Tarde ventosa, revuelta. Tarde
con el sello propio de la estación que entra. Alguien dijo que la primavera
solo es placentera en el alma de los poetas. Llevaba razón. No hay tiempo ni
más cambiante ni más anárquico que estos días en que el calendario dice que
hemos mudado de estación.
Están las nubes de paso. Este año
parece que se han olvidado de nosotros. Al igual van y descargan en otras
tierras; en la nuestra, no. Son nubes que se escurren por las sierras y los
trigales que alargan sus espigas vacías de grano les dejan suspiros de anhelos
pero se los lleva el aire.
Está la huerta ahíta de perfume.
Revientan el azahar en los naranjos. Hay otros azahares pero esos huelen menos.
Los más embriagadores son los que despiden los naranjos amargos. Hubo un tiempo
en que la fábrica de esencias, que
estaba junto al puente que se llevó la riada, abría sus puertas. “Ya están
tomando el azahar” se decía entre la gente del campo.
Con una caña se vareaba el
naranjo. Un fardo lo recogía. Era un rocío de pétalos blancos. También tenía su
aplicación la hoja del naranjo amargo. En unos alambiques hacían la destilación
y el perfume del río viajaba a tierras lejanas, Francia, en este caso para convertirse
en perfume…
Eso era en otro tiempo. La
fábrica cerró. Todo queda en el recuerdo de un edificio con cierto estilo por
fuera y vacío por dentro. Les han dado otras ocupaciones pero nunca ninguna tan
excelsa como extraer el perfume del azahar.
Dice el hombre del telediario
que ha entrado a no sé qué hora de hoy. Da lo mismo. Don Antonio Machado en sus
versos va a seguir preguntando a Palacio, ‘buen amigo,’ por la primavera
soriana y por los ruiseñores, por las abejas que liban en el tomillo y el romero,
y por las margaritas blancas y le pedirá, una vez más que “con los primeros
lirios / y las primeras rosas de las huertas , / en una tarde azul, sube al
Espino/ al alto Espino donde está su tierra…
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