jueves, 7 de marzo de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Alora, de rosa y nardos







De rosa y nardo la vio Antonio Vergara; de cal y embrujo la ve el río que se siente parte de ella, de su cielo azul lleno de palomas que bajan a beber a la fuente; la del Piyaya y el Berbia, y el Cojo de Adelina, y la del maestro zapatero que, en la Callejuela, hacía las botas con suela de camión y piel de becerro, y no las rompía ni Dios, y la de la Virgen de Flores - la que nos trajeron de Encinasola - y la del Señor de las Torres…

Es  la Álora de tantos que, como en los versos, de Juan Ramón se fueron yendo y el pueblo se hizo nuevo cada año y de ellos, se quedó el recuerdo.

El castillo – el castillo de las Torres – es el balcón para ver como cada mañana asoma el sol por los Lagares, “…partío de muchas viñas, - en otro tiempo -  que estoy queriendo una niña y no me la da su mare” - y, en su recato pregona que encierra entre sus muros la historia. “Álora, la bien cercada / tú que estás en par del río…” El río de ella, y tuyo, y mío; el río, nuestro.



Sobresale, entre la cal blanca, el campanario. Se empina sobre sí mismo, se asombra. Ve cómo juega al escondite con el caserío blanco disperso, sembrado a voleo entre huertas de limoneros. No escucha – el río - porque ya no tocan las campanas, como tocaban antes, ni a gloria, ni al angelus, ni a fuego, ni a muerto.



Álora de ruiseñores en la riberas y de alondras en los trigos; de jazmines que hacen biznagas;  de poca agua en las fuentes y… lo ve cómo se aleja y en un regate besa los pies de Pizarra y sigue camino. Ahora lento. No tiene prisa. Saluda a la Cartima romana con un muñón de castillo sobre una ermita blanca. Remedios en Virgen y remedio como bálsamo de devotos que acuden, cada año, a cumplir lo que prometieron.

(Fragmento de “El río nuestro”. Publicado en la Revista: Desde el Alto Guadalhorce. Núm. 8)

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