De rosa y nardo la
vio Antonio Vergara; de cal y embrujo la ve el río que se siente parte de ella,
de su cielo azul lleno de palomas que bajan a beber a la fuente; la del Piyaya
y el Berbia, y el Cojo de Adelina, y la del maestro zapatero que, en la
Callejuela, hacía las botas con suela de camión y piel de becerro, y no las
rompía ni Dios, y la de la Virgen de Flores - la que nos trajeron de Encinasola
- y la del Señor de las Torres…
Es la Álora de tantos que, como en los versos, de
Juan Ramón se fueron yendo y el pueblo se hizo nuevo cada año y de ellos, se
quedó el recuerdo.
El castillo – el
castillo de las Torres – es el balcón para ver como cada mañana asoma el sol
por los Lagares, “…partío de muchas
viñas, - en otro tiempo - que estoy queriendo una niña y no me la da
su mare” - y, en su recato pregona que encierra entre sus muros la
historia. “Álora, la bien cercada / tú que estás en par del río…” El río de
ella, y tuyo, y mío; el río, nuestro.
Sobresale, entre la
cal blanca, el campanario. Se empina sobre sí mismo, se asombra. Ve cómo juega
al escondite con el caserío blanco disperso, sembrado a voleo entre huertas de
limoneros. No escucha – el río - porque ya no tocan las campanas, como tocaban
antes, ni a gloria, ni al angelus, ni a fuego, ni a muerto.
Álora de ruiseñores
en la riberas y de alondras en los trigos; de jazmines que hacen biznagas; de poca agua en las fuentes y… lo ve cómo se
aleja y en un regate besa los pies de Pizarra y sigue camino. Ahora lento. No
tiene prisa. Saluda a la Cartima romana con un muñón de castillo sobre una
ermita blanca. Remedios en Virgen y remedio como bálsamo de devotos que acuden,
cada año, a cumplir lo que prometieron.
(Fragmento
de “El río nuestro”. Publicado en la Revista: Desde el Alto Guadalhorce. Núm.
8)
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