domingo, 17 de noviembre de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El pueblo





¿Dónde está el pueblo? He llegado a la estación a media tarde de un día de otoño ventoso; a lo lejos, antes de entrar en el túnel, desde la ventanilla del tren, miraba una ciudad asomada en las crestas de los cerros,  ahora no la veo. Me pregunto por qué siendo tan bella, Alora se esconde a la mirada de los viajeros…

Yo  veía una ciudad blanca. Un pespunteo de hilo impoluto fijado al paño. Algo sublime en el borde de un precipicio. Un bordado de primor salido de unas manos exquisitas.

Se detiene el tren. La estación está solitaria. No hay más  gente que la que ha bajado del tren. En la acera de enfrente, aparcados, los coches aguardan el retorno de sus dueños. Están ahí desde las primeras horas del día. Están cerrados los bares, el estanco, la cantina…

 El tren partió de Málaga no hace mucho tiempo. Ha cruzado por una vega ubérrima plantada de cítricos. Por un tiempo, la vía vino paralela a otra vía. Es la del tren de Alta Velocidad. Ese tren de progreso que viaja tan rápido que ya las distancias, entre ciudades, no se miden en kilómetros sino en tiempo.

El tren llegó a la estación de Álora después de traspasar la oscuridad de un túnel. El trazado de esta vía es del siglo XIX. Alora y Málaga, desde entonces, más cercanas. Ahora, cuando los tiempos ‘adelantan que es una barbaridad’, hasta este corto trayecto de poco más de  media hora nos parece como algo que va muy lento. Nos devora la prisa.

El crepúsculo en estos atardeceres cortos de otoño pone en el cielo resplandores rojos, anaranjados, violetas, ocres. Las nubes plomizas se cambian en colores que evocan sueños imposibles. Toman figuras de capricho. Los pájaros hurgan en la frondosidad. Buscan una rama en los árboles de la estación donde pasar la noche.

El castillo, a la izquierda, en lo alto de un cerro. En sus laderas  crecen árboles raquíticos. Es el único que se atreve a sacar pecho, a presentarse al descubierto con  heridas cicatrizadas  de las batallas de otros tiempos. Al otro lado, a la derecha, una espadaña se levanta erguida sobre una ermita blanca…
Me  lo pregunto. No hallo la respuesta. ¿Por qué siendo tan bella, Álora, se esconde a las miradas de los viajeros?




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