Diciembre ha pasado el ecuador.
En cualquier otro mes, decir eso, es
decir que solo queda un puñado de días. En éste, no. Queda lo gordo. El mundo – parte del mundo – occidental se
echa a la calle. Gasta lo que tiene y lo que no, y lo que pide, con la tarjeta para pagarlo a plazos el año que viene; o sea,
en enero.
Hay jolgorio en la calle.
Suena, desde el interior de los comercios, una música distinta. Dicen que es el
espíritu navideño. A eso lo llaman alegría. Hay luces de colores colgadas como
banderolas de acera a acera. Los árboles tienen más lucecitas de colores que
hojas. Ya se sabe, casi todo vale.
La gente va de prisa. Va
cargada de paquetes. Cuando España era pobre, es decir ayer tarde, en la tómbola de caridad, rifaban ¡un jamón!
La noticia salía en la prensa local del día siguiente y se anunciaba que a un
señor de… le había tocado ‘el jamón’ – porque era ‘el’; no había otro - ; a no
sé quién, una cacerola, y a una niña – que por cierto, solía ser una niña muy
bonita, en el papel de blanco y negro de aquel periódico que manchaba los dedos
con la tinta – que había venido con sus padres a sacar la papeleta, le había
tocado ‘la’ muñeca. Cuando la cosa fue a más se rifaba un Seat 600 ¡Un lujo!
Las pastorales iban y venían.
Tocaban por las esquinas. Los hombres se vestían – falsamente, claro – de
pastores. Las mujeres, todas tenían una ocasión casi única de poder escapar de
la esclavitud diaria y salían a la sociedad. Cantaban y tocaban…
Deambulo por la gran ciudad. Es
noche cerrada. Ahora, anochece más pronto, pero es tarde. En un escalón, un
hombre joven, harapiento y sucio. Se tapa con una manta. He pasado de largo.
Nadie se paraba – yo, tampoco –, seguí calle adelante. Es un muchacho
desconocido.
He seguido, un rato más por la calle. El ruido de esta tarde aún me
envolvía. En mí no entraba la Navidad. Su espíritu, tampoco. Todo era un río
que bajaba turbulento; yo, absorto, miraba desde la otra orilla…
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