Enjuto y de nariz larga. Menos
carnes que un andarríos, y más patas que un cigarrón. Ojos de saltón del
tocino. Tenía pronunciada la nuez y un par de orejas que parecían soplillos de
los que servían para encender la copa en la acera de la calle con cáscaras de
almendras, ‘carbón de encina y picón de olivo’ en las tardes de invierno cuando
arreciaba el aire de arriba…
Ella, una joyita. Cuerpo proporcionado.
Rubia, redondita de cara; el mentón lo suficiente sugerente como para
encandilar desde lejos. Ojos profundo, mitad verde, mitad azules, como si uno
de los dos colores, hubiese tenido la
tentación de volverse a la mitad de camino.
Tarde de sábado. La pareja
decide ir a dar una vuelta. Andan medio mundo (la otra mitad, ahora, ahora les cuento).
A ella le duelen los pies; él, no se cansa nunca. Propio para seguir ‘el
paseo’. Se sientan en un bar. Llega el camarero:
-
¿Qué va a ser?
-
A mí, me trae un platito de jamón del bueno, un
poquito de queso y una copita de Tío Pepe muy frío…; a ésta, un vaso de agua y
un palillo…
-
Oye, que a mí, también, me gusta…
-
Extiende el brazo y señala, ¡mira, ésta, y a
aquel y a aquel y aquel….
Siguen la marcha. Ella le propone.
-
Esto está hecho un asco. Vamos a venderlo todo y
nos vamos a Hawai o a Nueva Zelanda…
-
Hawai, dice él, es un paraíso volcánico,
exuberante y bellísimo; Nueva Zelanda, una copia del Paraíso terrenal…, así que
podemos hacer lo que queramos menos comer manzanas, que mira la que se lió, y fue
solo una…
-
Con lo
que a mí me gusta comer manzanas…
-
Pues¡ hala!, ¡hala!, que no ha habido todavía
bastante; tú, sigue, sigue…
Camino de la casa, ella
condescendiente.
-
¡Qué amable has sido conmigo! ¡Llevarme al fin del
mundo… Esta noche pídeme lo que quieras…
-
Pues, entonces, pensándolo bien, contesta el
mozo, tápate, y no con hojas de parra, que luego lo cuentan en los libros, y tó se sabe… ¡Hazme una tortilla de papas
con cebolla…!
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