Ya ves. Tenía ganas de verte y,
a mediodía, cogí el coche y me puse en camino. Hacía días que no sabía de ti.
La última vez que nos vimos, el otoño todavía no se había puesto la ropa de
trabajo y andaba a grescas con el verano que estaba aculado en tablas, como los
toros mansos; sin ganas de moverse.
Aparqué donde siempre. Me subí
por la calle del Obispo Hurtado – a éste ya mismo intentan quitarle el rótulo
de la calle. Al tiempo –. Continué por calle Tablas. Como era Domingo no pasé
como otras veces, porque siempre
encuentro algo, por la Librería Atlas,
la que está en Fábrica Vieja; estaba cerrada.
En la esquina de calle
Angulo - ¡ay calle Angulo, por Dios, si
las calles hablasen! – un hombre de color pedía limosna. Lo políticamente
correcto dicen que es llamarlo de color. Era un hombre negro. Estaba sucio. La
gente, la poca gente que había por la calle, pasaba de largo.
El hombre de color ha llegado a
una tierra que él creyó de promisión. El hombre de color habrá pasado mil peligros
para llegar a un lugar donde la gente no lo mira y él implora caridad en una
esquina de Granada… Y digo yo, ¿mira que si lo que pide es Justicia?
Y llegué… Y tú estabas allí.
¿Sabes? No me senté en el banco de siempre. Hacía frío. Bastante frío; el mármol
estaba helado. Granada y Diciembre y eso tiene su precio. Pero tú estabas
preciosa. Los plátanos vestidos de día grande. La luz jugaba al escondite entre
sus hojas. Estaban con la Gracia de Dios a pedir de mano.
No había rosas en los rosales,
ni pájaros cantarines, ni palomas bebiendo en la fuente que por cierto no
echaba agua. Tampoco estaban lo mirlos que picotean buscando bichillos entre la
frondosidad de tus jardines.
Me pongo a darle vueltas a la
cabeza. Pienso en el hombre de antes, el de la esquina de calle Angulo – y, en
el otro del calle Angulo, también -. Echo mano a los versos del Maestro
Alcántara. “Si otros no buscan a Dios / yo no tengo más remedio:/ me debe una
explicación” y, por si fuera poco , tú llamándote, Plaza de la
Trinidad.
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