El campo está harto. Hace
tiempo que se hartó de estar harto y ahora parece que, como en el circo, el más
difícil todavía, llama a la puerta. Aquello de rizar el rizo o de pedir
imposibles como peras a los olmos o que los ríos corran del mar a las montañas,
ya está aquí.
En Madrid se han concentrado
personas de todo el ámbito de eso que en un tiempo se llamó España – don Antonio
Machado dijo que Madrid era el rompeolas de las Españas – y alguien, no sé quién,
que era el mejor puerto. Todo puede ser verdad. La gente acudió, formó ruido y
se volvió con las manos vacías.
La copla dice “arrierito es mi
amante con cuatro mulas / tres y dos son del amo, / las demás suyas”. La copla
lleva razón. También lleva razón aquella que habla del rocío mañanero, del
calor del mediodía día, de los mosquitos de la noche. Lo cierto es que el
hombre no quería ser labrador.
Desde los despachos – donde por
cierto usan aire acondicionado, fresquito, fresquito en verano y calefacción en
los días crudos del invierno – legislan y ahoga, lentamente, con decisiones
poco comprensibles, leyes, decretos y papeles al hombre que honradamente quiere
ganar el pan – no siempre con poco sudor- de cada día.
Cada Comunidad tiene una ley y
la contraria; dice a su antojo y capricho lo que según algunos, conviene. Ignoran que cuando cruzan las tórtolas,
cuando vienen los zorzales o cuando un río de música estridente y lejano
acompaña a las grullas que van o vienen es el imperio que determina la madre
Naturaleza de la que ellos se autoproclamado defensores. Puede parecer una
exageración. Hay quien no distingue una corcoja de una encina; un chaparro de
una carrasca, un roble de rebollo o un cernícalo de un halcón.
Está el campo – la ganadería y
la pesca, también – en una situación dura, muy dura. Crisis de precios, guerra
comerciales, burocracias, gente que decide por los otros que solo - ¡y tan
solo! – tienen en sus alforjas algo así como el sentido común… y a los que
ignoran.
Una compañera asistió con su
clase de infantil a una granja escuela. Un algarrobo, ahíto de fruto: “Venid,
venid, que vais a ver, llamaba, el árbol que da los pimientos”. Naturalmente
era una adalid del ecologismo… ¡Hartos de estar hartos!
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