viernes, 22 de noviembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lluvia




Dios madruga, madruga mucho. Dios se levanta temprano. No clareaba aún cuando esbozó una sonrisa y echó mano a la metáfora del maestro Barbeito y se puso a tocar ’el arpa de la lluvia’. Dejó caer una melodía a modo de gozo suave, lento, dulce y acompasado sobre la tierra sedienta.

Primero, un rumor lejano. Luego, más de cerca, un murmullo indefinido.  Se incrementaba. Era un graneo sobre la criba. Dejaba pasar justo las gotas necesarias, una cortina de vaho y seda, un repiqueteo de plumas de ángeles en los cristales de la ventana. Como aquellas golondrinas de Bécquer que refrenaban el vuelo…

La campana  pequeña  de la espadaña de Flores llamó a oración. Era hora de maitines. Esa hora, íntima, embrujada en que dice el alba que ya viene el día. El Hacho se subió la cogulla blanca de cisterciense porque el día pedía hábito de grandes solemnidades y asistió a la oración como todas las mañanas pero ésta de una manera especial y supo, entonces,  que el Creador descendía como ‘lluvia sobre los campos, como el rocío sobre la tierra’.

Luego, despacio, se abrió paso la luz. Como, al principio, una vez más, cuando Dios separó la luz de las tinieblas y dijo aquello día y noche, y ‘Día Primero’. No se atrevía a romper del todo. Lo hizo entreabriendo la puerta con mucho tiento. El cielo tenía color de panza de rucha nueva; las nubes, de tul tan sutil y tan fino que con solo un suspiro podrían romperse.

A media mañana Dios echó el sol un rato al recreo. Fue un recreo corto, casi visto y no visto porque los gorriones se revolcaban en los charcos y podían resfriarse. Los mirlos, entre los pámpanos de la parra, veían un tintineo de gotas  que se descolgaban desde las últimas uvas. Era como llanto de lágrimas de almíbar.

Las palomas suspendieron el vuelo mañanero. En el lomo del tejado veían como todo estaba bajo un manto  nuevo que hacía mucho tiempo que no veían y que bajaba del cielo. En el campo se hizo un silencio profundo, largo, un silencio en el que Dios hablaba a quien quería parase y escucharlo mientras Él,  seguía ‘tocando el arpa de la lluvia’.




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