Está donde siempre. O sea, en
su sitio. En lo alto del cerro al que da nombre y por eso es el “Cerro de las
Torres”. Otea los vientos. Ve cuándo
sale el sol y, cuando, cansado de andar todo el día se va por el Monte Redondo.
Ve también, el castillo, como el río juega al escondite por la vega y manso y
suave, busca la mar que está casi a pedir de mano.
Al otro lado de la calle, una
pincelada de la parroquia. Para nosotros, la parroquia de la Iglesia. Con el
castillo, el monumento más importe. La bautizaron – porque a las iglesias
también las bautizan, con el nombre de la Encarnación-. Se asoma como de puntillas por los tejados
que se quedan planos y le tapan la escapada calle arriba.
En medio, la calle; otra calle.
Es la calle de Atrás. Lo que da a
entender que hay una delante. La que está delante siempre se llamó la calle de
la Parra; luego, por un tiempo, Marqués de Sotomayor que vivió en ella y que
hizo bien al pueblo. Algunos le pagaron de mala manera. ¡Ya se sabe, las
guerras y las cosas que los hombres no
saben arreglar de otra manera! Pasó el tiempo, y a la calle, le dieron, otra
vez su nombre primero.
La calle de Atrás tuvo muchos
nombres. Como es larga, hasta por tramos. No es el caso. Pero no es una calle
cualquiera. Es una calle con estilo
propio. Arranca en la Plaza de la Fuentarriba y llega a entregarse en otra
plaza, la Plaza Baja de la Despedía. A penas tiene viviendas en la acera
derecha, conforme se baja, porque las calles en Álora o suben o bajan; en la
izquierda, sí está más habitada.
En la calle de Atrás, se alojó
Felipe IV, el único Rey de España que ha visitado el pueblo. Antes estuvo,
cuando la Conquista, el Rey Fernando pero entonces, aún no se llamaba España y
por la estación de Ferrocarril pasó y se detuvo, brevemente, Alfonso XIII. Eso,
para otro día…
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