Cuando yo era niño, de lo que
hace mucho tiempo, mi abuela tenía junto a la puerta de la cocina, pinchado con un clavo en la pared, un taco del
almanaque. Mi abuela que era una mujer muy hacendosa, muy comedida y muy ordenada,
arrancaba, cada día, la hoja que sobraba.
El maestro Alcántara suele
decir que no hay nada más antiguo que un periódico de ayer. A las hojillas
del taco del almanaque les pasa algo
parecido. Su actualidad es tan efímera que dura solo un día. El de mañana, no
ha llegado; el de ayer, no sirve.
Algunos comercios importantes,
las Farmacias y algún que otro industrial hacían sus propios almanaques. Lo regalaban a los clientes. Eran diferentes.
Una litografía de cartón y unas hojas
con los doce meses de año. Los días festivos y domingos, en rojo; los diarios,
en negro. Bajo el número el santo del día, y en el fardón, las fases de la
luna.
A mí me gustaban los de Unión
de Explosivos Rio Tinto – que ya no sé si iba todo junto o por separado – que solían mostrar una mujer joven, guapa, con
el pecho despejado en un escote que se abría en una camisa blanca y un filillo
de randa. La mujer corría el riesgo de un resfriado. Tenía también una escopeta
de dos cañones y un perro de caza echado a sus pies.
Los almanaques tenían estampas
más atrevidas en los talleres de coches;
en las carpinterías, un poco más
recatadas, y en según qué casas se ofrecían casi todos los santos de la corte
celestial que iban desde la Virgen del Carmen a San Antonio con su varita de
azucena pasando por Fray Leopoldo, el fraile de las barbas largas que era de
Alpandeire y que pedía limosna para los pobres en Granada.
Están ya muy delgados los tacos
de almanaque. Este año, que no ha sido ni bueno, ni malo, sino todo lo contrario dice que esto se
termina. Hay un montón de pastores esperando a ver si regresa Puigdemont de
Bruselas para llevarle un cántaro de leche y algo de miel… ¡Ay que me he
equivocado que eso era para niño del portal! Claro que en los tiempos que
corren…
No hay comentarios:
Publicar un comentario