Era diminuto, saltarín de uno a
otro palito de la jaula, inquieto. Bueno, todo lo inquieto que es un pajarillo
de jaula de la que nunca salió y donde siempre hizo su vida. Tenía la pluma
amarilla, los ojos negros y el pico, cuando se hizo más viejo, un poco
encorvado hacia adelante pero mi madre
le recortaba las puntas, cuidadosamente, con las tijeras y así podía
comer sin ningún problema.
Mi madre lo bautizó con el
nombre de Felipe. Tenía dos bebederos,
por si uno se le derramaba, dos comederos, y una pequeña bañerita donde se daba
unos chapuzones de escándalo. ‘Va a llover, me decía mi madre, porque Felipe ha estado toda la mañana de baño’.
Cuando, en los meses de
invierno, el sol calentaba por las mañanas, mi madre lo sacaba a la terraza.
Colgaba la jaula en una alcayata grande que yo le había preparado, a la
izquierda, conforme se salía, entre la puerta y el jazmín que se vestía de
mariposas blancas cuando llegaba mayo.
Mi madre me tenía siempre con
un pre aviso: ‘tráeme, alpiste’; ‘tráeme, vitaminas’; ‘tráeme, cañamones…’ Ella
por su cuenta, le ponía, cada mañana, una hojita de lechuga tierna enjuagada con unas gotas
suaves de lejía por si traía productos químicos de la huerta, huevos duros
desmenuzados, y una concha que era el esqueleto de un calamar para que no le
faltase el calcio…
Se lo compré en la pajarería
que mi amigo Rafael regentaba en calle Panaderos. Le dije que era para mi madre
y que estaba en dudas si llevarle un ‘roller’
o un ‘malinois’. Rafael me aconsejó bien: el malinois. Es un pájaro ‘ventanero’
y, a ella, la va entretener más…
Mi madre andaba por la casa y Felipe desde su jaula le cantaba y
cantaba. Mi madre lo saludaba y, entre ellos, se entendían. En las tardes de verano mi madre
se sentaba en su mecedora, frente a la puerta de cristales que separaba el
resto de la casa del portal, y él estaba en su jaula, como un reyezuelo en su
reino de taifas.
Cuando mi madre cayó mala, Felipe dejó de cantar. Durante siete meses estuvo inconsciente; él perdía la
alegría por días. Mi madre murió, un Martes Santo, dos de abril, día de San
Francisco de Paula, su onomástica. El Lunes de Pascua, Felipe amaneció muerto
en su jaula…, se había ido al cielo que Dios reserva para los canarios buenos.
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