Desde la lejanía, el pueblo es
una pincelada blanca de tejados rojizos en medio de encinas centenarias. No transita casi nadie por la carretera que
me ha traído hasta aquí; paredes de
piedras secas, a ambos lados, separan las propiedades en la dehesa. Vacas, cochinos, ovejas que se acercan a beber a una charca… He llegado sobre mediodía. A esa hora, el sol, ya alto, no proyecta las sombras. El pueblo sosegado y
claro. La luz reverbera en las fachadas
blancas.
Paso por delante de la ermita;
está cerrada. Me he detenido un momento. Busco algo de orientación pero en el
fondo es una excusa. Respiro. Me siento a gusto. Cruzo varias calles. Amplias,
diáfanas. A ambos lados, casas grandes,
solariegas. Tienen más fondo que fachada. Están cerradas las puertas; ventanas
con rejas. No hay gente en la calle.
Desde la carretera veía cómo sobresale la torre de la iglesia
por encima de los tejados. El edificio
de la iglesia, enorme; la torre, de piedra, tiene varios cuerpos y ventanales
en el último para el volteo de las campanas. La torre está rematada por una
veleta y, desde el último, hasta llegar a la veleta, un enladrillado de
azulejos azules y blancos le da un toque distinto.
Llego a la casa de mi amigo. Es
una casa grande; muy grande. Unas reformas le han abierto una puerta – que
también está cerrada – justo al costado. Son como aquellas puertas de servicio
que antiguamente comunicaban con el interior y llevaban al visitante hasta lo
más profundo de la casa.
La puerta principal – tiene un
escalón alto - estaba entreabierta. Una
cadena pequeña dejaba solo una rendija… La casa de mi amigo tiene la frescura
que dan las casas muy grandes en la que el sol no calienta más allá de los
muros de piedra. A ambos lados tiene habitaciones pero la vida se hace en el
interior. Más al interior. Dependencias grandes, una cocina muy espaciosa; una
chimenea – servida la acogida de hogar y de amistad - da lumbre y calor en
invierno…
La casa de mi amigo termina en
un patio enorme. Mi amigo tiene un huerto primoroso con hortalizas, frutales,
unos parrales ahítos de racimos, unos
naranjos que se pespuntean de azahar en primavera, un pequeño invernadero donde
consigue fresas, un azufaifo que lo invade todo; un corral con gallinas en uno
de los laterales… Pongamos que hablo de Encinasola.
Ya puedo decir que he visitado Encinasola de la mano de un amigo. Gracias
ResponderEliminar