Para ti...
domingo, 30 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Río de magia
Río de albures de dorsos azules
y vientres plateados. Río de sueños y requiebros; río de esencia que se
enseñorea entre álamos y vegetación de
ribera y admira una tierra de arte. ¿Por Gelves pasa despacio? No. Por Gelves se
recrea en la tierra donde nació ‘el Gallo’…
“Coria es una sirena fluvial
varada entre la marisma y el Aljarafe”. Lo dijo Barbeito. Amén. En Coria - ‘Coria camaronera’ – una sirena rubia que
subió no sé cuando por el río ofrece un puñadito de camarones… Yo voy, de la
mano que me guía, otra sirena de tierra adentro. ¡Suerte la mía!
Todo es plata y magia. Todo es
quietud y dice hasta donde llega la marea cuando sube y toma lo que es suyo y
pulsea al río porque hasta aquí, me dicen, vino de tierra de Oriente y sembró
de rasgos orientales esta orilla y por eso…¿Y por eso…?
Y subimos al Cerro. Paco, un
hombre de esos hombres que andan pegados a los templos, nos enseña la capilla
de la Vera Cruz y me cuenta – nos cuenta – que tres Cristos navegaban camino de
América. Frente a Sevilla se ancla, por azar, el barco. Mucha carga. Sueltan
lastre. Dejan una imagen. En San Juan ocurre lo mismo. Pasa igual en Coria… Los
Cristos ‘no quieren’ ir a América. Nacen tres cofradías con el mismo nombre:
Vera Cruz. Siglo XV, por más señas…
En La Puebla, el río es asombro
y hechizo. El río es quietud y caracoleo ¿como cuando el maestro abre el capote
y dibuja la media que se pierde por el aire…? ¿Cómo esas bandas de pájaros que
pespuntean el cielo de la Dehesa Baja? ¿Cómo esa niña de ojos achinados que se
quedó desde el tiempo cuando vino aquél y
perdura y dice: ‘aunque falte de aquí, éste es mi pueblo’?
Sigue despacio, muy despacio el
río. Nos sentamos en su orilla. Me pregunto si va o viene o está quieto o sí
quiere ser espejo para que se miren los barcos como ese, como ese que baja,
precisamente ahora, y va camino de alguna parte…
Se va la tarde. En la laguna un puñado de flamencos apuran
los días antes de reemprender el vuelo. Están vacíos los nidos. No hay
cigüeñas, esas que “vistes de pluma y garabato encinas y acebuches”. Eso,
también, de Barbeito. Y cierro los ojos
y te sueño…
viernes, 28 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Marsima y dehesa
28 de
septiembre.- Esta tarde he hablado con los Richter. Tienen una casa en los
Aneales. Pasaban por camino. Daban su paseo diario; el de cada tarde. Cuando
los veo venir recuerdo aquello que se contaba de Kant, que la gente ponía el
reloj en hora al doblar la esquina. Los Richter, cuando les llegó la
jubilación, cambiaron las cercanías de Rheinsmünter, a orillas del Rhin, por el
aire tibio del sur, cerca del Guadalhorce. “Soñaba, me comentó, en cierta
ocasión, la señora, con este día”. La señora Richter es retraída y prudente.
Habla lo preciso. El señor Richter es más locuaz. A veces me habla del su país
y de los contrastes que observa aquí. “El gobierno alemán, me ha dicho, cuando
promete algo, lo cumple”.
Yo, le
he comentado que aquí todo es diferente. El Guadalhorce agoniza. Lo matan los
vertidos de las barriadas de El Chorro, Bermejo, La Loma, Las Mellizas,
Bellavista, La Molina, El Puente, la Estación y la propia ciudad de Álora. La maleza ha invadido el cauce. Dicen,
falsamente, que no lo limpian por respeto a la fauna acuícola. Le he comentado
que lo que esconden es la ineptitud para resolver los problemas. Es más, le he
dicho que todo puede ser fruto de la desidia propia nuestra. Hoy, precisamente,
se han cumplido seis años de la última gran inundación.
Casi
con dos luces he regresado. Me ha dado por echar un vistazo a una antología de
poetas del 27. Hay un puñado de poeta olvidados. Casi nadie los recuerda.
Pienso en ellos. Fernando Villalón, Villaespesa o Moreno Villa. No los mató la
revolución y sí el olvido o el exilio.
Cuestión
de gustos... De Villaespesa guardo un recuerdo en la lejana melodía del
agua cayendo por los caños de las fuentes de su pueblo, Laujar de Andarax, una
noche muy fría de febrero, mientras leía
sus versos impresos en el mármol. Yo me escapaba de mí mismo; el agua, de
las entrañas de la tierra; de Moreno Villa, el desconocimiento de
su persona y de su obra, que tenemos su paisanos malagueños casi asombra;
de Villalón, las praderas de cuajadas de margaritas que se comerán los toros
que nunca tendrán los ojos verdes… Mañana, yo voy a ver parte de esa dehesa
guidado por manos amigas. ¡Suerte la mía!
jueves, 27 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Jabalíes
Están ahí, en la sierra. Como
quien dice a un palmo de tierra monte arriba, amparados en la maleza y en los
recovecos de las quebradas, al abrigo de las umbrías de las cañadas, en los
cahorros entre los zarzales y las correntías de aguas en las cabeceras antes
que el hilo se pierda porque se lo traga la tierra.
Dicen que ya son casi plaga –
porque son demasiados y por los daños que originan - en algunos sitios. Los
agricultores que lindan con el borde de la sierra sufren daños continuos. Los
animales hozan en los alcorques de los árboles, rompen el sistema radicular de
barbas, destrozan los sistemas de riegos por goteo y tienen hechos verdadero
hoyos buscando el frescor de la tierra que no está caldeada por el sol.
Hace un tiempo los jabalíes
estaban en lo más tupido y más inaccesible del monte. Eran algo así como
animales de leyenda y propios de otras tierras, pero no de éstas. Poco a poco
aumentó la población. Comenzaron a bajar. Primero llegaron donde terminaba la
tierra labrada; luego, descendieron más, y se veían en las zonas donde encontraban ‘otra’ comida
diferente. Así tropezaron con los
maizales, con los huertos escondidos en los veneros, con las albercas que
recogían el agua en las cabeceras.
Ya acuden, abiertamente, hasta
los cultivos. Se ven fóllegas de su paso
cada mañana en la hierba fresca, en las
lindes, en los revolcaderos y en los derroteros de su paso porque estos tienen
sus caminos marcados y los siguen inexorablemente.
Me dicen que los furtivos salen
a su encuentro. Conocen sus secretos y
la manera cómo se mueve en la oscuridad, y los abaten con rifles en el silencio
y en la espesura de la noche. Ya han cambiado de pelo los jabatos y ahora,
animales pequeños, siguen a las madres por los vericuetos del monte.
Hay noches en las que los
perros ladran y ladran. Ellos saben que estos perros garabitos no son los
perros de las raleas en las monterías y se sienten superiores y confiados y llegan hasta casi los bordes de
la casa y…
miércoles, 26 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La palabra de la Sierra
Ha venido con el correo. Me lo
ha mandado Fermín – Fermín Adame Galván – que vive a orillas del Múrtiga, o sea
de la Ribera, igual que vive la Virgen de Flores. Lo que ocurre es que Ella
vive más cerca de Portugal y él en Encinasola pero eso es cosa de ubicación de
los lugares. Acaba de enviarme una joya lingüistica: “Diccionario de la Sierra”
de Rodolfo Recio Moya.
Llegar y empezar a beber en su
fuente… ¿Qué les digo? Si para luego es tarde… La Sierra aporta un regalo más. Encinasola
a la que yo quiero tanto y de la que digo que está lejos de todas partes,
bueno, de la Sierra, no; de la Sierra, al lado. Es casi, pero no. Es la Sierra de
Aracena y Picos de Aroche. A la verita de Portugal por donde el sol se va cada
tarde camino de América…
Abro. Me encuentro: “Caganito”.
S. Herrerillo común, y me entero que Tomás López tiene publicado: “An. (TS, hoy
solo en topon.). Lugares de Encinasola, a los que se les atribuye un origen
gallego y leonés: Cancionero y tradiciones de Encinasola, 30)…
Ese herrerillo común de pecho
amarillo como el azufre y capirote azul andará entre las hojas del bosque caducifolio
de castaños y quejigos buscando los bichillos bajo la hojarasca echada al suelo
cuando es otoño.
Los hombres del campo, antes, por estos días tendrían preparado el royete
para que la cangá no haga matauras en los pescuezos de las bestias. Tiempo de sementeras.
En los pueblos de la Sierra
cuando había niños jugarían al repión al salir de la escuela y, en las tardes
de verano, las niñas cantando en la rueda, “a la lima y al limón / tú no tienes
quien te…” y soñando con el amor que iba
a venir una tarde de candilazo antes, mucho antes, que terminase – “que te
quise no lo niego / que no te quiero es verdad…” - como las tapias arrumías por el abandono y
olvido.
En las noches ábregas los
hombres jugaban a la maliya y, en la primavera, los trigos oseaban novios y los
pueblos romerías…
Llegará el acabo de las
castañas, empezarán los resencios y la
Sierra será aún más ella almacenando tiempla de lunas y vientos y vida en la palabra que se hizo historia en
los recuerdos.
martes, 25 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ufff....
25 de
septiembre, martes, calor de verano.- He tenido una movida interna en la
reubicación de libros en la biblioteca. Me reencuentro con “Los Pilares de la
Tierra” de Kent Follet. Le he echado un
vistazo por encima. Cuando lo leí, en su día, saqué una conclusión: a pesar de
que todo sale mal el mundo marcha sin nosotros.
También
tiene sitio ‘nuevo’ un libro comprado en el último viaje a Madrid, en el
Pasadizo de San Ginés, esquina con la calle del Arenal. Lo encontré en un
librero de viejo, “Historias de una taberna”, de Antonio Díaz-Cañabate. Llevaba
tiempo tras su búsqueda. Me dio una gran alegría poder reencontrar a dos
amigos: a la obra y al autor con quien obviamente nunca pude hablar pero, a
veces, los autores de algunos libros son nuestros amigos. Tiene sabor, esencia,
enjundia y casticismo. Como los vinos buenos -y va de taberna- hay autores que
no pierden con el tiempo. Puede sonar a tópico. No es el caso. A don Antonio lo
conocí cuando compraba aquellos libros de, a cinco duros, que RTVE puso en
marcha para aficionar al personal a lectura. Yo me las andaba, entonces, por la Escuela Normal. Cinco duros era
mucho dinero y uno fue comprándose la colección con el sacrificio propio de
quien estaba a la cuarta pregunta.
Me
dicen que en Sevilla arden – por calor y por deseos – de que cambie algo el
tiempo. De petición de cambios pueden andar algunos políticos. Leo que en las
cloacas del Estado a una señora ministra que conocen por la ‘Lola’ le han
abierto brecha. Señora, no le compro la ganancia…
Hay
días en que no ocurre nada, o casi nada, y me entero, también, que otra política de alto copete ha
manifestado en una entrevista en televisión que comenzó a trabajar con catorce años. Señora,
¿eso es una ilegalidad, verdad? En mi pueblo las niñas de catorce años en
aquellos años de infausto recuerdo trabajaban en la casa de los señoritos por
jornales de miseria… Los niños no lo tenían mejor. Porqueros o guardando
animales en los cortijos… por la comida y unas migajas de jornal. Aquellos
tiempos sí que eran duros, y ¿sabe usted? conozco a algunas y algunos con una
gran dignidad, entonces y hoy, y yo me siento muy orgulloso de la amistad con
que me honran. Ojalá pudiese decir lo mismo de ustedes, ambas, dos.
lunes, 24 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La zumaya
El aire, en las noches de
invierno, ululaba en el tejado. Entraba por
el humero y bajaba por la chimenea. Cuando soplaba fuerte revocaba. Hacía humo.
A los niños el humo nos molestaba en los ojos y era la ocasión apropiada para mandarnos
a la cama.
En el silencio de la noche se
escucha la zumaya que se posaba en las casuarinas que había en el borde de la
vía. Antes de que nos venciese el sueño ella se encargaba de meternos el miedo.
Esa manera tan suya de comunicarse con las otras aves nocturnas a nosotros nos
sobrecogía.
Las sombras de la llama del
candil dibujaban figuras muy raras en la pared. Tenían formas de demonios y de seres de otros lugares. Creíamos
que venían por los niños que habíamos
sido malos durante el día.
La zumaya se las andaba,
algunas noches, por el palomar y, entonces, se escuchaba un tropel de palomas
asustadas que en la oscuridad se veían indefensas ante el ataque de aquel bicho
que se había colado por la pequeña tronera y que venía a chuparles la sangre.
Algunas veces ladraban los
perros. Mi abuelo sabía por la manera de ladrar si les hacían frente a otros
perros, si a era a alguien que pasaba por el camino, o si era a un zorro que
bajaba desde las zorreras buscando alguna gallina incauta que no se había buscado
una rama segura.
Algunas veces pegaban en la
puerta. Era algún vecino. Los vecinos, en el campo, en las noches de invierno,
acudían a las casas cercanas y formaban una tertulia. Los niños antes de
acostarnos poníamos el oído atento a las historias que contaban. Todas nos
parecían fantásticas y así supe que, Paco Reyes a quien yo quería mucho, una
vez contó que había visto un lobo… y nosotros en nuestra ingenuidad veíamos los
ojos brillantes del lobo al otro lado de la ventana.
Cuando pasaba el último tren,
el exprés que iba a Madrid, en el campo, y en invierno, ya era casi media
noche… La zumaya seguía en las casuarinas que había al otro lado de la vía y a
nosotros nos vencía el sueño y quedábamos rendidos en la inocencia.
domingo, 23 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pueblo de luz
Se asoma de puntillas. Como el
niño travieso que se eleva sobre sí mismo y quiere ver qué paraíso le aguara a
al otro lado de la tapia. Se empina. Ha puesto las yemas de sus dedos en el
filo de los montes: el Cerro de las Torres, el Calvario, el Cerro – que no se
ve pero se intuye – de las Viñas.
Es ella. Blanca e impoluta,
ella. Esencia pura, ella. Pespunte de cal blanca que reverbera bajo el azul de
cielo casi limpio. Ella que sueña más allá, en otro más allá al que le cuesta
llegar a través del espacio, del tiempo, de ese no sé qué que flota y que
arrastra el viento. Ella sabe que el Dorado está siempre un poco más allá, solo
un poco más allá de donde nosotros podemos llegar.
Una banda de palomas vuelan
desde algún sitio a alguna parte. El
cielo de Álora sin palomas sería un cielo cualquiera. Es un imposible. Cruzan
el azul limpio. Es su cielo, el nuestro. Por un rato lo hacen de ellas, de las
palomas, claro. Han dejado el palomar. Buscan la campiña para echar el rato,
para pasar esas horas del día antes que apriete el calor…
Hay destellos de luz. Juegan, festonean con la limpieza del agua.
Francisco J. Rosas Bellido nos ha regalado un río de ensueño. Parece otro río.
Como si se hubiese escapado de aquello que llamaban el paraíso. No sé a qué
hora decidió sentarse en su orilla y se llevó en la retina la quietud, la
belleza suprema, la paz que, a veces, cuando no se espera va y nos regala el
río.
Arriba, como desprendido en el
horizonte azul, el Hacho. Entre el monte y el río, el pueblo. No pueden ser el
uno sin el otro. Monte, pueblo y río; cielo azul con pinceladas de nubes
deshilachadas. Quisieron unirse a la fiesta…
Revienta la vegetación en la
orilla. Aneas, juncos; un poco más lejano, árboles de la ribera. “Áboles de la
ribera / tened compasión de mí / que estoy queriendo de veras / a quien no me
quiere a mí / ni una mijita siquiera…” Lo dice la copla. Arriba, ella, Alora de
cal y embrujo; abajo, el río de agua quieta…
viernes, 21 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Celestinas
Dicen que vienen de lejos, del trópico. O sea, de los sitios más
calientes. Arbustivas y siempre verdes. Es una planta que desarrolla, en
ocasiones, con bastante voracidad y es invasiva del espacio que ocupa
privándoles a otras plantas cercanas a ellas en los arriates, incluso de su
espacio.
Su color azul, a veces intenso,
y otras más suave hace que al plumbago, que ese es su nombre, también se la
conozca por celestina. Las hay de color azul intenso, otras, más turquesas y
las hay, incluso que aparecen con un color desleído, como despintadas.
Tienen el color del cielo
cuando ya declina la tarde; el color de los ojos de la niña aquella que vendía
revistas en el quiosco de la esquina cuando íbamos a clase y subíamos la cuesta
del Ejido antes de doblar calle Carrión; tienen el color turquesa de la mar
cuando vende calma…
En algunos jardines ocupan
rincones de privilegio; en otros, tienden a subirlas para que hagan emparrados
y den sombra en verano; otros, les peinan sus formas a modos de setos o en bolas de tamaño considerable…. Sus flores se
abren desde una espiga. Les dan aspecto de belleza delicada y sutil.
De donde vienen ella no pega el
frío. Está extendida por las zonas templadas de todos los continentes,
principalmente, África, América del Sur, Asia - donde cambia el color azul por otros
anaranjados – y por el mediterráneo de
Europa.
No son exigentes en cuanto a
suelos. Sí con las temperaturas. Les duele el frío – ‘temen’ al frío, dicen los
que saben - en su esencia y en los lugares donde pegan las heladas su
desarrollo es menor, e incluso paran el crecimiento. Amigas del calor, como el
jazmín - de hecho a ella en algunos
lugares la denominan, Jazmín de El Cabo y Jazmín del cielo – amigas del calor
del estío.
El plumbago no pide muchos riegos.
Los prefiere mañaneros cuando el sol aún no calienta ni abrasa; tampoco es muy
‘delicado’ en la selección de abonos y no quiere suelos encharcados…
Pide podas. Todas las plantas
arbustivas quieren podas severas. Florecen sobre los tallos nuevos. Duele, en
ocasiones, ‘sentarles’ la mano, pero es
necesario. En ello les va su subsistencia, es decir, la vida.
jueves, 20 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Flor de Jerusalén
Parece una margarita; no lo es.
Parienta lejana del girasol; tampoco. Flor para ramo, ni se te ocurra. ¿Prima
del crisantemo? como no sea por la cercanía en el tiempo de floración… Muchas
connotaciones con otras plantas que llenan escaparates en las floristerías pero
solo en apariencias.
Florece cuando el verano apura los días y el
otoño llama a la puerta, o sea de mediación de septiembre hacia adelante
aunque, a veces, puede adelantarse a finales de agosto. Su vegetación
abundante. En ocasiones, alcanza hasta los tres metros de altura, lo que hace
que el viento pueda perjudicar el desarrollo de los tallos. Los dobla y troncha.
La aparición de las lluvias, propias de este
mes y tiempo, hace que sus sépalos y
pétalos caigan con facilidad. Alfombran el suelo de amarillo. Sus tallos altos
se ven coronados por una ‘falsa’ margarita de llamativo color amarillo. Foco de atracción de
insectos, abejas sobre todos, que la visitan a diario para libar en ellas.
Tiene un montón de nombres. Pataca, tupinambo,
aguaturma… La más conocida flor o alcachofa de Jerusalén y curiosamente es
originaria de América. De México, como tantas otras, por más señas. Ya se sabe, desde el otro lado
del Atlántico nos ayudaron a llenar la despensa con muchos alimentos. Se
incorporaron a nuestra vida diaria.
Le reconocen, los que saben de
estas cosas, muchas propiedades. Dicen
que reduce el colesterol, es buena para sistema caridovascular y para el aparato
digestivo. Lo mismo ayuda en las digestiones pesadas que facilita el tránsito
intestinal. A pesar de la buena literatura que lleva consigo algunas
personas no la toleran y puede originar
ciertos trastornos.
De America vinieron hortalizas y tubérculos.
Este tubérculo comestible tiene un cierto parecido con jengibre por el color, sabor, y forma. No necesita suelos de especiales
características para su cultivo. Es amante de suelos ligeros y con un drenaje adecuado.
No se siembran a grandes profundidades y el tubérculo se desarrolla con más
facilidad una vez concluida la floración. Su siembra puede hacerse en los meses
de invierno antes del inicio de la primavera…
miércoles, 19 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Don Remigio
A don Remigio donde esté; a todos mis
compañeros de aquellos años en los que nos enseñaron a abrirnos paso en la
vida.
El aula de Ciencias Naturales
era espaciosa y con mucha luz. Estaba en la planta baja de la rotonda. Se
llegaba, después de bajar por la escalera de caracol, atravesando un patio con forma
de semicírculo cubierto con cristalera…
En uno de los laterales, una
ventana por la que entraba la luz. En el testero de enfrente, una vitrina
acristalada con muestras de mineralogía, animales y pájaros disecados, instrumentos de ciencias
y precisión. Tenía llaves pero las portezuelas nunca estaban cerradas.
El profesor de Ciencias
Naturales en 5º de Bachillerato era don Remigio Sánchez- Mantero. Había sido
director en el Instituto de Baeza y en el femenino de Málaga, el que estaba en
calle Gaona y donde había estudiado Severo Ochoa cuando en Málaga, la de las
‘cien tabernas y una sola librería’, también había un solo Instituto…
Don Remigio tenía la cabeza de
nieve. Un acento castellano (porque don Remigio era de Valladolid) en el que
pronunciaba la ‘elle’ de calle y no la de lluvia que pronunciábamos nosotros. Siempre
de traje, camisa muy limpia y corbata; zapatos negros y con brillo. Sus años – don
Remigio era ya muy mayor – hacían que entre nosotros, además del prestigio
académico tuviese un algo muy especial…
El libro de texto, las Ciencias
Naturales, de Salustio Alvarado. Un tocho. Más de trescientas páginas sin una
ilustración. A lo sumo, unos dibujitos a plumilla. A mí me vino muy larga la
Cristalografía. Le daban la mano la Estratigrafía y Geología Histórica, las
Esquizofitas, Talofitas y Muscíneas… (La alegría del barrio).
Algunas veces, como gente con
quince y dieciséis años entre nosotros afloraba una pizca de gamberrismo de
aquel tiempo, claro. Hecho el lipendi alguien sacaba un ejemplar de mineral de
su caja:
-
Don Remigio, ¿este pedrusco…?
-
¡Hijooo, saltaba como un resorte, no seas animal…,
eso no es un pedrusco, es un mineral!…
Déjalo en su sitio y no incordies.
Un día, el periódico publicó
que habían descubierto diamantes en Carratraca. La gente del pueblo se echó,
literalmente, al monte. Debajo de las camas, un auténtico arsenal acumulando con
todas las piedras ‘raras’ encontradas que había visto desde siempre pero que
ahora las pensaron como parte del tesoro…
-
Don Remigio, ¿se ha enterado usted que han
descubierto diamantes en Carratraca?
-
Anda, hijo, no digas tonterías y, atiende…
martes, 18 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Los niños
Los niños de Álora éramos como
todos los niños. Pero todos éramos diferentes. Había puntos – ahora dirían ‘puntos
de encuentro’ – donde confluíamos a las mismas horas, los mismos días y con las
mismas aspiraciones: el juego.
Entre los niños de mi pueblo
casi ninguno tenía bicicleta. Solo un par de ellos y los veíamos como a niños
que pertenecían a otro mundo. A nosotros nos unían los juegos comunes: el
trompo, las bolas, los ‘toreros’, el pincho en la puerta de la droguería del
Pintor un rato antes de entrar en la
escuela, un aro de cinc arrancado a un cubo que servía de rueda…
Jugábamos a indios y había
‘luchas’ contra otros niños del pueblo. Aquellas pandillas tenían entidad
propia, su líder y su tropa. Eran como las partidas de bandoleros pero sin
trabucos y con piedras. ¡Artistas de la pedrada certera! Las chumbas del Calvario,
las del ‘Veneno’… El Llanillo chico era el ‘Maracaná de pueblo’ del que
desconocíamos, naturalmente, su existencia…
Acudíamos a una escuela
inmunda. Ni agua corriente, ni servicios. Aire viciado y un aula oscura. El
maestro era el gran pedagogo que sacaba agua de pozos secos. Nosotros éramos
los pozos y él el héroe anónimo a quien valoramos muchos años después. Un mapa de hule, una pizarra, pupitres
bipersonales con tinteros de porcelana manchados de tinta…
Cuando llovía el agua corría
por las calles y nos poníamos chorreando metiéndonos en los charcos. A los niños de secano eso de pisar fuerte en
los charcos para mojar a otros que estaban distraídos era un deleite tan poco
común – porque llovía poco – que nos daba un placer especial.
Las tardes de verano eran
largas. El río, la escapada necesaria. Los ancones tenían su encanto y su peligro: la ‘Playita’, los ‘Remolinos’, la ‘Argamasa’, la ‘Nerisca’…
Eran otro punto al que se acudía como quien atiende a una llamada totémica. Fue
lugar donde descubrimos, con el paso del tiempo, que había otra cosa… ¡La llamaban vida!
lunes, 17 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. A vueltas con Pla
Lo he leído en el
diario El Mundo. Se ha publicado una obra de Pla, hasta ahora casi desconocida,
‘Viaje a Rusia’. El Viaje a Moscú lo realizó en 1925. Lo recibió su amigo Andreu
Nin en el hotel Lux. Cuenta lo que ve, y como casi todo lo que escribe, es
subjetivo dentro de la objetividad de un libro de viajes ¿Un contrasentido?
Puede.
A Pla, Josep Pla,
lo descubrí siendo yo muchacho. Me he leído gran parte de su obra. Al menos la
que he encontrado en las librerías de Madrid que es el mejor sitio -sigo buscando, también algunas cosas, amigo
Fulgencio, que tenemos pendientes y que no las he olvidado – para encontrar lo
que no hay en otros sitio.
Alguien dijo de
él – se han dicho ¡tantas cosas! - que escribió más de treinta mil páginas ‘sin
hablar de sí mismo y sin contar nada de su vida’. Este hombre, con una
cuartilla en blanco y un lápiz en la mano, era un verdadero artista.
Desde la anécdota
ante Nueva York iluminado – ‘y, esto quien lo paga’ que dicen que preguntó, a
ese patear todo el Ampurdán – l’Ampordá que se diría en los tiempos que corren
– hasta esos viajes en barco de cabotaje, de puerto en puerto, por todo el
Mediterráneo… Todo en la obra de Pla, en libros de viaje, es una delicia. Perplejo,
excéntrico, controvertido, desapegado…
Minucioso, pormenorizado,
irónico, sarcástico… Me he preguntado para mí mismo cantidad de veces cómo se
habría desenvuelto en el mundo de agitación en que se mueve estos días la
sociedad catalana. ¿Los habría desenmascarado o se habría mimetizado con ellos
como ya lo hizo con el régimen aquel?
Por lo pronto su
obra – en castellano, en catalán no lo indagué, ¿para qué? no la encontré por
tres o cuatro librerías que anduve la última vez que estuve en Barcelona - está vetada; él, también. Ahora no sé si al publicarse este ‘Viaje a
Rusia’ correrá el mismo destino. O sea,
el ostracismo de ignorarlo. Quien no lea a Pla, a Josep Pla, se lo pierde…
domingo, 16 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gotas
Media Andalucía casi tiene
escamas; la otra media, escamada. Lo que se ha venido encima y lo que puede
venir tiene la culpa. Sevilla, Alcalá de Guadaira, Ronda, Alcalá del Valle,
Setenil, Archidona, Vera, Riofrío… achican agua y quitan lodo. Suma y sigue. Coincidencias: demasiada agua
en un rato; ausencia de limpieza de cauces; construcciones…
La meteorología – todo cambia – en lo que
antes eran tormentas, después gotas frías, dice que ahora se llaman Dana (Depresión
aislada en niveles altos). Trombas de agua. Sin ir más lejos en muchas ciudades
hay constancia de catástrofes durante los siglos XX y XXI. Echen un vistazo a las
hemerotecas…
Demasiada agua de bla, bla,
bla, en los másteres, tesis, antítesis y compañeros mártires. ¿Para qué sirve
todo eso? Amainó por unos días el temporal del Valle de los Caídos y ahora hay
nubes de tormentas sobre los inmuebles
de la iglesia… Ya verán, ya verán.
Hay una oleada que no cesa. Llegan
y llegan pateras. Hablan de novecientas personas. Buscan la tierra – muy mojada
– de su redención. En Zaragoza han detenido a un cromo que cobró cantidades de
dinero por traerlos. Muchos se ahogaron. No tuvieron la oportunidad de llegar.
El refrán dice que “uvas y
queso saben a besos” (entrecomillado, por supuesto). En el Borge han celebrado el festival de la pasa
moscatel. La uva moscatel es una lágrima de almíbar. Nace bajo el sol de la
Axarquía. Secada en el pasero se convierte en pasa… Tiene una seria competidora
en la pasa de Corinto - que no
tiene hueso – pero carece de la dulzura y
tamaño de ella y ahí, precisamente ahí, perdió la que venía de fuera.
En Casabermeja (algún día habrá que hablar de la disputa con
el vecino Colmenar sobre borricos y
juagarzos) valoran la aportación de la cabra de raza malagueña: chivo para
carne lechal; leche para queso… Gentes en el mercadillo del lugar. Comienzan
las fiestas de fines de semana por los pueblos.
Hay una ola, otra, de recuerdo
con la actuación del Dúo Dinámico en
Málaga, en el Cervantes, dirán aquello de ‘quince años tiene mi amor’, Y tantas
y tantas cosas de cuando éramos jóvenes.
Nos anunciarán, seguro, que el
‘final del verano llegó…” Llega todos los años, pero éste me da el tufillo que
trae cosas que no trajo en otros veranos…
viernes, 14 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Bolsas
Santiago Bartolomé vive en la
tierra soriana, en Valdelubiel, cabe El Burgo de Osma, cerca del río Usero.
Santiago es un escudriñador del campo, de la tierra que lo rodea, del río, del
cielo que lo entolda, del paisaje que lo envuelve…
Valdelubiel como todos los
pueblos sorianos se aferra a la existencia con dientes y uñas. Tiene un puñado
de habitantes. Entre todos no pueden formar una comunidad de vecinos. Unas
cuantas calles, la del Calvario, la de la Iglesia, la Bajera y la de En medio,
la de la Fuente… y un arroyo - del Valle - que se sirve el Ucero para llegar hasta el
Duero.
Por Barcebalejo vas a El Burgo, y luego, si continúas carretera a San Esteban. A la izquierda, por
Valdenarros y Santiuste a Calatañazor… Si al norte, por Fuenteamergil al Cañón
del Río Lobos… (No me dirás que no te doy información. Lo aprendí de Avelino
Hernández; luego, lo anduve).
A Santiago lo ‘conocí’ –
personalmente no nos hemos visto nunca -
a través de un amigo común cuando, él, Santiago, hacía un programa sobre el
campo en Cope Uxama… A la tierra de El Burgo, de la mano de Avelino. En su
fuente bebí una y otra, y otra vez…
Santiago dejó el programa. Era muy interesante. Hablaba de
las fases lunares, de las almácigas y los semilleros, de las cosechas nuevas
que allí, por ser tierra fría y dura, venían mucho más tarde que en estas
tierras calidad del Sur.
Ha puesto una foto con una
muestra de hortalizas en los soportales. Debe ser una exposición de hortelanos
magníficos que sacan sus productos a la calle, a alcance de mano del consumidor.
Desde hace unos meses los que
velan por tantas cosas nuestras dicen que pagando cinco céntimos de euro la
gente dejará de utilizar bolsas de plástico. Mentira cochina. Yo me compré una
talega – que no uso - en la panadería, y ahora me traigo el pan calentito en bolsas
de papel… (Ya vendrá el llanto por la tala de bosques).
En la foto, ¡ay, dolor!, tomates,
pimientos, patatas, cebollas, espinacas…, de excelente calidad, expuestos en cajas de plástico. La bendita
tierra donde la torre de la catedral otea horizontes y tiene bonito hasta el nombre de sus montes:
Cebollera, Sierra de la Demanda, Picos de Urbión, Montes Claros…, tampoco se
libra del plástico.
jueves, 13 de septiembre de 2018
Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Diario
13 de septiembre, jueves. No
veo que se acabe este final de estío. El verano no se va; el otoño, no llega. Me tiene harto el calor plastoso. De mediodía
arriba se entoldó el cielo. Parece que lo ha hecho a mala leche, es decir, para
que haga más calor. El tiempo nos está retorciendo poco a poco. Dicen que para
el final de semana viene agua.
Esta mañana ha estado Paco
conmigo en el campo. Me ha echado una mano en eso de programar la plantación de
rosales para la temporada próxima. Cinta métrica en mano hemos marcado arriates de tres metros de
la largo por uno de ancho; en medio, lógicamente, el pasillo de acceso. Luego
vienen las labores de cavas y mantenimientos…
Ahora toca seleccionar las variedades.
Algunas las tengo claras. Otras, en medio de una duda. Las más vistosas llaman
a las plagas desde lejos y son menos florecientes. Todo tiene su cruz. Aquello
de las tres ‘b’ en las rosas, como todo en la vida, pues como que no.
Mientras hacíamos la faena nos
miraba un mirlo curioso. El hecho de esparcir estiércol es una propina para
ellos. Los bichillos son parte fundamental de su alimentación. En la naturaleza
todo le tiende su mano al de al lado. Como en la política española, pero al
revés.
Hay una cría de gatos en el
corral. No me esperaban. Se asustaron y salieron huyendo cuando sintieron el
cerrojo de la puerta. Les cuadra como ‘gatos criados en la leña’. Huidizos,
poco sociables y poniendo tierra de por medio…
Me envían un mensaje. Dice que
ya no hay dos Españas. Ahora, tres. “los unos, los otros y los que estamos
empachados de los unos y de los otros”. Opto por pasar de muchas cosas.
Información la precisa y necesaria. Hay cosas vomitivas – hasta la palabra es
fea – y situaciones como la actual que han pasado la raya.
En algunos olivares han
comenzado el verdeo. Me han dicho esta mañana en el bar que la aceituna no
tiene cuerpo. Está falta de agua. Un refrescón le vendría muy bien. La aceituna
temprana de mesa – y esta, la ‘manzanilla
aloreña, lo es – quiere que el tiempo le venga fresco, un poco de agua del
cielo, y que Dios haga lo demás…
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