita.
Llegó a Álora muy joven – antes había
pasado por Cuevas de San Marcos – y toda su vida profesional la desarrolló en
el extinto Díaz-Lanzac y luego, hasta
su jubilación, cuando el calendario dijo que no arrancaba más hojillas al
almanaque, en Los Llanos. Durante
unos años fue Juez de Paz, en el Juzgado de Álora.
Pepita era la persona que siempre
sabía mejor que nadie cuando era necesaria su presencia. Tenía ese don especial
de saber aparecer en el momento oportuno y con la misma diligencia se apartaba
y se retiraba al total anonimato, cuando estimaba que su presencia ya no era
precisa.
Su clase era el orden y la
pulcritud en el trabajo bien hecho. A veces – venía de otros tiempos – el rigor
hacía que diese una imagen diferente y nos la presentaba como una persona
lejana y fría. Nada de eso le cuadraba, en la cercanía era cariñosa, atenta,
cordial...
Durante muchos años mi clase
estuvo en el piso superior, justo en la misma zona que la suya. “En tu clase,
me decía, hay mucho ruido de sillas; los niños se te están yendo de las manos…”
Yo le sonreía y le decía que no, y entonces ella, replicaba: “lo que yo te
diga, y no me rechistes”.
Ahora cuando haya llegado al
cielo, ella tan perspicaz, tan aguda, tan poco amiga de las fotografías y tan
amante de las flores – por eso la rosa blanca - se habrá reencontrado con la otra parte del
claustro que se nos fue yendo…. ¡Así es la vida, unos en una orilla; otros, en
la de enfrente!
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