En la carretera, cuando se
llega a Madrid, desde Andalucía, conforme la ciudad está más cerca se ve una
boina de contaminación en el cielo. Es una nube casi negra. Tiene un ribete
de color poco definido; muy fea. Dicen que eso no se nota cuando uno
está debajo pero se respira.
El ayuntamiento anda a gorrazo
con las posibles soluciones. Han limitado la entrada según desde que cinturón.
Lo que antes era la M-30 ahora ya es calle y prohíben desde ahí hasta el centro
según qué día y qué índices que no entren los vehículos de particulares.
Esta solución no satisface ni
soluciona. Los repartidores, los que no tienen posibilidad de usar el
transporte público y los que, por uso y costumbre, están hechos al coche debajo
de las posaderas andan a la gresca contra los que toman las medidas.
El hombre del tiempo dice que
de agua poquita, que de cambiar el tiempo como que tampoco, y que el anticiclón
está asentado sobre las Azaores y que no deja entrar las borrascas que deberían
hacerlo en este tiempo.
Castilla tirita. Los
termómetros marcan unas temperaturas que los que no estamos acostumbrados a
esas bajadas nos preguntamos cómo puede ser la vida en esos páramos helados que
amanecen blancos de escarcha.
El periódico informa que
Canarias ha puesto el ‘no hay billetes’
en el acueducto de estos días. Allí las temperaturas son como las de Burgos en
junio y la gente está en bañador en la playa tomando el sol. En tierras de la
Meseta toman el sol también. Lo toman, de otra manera, al resguardo del aire, o sea lo que en mi
pueblo llamamos recacha.
Los magnates que tiene que
tomar medidas; no las toman. Lo digo por lo del cambio climático y esas cosas.
No sé si el dichoso cambio tiene todas las culpas. Mis amigos que saben más que
yo, dicen que sí, que es él, y son como
predicadores en el desierto. Nadie les hace caso.
No llueve. Las ciudades se han
puesto una boina de contaminación. Los pantanos secos. No está la cosa como
para estar cantando villancicos de alegría precisamente.
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