martes, 31 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gallinero

La tierra de Cameros se extiende desde las cumbres del  Sistema Ibérico, que aquí se llama Sierra Cebollera, hasta la vega que siente cercana al Ebro. Los que saben de Geografía dicen que se dividen en dos: Camero Nuevo y Camero Viejo; en medio, la sierra que le da nombre.

El viajero sube. Orilla el río Iregua; o sea, por el Camero Nuevo. Deja tras sí Islallana y Viguera. Lo lleva la N-111, la que va de Logroño a Medinaceli por Soria y llega a Torrecilla en Camero, uno de los cinco pueblos - Muros, Sotos, Santa María y  Torre - que asienta su identidad con la preposición ‘en’; los otros, los restantes, todos,  con ‘de’, ‘de Cameros’…¡Cosas!

En el ayuntamiento - aquí nació Mateo Práxedes Sagasta - lo recibe una funcionaria. Le dice lo que busca; le pone a su disposición los padrones municipales de finales del XIX. La señora es toda amabilidad. El viajero no encuentra el documento deseado. La investigación tiene esas cosas.

En Pradillo gira a la izquierda. Un bosque de hayas cubre el camino. Todo es umbría; todo es belleza; todo es misterio; todo es encanto… Todo es esperanza. Llega a Gallinero de Cameros, claro. Tiene censado veinticinco habitantes. En el pueblo, viven diez.

Sube, baja, patea el pueblo. Solo encuentra a uno. Se llama Mario. Amable, atento, cordial. El viajero le pregunta; el hombre, responde; vuelve a indagar por cómo ir al Solar de Tejada; le indica. Después, se interesa, porque es hora,  dónde comer, lo envía a Villanueva, “conforme se pasa el puente; dígale que va de mi parte”. El viajero obedece. No se arrepiente.

Por la tarde el viajero se llega a Villoslada de Cameros. El pueblo está recostado en una ladera. Tiene poco más de trescientos habitantes. Busca el Centro de Interpretación de la Sierra. No tiene suerte; está cerrado.


Sigue camino hacia la Venta de Piqueras. El viajero sabe de la calzada romana que unía Varea con Numancia y de la ermita de la Virgen de la Luz. Esta vez tampoco hay suerte; la ermita, también, cerrada. No encuentra a nadie con quien hablar. Sigue camino; el río baja con agua clara y fría en sentido contrario. Esas cosas pasan.

lunes, 30 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Venta de Goyo

El viajero deja San Millán de la Cogolla a media mañana. El cielo está azul; se columbran algunas nubes blancas. Vienen como de la parte de los Picos de Urbión que,  todavía está cornado de nieve y van para la parte de Navarra.

A San Millán llegan autocares con turistas. El viajero huye de esas avalanchas de gente. Toma como para Berceo; luego gira. Coge otra dirección. Cruza el río Cárdenas de aguas limpias y cristalinas. Va hacia el Najerilla, y él, el viajero, también, sigue su camino.

Pasa junto a San Andrés del Valle. Frutales y campos de hortalizas y bosques  monte arriba. El  viajero sabe, pero no se detiene, de la ermita de San Blas con su ladrillo suelto del que dice la tradición que toda casadera que lo pisaba…y Estollo y se va para Villaverde Rioja que fue de Burgos y, luego, de la provincia de Logroño y siempre Rioja.

El viajero busca la carretera que  bordea el río. El Najerilla, nace en Neila, en los Picos de Urbión, como el Duero pero, en la otra parte. Baja por Mansilla y va por Anguiano, Bobadilla y Baños de Tobía y Hormilleja. El viajero se documenta y anota que es el más importante de los ríos riojanos que llevan sus aguas al Ebro.

Un poco más arriba conforme la carretera busca Salas de los Infantes, a la derecha hay una desviación. Sube al Santuario de Valvanera. La etimología dice que si ‘valle de las venas de agua’, que si ‘valle de la caza’, que si ‘valle de Venus’. No sé. A mí el que más me gusta, el último.

Una mole soberbia en piedra rojiza. Está inmerso en la Sierra de la Demanda. El paisaje único. Según qué estación tiene su encanto. Todas tienen en común dos cosas: la belleza del paraje y el gregoriano de los benedictinos. Los monjes negros en eso,  únicos…


De vuelta en la carretera, más adelante, la Venta de Goyo y un nuevo desvío para Viniegra de Abajo y de Arriba y Ortigosa de Cameros y Montenegro que no es Rioja, sino Soria… En la Venta, el viajero echa mano, otra vez, de Gonzalo de Berceo y recuerda que “bien valdrá, como creo / un vaso de bon vino”. Pues eso.

domingo, 29 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Berceo

El viajero bordea el Najerilla. El viajero sube por una carretera que va por campo de viñas, de brotes tiernos y sensuales, de tallos nuevos y cepas limpias en una tierra arada y alineada. El viajero se las anda por la Rioja Alta.

Sabe del curso de río por una alineación de choperas frondosa, tupidas, ahítas de verde. La brisa de la mañana tintinea las hojas y ondula el campo de cereales. Los trigos están preciosos. Crecen amapolas, florecillas amarillas y blancas en los bordes de la carretera y de los senderos.

A un lado deja Nájera y la colegiata de Santa María la Real y todo el sabor a reyes de otro tiempo con nombres rimbombantes y sonoros: Toda, Sancho el Mayor, Sancho el de Peñalén o Sancho Garcés; al otro, Tricio con raíces de cuando la gente brava le presentó cara a Roma.

Cruza el Najerilla y luego el Cárdenas  y luego Bardarán y llega a Berceo que tiene las balcones llenos de geranios rojos. Bonitos de verdad. Una eclosión de color en medio de un campo verde y paredes pardas a tiro de piedra de San Millán de la Cogolla.

Berceo fue el pueblo que le dio cuna a Gonzalo, - Gonzalo de Berceo -, hombre de iglesia y uno de los primeros poetas de la lengua castellana. Le pillaron por la mano los autores de moaxajas árabes y hebreas y el poeta del Cantar de Mío Cid

El campo está como lo vio y lo contó, hace ochocientos años,  en los Milagros de Nuestra Señora: “yendo de romería / caí en un prado, / verde e bien sencido, de flores bien poblado, / loga cobdiciaduero / para omne cansado”.

Amparado en la ladera de la Sierra, el monasterio de Suso; luego, con el tiempo, un poco más abajo, Yuso.  Allí, un fraile anotó en las márgenes de un códice aclaraciones al texto pero con la manera que tenían de hablar la gente de aquel tiempo. Se perdía el latín; nacía la hermosura de la lengua castellana. Hay, también dos anotaciones en vasco.


Sobresalen las torres del Monasterio. La arenisca de la piedra se descompone. No soporta el peso del tiempo. Dentro, las Glosas Emilianenses – una copia – el original está en la Academia de la Historia, muestra a quien quiera verlo el esplendor del pasado.

sábado, 28 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Zenobia

Malgrat de Mar es un pueblo del Maresme. Está – lo dice su nombre – a orillas del Mediterráneo, de aguas azules y olas con cantos de sirena. Es el mar de Ulises y de Homero y de fenicios que venían siguiendo las indicaciones de las palomas mensajeras. Es también, el mar de Zenobia.

Era una mujer de tez blanca; barbilla puntiaguda;  pelo recogido y lacio; ojos verdes claros que dicen con solo contemplarlos y casi siempre esbozando una sonrisa que dejaba ver una boca grande y una dentadura perfecta.

Zenobia Camprubí Aymar nació a finales del siglo XIX. Entonces, su pueblo casi no llegaba a los tres mil habitantes. Zenobia nació en una familia culta y adinerada. Es la única mujer entre cuatro hermanos. Desde niña los lazos fueron frecuentes con Puerto Rico y con  los Estados Unidos.

Estudió en la Universidad de Columbia. Tuvo contactos con el feminismo americano. Viajaba sola – que no era normal en aquel tiempo - y leyó a los clásicos españoles e ingleses. Escribió cuentos en castellano y en inglés antes de entrar en la traducción de Rabindranath Tagore.

En 1909 llegó a La Rábida. Estuvo un año. Creó una escuela para enseñar a los niños de la aldea. Escribió y se aficionó a la poesía popular española. En 1910 se trasladó a Madrid. La llamaban “la americanita”. 

En 1913 tuvo noticias de la existencia de un poeta ‘arisco y extraño’ al que molestaba el ruido pero que pegaba el oído a  la pared para escuchar la sonrisa de aquella muchacha a la que no conocía. El poeta se llamaba Juan Ramón Jiménez.

En 1916 unieron sus vidas. Ya no se separarían más. Cuarenta años y desde entonces se centra en su compromiso social de ayuda: “la enfermera a domicilio” y en Juan Ramón. Zenobia renunció, incluso al tratamiento contra el cáncer en Bostón, por estar junto a él que no soporta la vida en Estados Unidos.


Exilio; saquean su casa de Madrid; penurias económicas. Deambulan por Cuba, Estados Unidos, Buenos Aries, Puerto Rico; profesora en la Universidad. Tres días después de la concesión del Noble muere Zenobia. El alcalde de Moguer pone un telegrama a Juan Ramón: “todo Moguer comparte tu dolor por el fallecimiento de Zenobia” Octubre, 28. 1956.

domingo, 22 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sellos

                                                                                              A mi amigo José Miguel

Homero Macauley era un chico increíble. Todos los chicos lo son. Cuando los chicos dejan de ser niños y se hacen hombrecitos tienen un ‘sello’ especial. Homero Macauley trabajaba de mensajero en la vieja oficina de telégrafos de una ciudad pequeña, Ithaca, California.

William Saroyan fue su creador. En la Comedia Humana nos contó que aquel niño llevaba telegramas que anunciaban cosas malas. Los telegramas venían de lugares de guerra y, ¡ya se sabe!

Otros chicos como Homero repartían cartas. Venían, también, de lugares lejanos. La carta, o sea la misiva, venía dentro de un sobre. El sobre estaba cerrado. Los sobres eran de color blanco, sepias, amarillentos, azules con más o menos intensidad… Había, también, sobres de luto.

La gente escribía cartas. El precio de llevarla a su destino se pagaba con el sello. “Es que esta carta va por avión para mi hijo que está en Alemania” y entonces, el oficial de correos, ponía un sello especial con una sobretasa.

 Los sobres que viajaban por avión tenían un tamaño especial; los filos de colorines, abanderados en azul y rojo. Era algo así como las bandas que colocaban en los dinteles de los muros de las antiguas barberías para distinguirlas de otros establecimientos.

En los tiempos en que yo empecé a escribir las primeras cartas el sello representaba a un señor bajito, rechonchete y omnipresente.  Estaba vestido de militar. El cuadro con su figura, igual que el de los sellos, colgaba en muchas paredes de muchos sitios.

Coleccionábamos sellos de China, Dinamarca, Ecuador…Entre los muchachos había uno que nos gustaba mucho. Era el sello de una señora con una nariz muy larga, la boca grande y con una corona en la cabeza. Es un sello de la reina de Inglaterra –  nosotros no sabíamos ni de la reina ni del sitio en que reinaba – y ese sello se pagaba en libras… ¡Ah!


Después Raphael, el de ‘Hablemos del amor’ y el de ‘Yo soy aquel’ y el del ‘Pequeño tamborilero’… nos cantó que, a veces, llegan cartas con sabor amargo, con sabor a lágrimas, con espinas, que rompen el alma, que el amor se muere… A mí me llegó una, pero no recuerdo de qué color era aquel sello.

sábado, 21 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Manuela de Luna

No era norma seguir al marido que va a la guerra. A los ejércitos lo han seguido ‘otras’ mujeres. No es el caso. Estuvo al lado del combatiente, luchó codo con codo. Heroísmo total. Se llamaba Manuela; era de las Fuentes de Andalucía.

Todo ha salido a luz porque un artículo de El País lo ha revelado. Lo dicen los papeles viejos olvidados en archivo de la casa ducal de Medina Sidonia. En los archivos se custodian documentos asombrosos. Hay que perder mucho tiempo hurgando en los pales viejos, es verdad.

Galdós no habló de ella en los Episodios Nacionales. Manuela de Luna - otra más -  es una de las ignoradas de la historia. No aparece en los libros de texto; no la recuerda ningún monumento. Su pueblo la menciona con una reseña de una línea… Silencio y olvido.

España en Guerra de la Independencia. Se lucha, a muerte, contra la invasión francesa. Pueblo a pueblo; ciudad a ciudad. En el campo y… Manuela casada con un artillero sigue a su marido por los frentes. Batallas en Bailén, Tudela y Zaragoza.

En Zaragoza cae herido mortalmente el artillero. Se cuentan cosas escalofriantes. Lía en un pañuelo los sesos del artillero. Los coloca sobre su pecho; al niño, casi recién nacido, sobre su padre muerto. Quiere infundirle patriotismo. Ella dispara el cañón…

Según el documento, De Luna era la única superviviente de la compañía. Elevó la lucha por la libertad a la altura de los héroes o los desesperados: “Tomó el fusil y estuvo haciendo fuego 12 horas, haciendo 24 que no comía. Con la gracia de no errar el tiro y dar siempre donde apunta. Una bala de fusil le dio en el cuello al lado derecho y la derribó en tierra”.
Una carta anónima enviada desde Écija a la esposa del duque de Medina Sidonia le pedía un reconocimiento. Manuela de Luna fue nombrada capitana del ejército, una pequeña paga y derecho a comer ¡rancho! ¿Solo eso para una mujer tan grande? Otra de ‘las nuestras’. ¿De acuerdo?

viernes, 20 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Reclamo

Es una casa sencilla; humilde; tiene su magia. Es de  esas casas a la que no echamos demasiada cuenta. Es un canto continuado a la vida. Tiene un acceso con ciertas dificultades;  salva ‘los muebles’ con el saber popular más genuino...

A la casa se accede subiendo varios escalones. No están en uso. El dueño los ha suavizado a su manera. Un tablón de madera prolonga el acceso; evita dificultades. El tablón es viejo, añadido; más largo que ancho. Dos travesaños le dan consistencia y lo mantienen unido.

La puerta de la casa es verde y por cerradura tiene un candado y un cerrojo sin uso para cerrar desde fuera…Cuatro tablones mal puestos rematan la separación entre lo que hay dentro y el exterior. Está marcada con el número 6; debajo del número, un detalle casi imperceptible le aporta algo de diferencia. Probablemente será un modelo de número encontrado en algún sitio lejano.

Casi en el dintel de la puerta una bombilla alumbrará en su momento. No tiene interruptor; se enciende desde el interior. El cable caído y largo atraviesa la puerta. Busca el lugar donde alguien dirá que ‘se haga la luz”. Es un cable viejo. No reúne condiciones de seguridad; tampoco las necesita. Por uno de los lados de la puerta salen otros cables…

 En la parte más baja de la puerta da la bienvenida  la foto de la cabeza de un caballo. Pone un detalle oportuno, preciso, precioso. Rompe la monotonía. Está en su sitio. El caballo, - o ¿será una yegua?-  es careto. Claro, que si es femenino…; el adjetivo, también. La blancura le corre por toda la frente. Tiene tiesas las orejas; apuntan a curiosidad. El belfo, blanco…

En la casa vive un cazador. La fachada ahíta de cal, la rompe una calcomanía y la jaula. Un pájaro aguarda en la jaula de puesto el momento de salir al campo y hacerle frente a otros machos cuando entren  por el  tanto. El dueño lo tiene al sol. Cuchichea en el silencio de tarde. Otea en la lejanía…

Un rosal con rosas rojas; unas hojas verdes, enhiestas…Retazos de vida; retazos de encanto…



Un rosal con rosas rojas; unas hojas verdes, enhiestas…Retazos de vida; retazos de encanto…

jueves, 19 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Toulouse-Lautrec

La noche cae sobre París. El Sena sigue su curso. Cabarets y prostíbulos. Bohemia y ambientes marginales y rechazados. Se vende cuerpo y se esconde el alma. Este aristócrata deforme y alcoholizado sabe encontrarla. La lleva al lienzo y pasa a la historia del impresionismo.

Van Gogh es amigo y contemporáneo. Los dos pueden ir de la mano. Hay críticos que van más allá y lo ven ya de camino entre el impresionismo y el modernismo ¿Qué toma de lo uno y qué lleva a lo otro? Con Degas, quizá el más atípico de los impresionistas, comparte muchas cosas. Lautrec vive la segunda mitad del siglo XIX en plenitud.

Los impresionistas degradan el dibujo; Toulouse- Lautrec, lo domina. Se extasía con él. Busca los interiores – él había pasado muchas horas en ellos, en ese otro mundo tan oscuro a la luz de la calle, pero con tanta vida dentro -. Están iluminados por ‘otra’ luz. El espacio con enfoques atípicos pone el resto.

Nació en Albi, primogénito de una familia con demasiados cruces de consanguinidad y  de genes,  le acarrea consecuencias irreparables en su desarrollo físico. Su tronco era el de un hombre adulto; sus piernas no alcanzaron nunca el desarrollo idóneo.

Es un hombre totalmente infeliz. Su deformidad le atormenta. Busca escape en el alcoholismo, que le llevará a la muerte muy temprana, y huye de la realidad, de ‘su’ realidad. Anhela la aceptación personal en ese otro mundo que pulula en París.

Montmartre con sus cabarets y cafés cantantes le ayudan a conseguir la pincelada fragmentada y nerviosa. Está naciendo el posimpresionismo. Comienzan sus exposiciones fuera de París. A veces, acude con seudónimo.

La inauguración del Moulin Rouge, en 1889, abre la puerta a su arte. Junto a su puerta hay escena de circo. El autor es Toulouse. Cabarets y pintor unen sus nombres ya para siempre. Estrellas de ese mundo van a aparecer en su obra. Ya es un cartelista de prestigio enorme con paso propio.


La locura hace presencia en 1897. Ve arañas a las que dispara con un revólver. Crisis alcohólicas, internamiento. Su pintura se hace compacta y opaca. En el castillo de Malromé su madre se encarga de él. A su muerte, 1901, recopila su obra; la ordena en un museo: Museo de Toulouse-Lautrec de Albi…

miércoles, 18 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Artistas

María -María Rengel - es una artista de la cerámica. María Rengel trabaja el barro y esas cosas que conlleva todo lo que concierne a mezclar arcilla, o tierra, que para el caso es  como casi lo mismo y lo modela y lo lleva al horno y saca unas piezas que…

Verán, dicen que el primer ceramista se las anduvo por aquí hace mucho tiempo. Tanto, tanto que hasta se han perdido las fechas. Aquel ceramista un día que debía estar pensando en cosas raras fue y cogió barro, hizo una figura y dijo en voz alta: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”.

Y dice la Biblia que Dios – que es de quien hablamos – tomó polvo de la tierra y le insufló el aliento de la vida de modo que el hombre vino a ser un alma viviente. Después, vino lo del jardín con flores y frutas,  pájaros que cantaban y ríos y el árbol dichoso y la soledad y lo de la costilla… Bueno, todo eso que conocemos.

Pues de aquella costilla (o de lo que más se parecía a la costilla) sacó Dios, porque todo lo que hace es así, algo sublime, único, extraordinario. Algunos lo llaman mujer; otros,  madre, amor, vida, esposa, compañera, flor…

Descendiente de aquella vineron otras, tantas, tantas que ayudaron a la repoblación del mundo. Muchas pagaron con su propia existencia el dar la vida a otros; muchas fueron piezas claves en el desarrollo de la humanidad. Todas aportaron lo mejor que llevaban dentro: vida, a la vida.


María, María Rengel, se quedó con los suspiros cuando se escapaban en las noches de embrujo del Generalife y lo llevó a la cerámica artística. María anduvo, también, por esa parte del mapa donde la brujas de confabulan en Zumarragurdi y captó esa esencia que lleva a un combinación única de trazados geométrios, alfarería  y cerámica tradicional. María es una artista de la cerámica. Y como yo la veo así, pues así  lo cuento…

martes, 17 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Los niños

Después de comer, se fueron en busca de nidos de pajarillos al otro lado del río. Era una tarde calurosa del mes de mayo. Amarilleaban las cebadas; estaban en tiempo de siega las vezas; granados, los trigos; las habas ya habían tenido su momento. Solo tenían un verde vigoroso las hazas sembradas de garbanzos.

Los niños decidieron aquella tarde hacer la rabona; la hicieron. No fueron a la escuela. Tomaron la dirección para bajar al río por el Camino de la Vega Redonda. Era un camino, ancho, espacioso, con granados en las veras lo que le daba aire de aventura porque todo estaba muy tupido.

Cuando pasaron por delante del molino de harina vieron cómo estaba cargado de fruto el ciruelo blanco. Las ramas casi llegaban al suelo. Las ciruelas eran sensuales, apetitosas y ahítas de azúcar que las hacía reventar cuando ya estaban muy maduras.

El molinero tenía un perro, alunarado, con muy malas pulgas. El molinero le había hecho un chozajo con restos de palos de una obra y unas chapas de un bidón oxidado. El perro estaba atado con una cadena fijada a un alambre grueso. Corría a la par del camino. Enseñaba las fauces elevando el labio superior  y  mostraba una dentadura blanca  y afilada. El perro no dejó de ladrar hasta que los niños desparecieron por la curva siguiente.

Hacía calor. Los niños se desprendían poco a poco de la ropa. Sudaban por detrás de las orejas, por la frente, por la espalda… Cruzaron la vía del tren por el paso a nivel. El guardabarrera los vio y con una sonrisa socarrona les lanzó una pregunta a la que no esperaba respuesta “Y, ¿hoy, qué?

El río llevaba una corriente de agua clara y limpia. Pasaron, sorteando la chorrera de piedras blancas y lisas, redondeadas por la erosión del agua y del tiempo.  En el río habían crecido las aneas. Por río nadaban los pececillos nacidos del primer desove.

Los niños se adentraron en la huerta de enfrente. En la cruz de un limón había un nido  de mirlos. Tenía tres pataletes; más adelante vieron otro, pero ya estaba volado. Se encontraron con otro nido. Era de chamarines; y uno de jilgueros. En la alameda del río zureaban las tórtolas…


-          Oye, ¿y si se entera tu madre que hemos hecho la rabona? Nadie dio por oída la pregunta. Tampoco, hubo respuesta.

lunes, 16 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sin novedad...

Marilina con esa gracia que Dios le ha dado ve lo que todos miramos y… Ya, ya sé. Lo he escrito otras veces; lo repito. Ella ve lo traspuesto. Todos miramos al mismo sitio y miren por dónde, su ojo avizor lo capta.

Hoy han sido estas palomas sobre el capitel que quiso ser una columna dórica. De Grecia vino el arte supremo en los tres órdenes de la arquitectura clásica: dórico, jónico y corintio. No es el caso. Aquí se quedó en columna de yeso y en blancura recortada en el cielo azul.

Un cielo de cristal escapado de una página de Platero o si quieren un suspiro del alma de Juan Ramón una tarde de primavera con pájaros nuevos en el jardín del pozo blanco y  Moguer asomado al río Tinto que casi se entrega a la mar.

Lo ha titulado sin novedad en el frente. Madrid fue ayer un hervidero de gente descontenta. Transitaron de Cibeles a Sol. Vociferaron; lanzaron proclamas que decían más de unas intenciones y deseos de mejoras que de la realidad que acogota. Ahí sí había algo de novedad en el frente.

Ayer  terminó la Liga en Primera División. Alegría incontrolada entre la afición de un equipo que cae requetebién. Al igual algo de culpa la tiene la filosofía de ese club y la otra parte José Luis Garci con aquel Volver a empezar. Miguel Albajara – que había jugado en el Sporting - regresaba. Se reencuentró con lo que fue su amor… Allí, también, había una novedad en el frente.


Regresan los rocieros. Abrasan las arenas; ha llegado el calor. El maestro Barbeito  se ha descolado con una artículo soberbio en ABC de Sevilla. Recuerda aquella sevillana que marcó una época: Lloran los pinos del Coto y su Gines de su alma, como hizo, hace unos años Michel Qoist, nos ha enseñado a rezar por el Rocío. Aquello también supuso una novedad en el frente…

domingo, 15 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ronda

El viajero llega a Ronda una tarde de primera después de unos días de lluvia. El viajero vino por la carretera que sube por Alozaina, El Burgo y el Puerto de El Viento. Cuando coronó el puerto supo que estaba por encima de los mil metros de altitud. Ha conocido la soledad  - y la belleza - de unos parajes únicos. Se paró donde el monumento al Guarda Forestal. Miró y vio toda la grandeza que encierra allí la Sierra.

La caliza brota de la tierra. Un rebaño de ovejas pasta y deja lambida la hierba fresca recién nacida; ramonea en los espinos y en los tocones de lenticos y acebuches. El rebaño está indiferente al paso de la carretera. Florecen unos lirios morados entre las peñas.

Ha dejado el coche en las cercanías de la estación de ferrocarril. A pie ha bajado por la calle de Vicente Espinel, o sea, por la calle de la Bola. Desde el extremo superior la calle es un hormiguero de gente. La gente se diluye, se pierde, de disipa conforme se anda entre ellas.

La calle – la más comercial de Ronda – se ha llenado de comercios de nuevo cuño. Se han perdido aquellas viejas tiendas de sabor a pueblo donde paraba la gente que venía de toda la Serranía a comprar unos botillos para el padre, un abrigo para el niño, un corte de vestido para la madre… Una placa indica la casa donde nació un rondeño ilustre: Antonio de los Ríos Rosas.

El viajero cuando ha llegado al cruce con la calle Virgen de la Paz gira a la derecha. Deja a un lado la Plaza de Toros  “Plaza de toros de Ronda / la de los toreros machos” y las estatuas en bronce del Niño de la Palma y de su hijo, Antonio Ordóñez. Luego se adentra bajo la frondosa vegetación del parque. Saluda, como lo hace siempre, con reverencia a “Pedro Romero, torero insigne”.


Llega a barandilla y el viajero se siente henchido por toda la belleza que tiene enfrente. La Serranía es soberbia, es – como Ronda – única y se acuerda de Rilke y de…. Bueno, deja algunas cosas para otro día. Por abajo, en la profundidad del miedo, salta entre las piedras el Guadalevín…

sábado, 14 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: María Zambrano

“Prefiero una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila”. La mujer que pronunció esta frase nació en Vélez-Málaga a principios del siglo XX. En su tierra – y fuera, también -  hay gente a la que ese nombre le suena a estación de tren…

Sus padres fueron maestros. En la Axarquía vivió hasta los cuatro años. De salud delicada, enfermiza. Siempre se temió por su vida, y hasta hubo un momento en que la dieron por muerta después de varias horas inconsciente.

Vivió en Segovia donde su padre fue catedrático en la Normal; luego, en Madrid. Después, en medio mundo. Accede – junto con otra chica – a Instituto. Da señales desde muy pronto de poseer una inteligencia superior.

Amores fallidos  - la familia no lo acepta – con su primo al que mandan de profesor de español… a Japón. ¡Eso sí que es poner tierra de por medio! Vuelve a Madrid. Se matricula en Filosofía tiene de profesores a Xavier Zuribiri, Julian Besterio, García Morente, Manuel Bartolomé de Cossío…

Entra en el círculo de la Revista de Occidente. Amiga de Ortega y Gasset. Media entre él y Antonio Maravall y otros escritores jóvenes. Contacta con los intelectuales y con los círculos políticos de su tiempo: Machado,  Miguel Hernández, Valle-Inclán, Cernuda, Bergamín, Primo de Rivera, Barbudo…, y el que sería su marido Alonso Rodríguez.

De Chile, donde su marido estaba destinado, vuelven en plena guerra. “¿Por qué vuelven – le preguntan – si la guerra está perdida?”. “Por eso”, contestó. Después el exilio: La Habana, Mexico, Nueva York, Puerto Rico. Su vida es un peregrinar continuo. Penalidades de todo tipo; carencias, todas.

A partir de 1980 en España entra la prisa por agasajarla y reconocer sus méritos. Vienen los reconocimientos como las uvas en los racimos de su tierra: unos junto a otros: Hija adoptiva y Predilecta; Príncipe de Asturias; Doctora Honoris Causa, el Cervantes…

La poesía para María Zambrano es pregunta; la filosofía, respuesta. El hombre y la realidad; dioses y mitos; la nada  y el origen. La obra de María Zambrano tan desconocida como lo fue ella durante mucho tiempo.


Instalada en Madrid, apenas ya sale. Ni la salud ni los años lo permiten. Muere, 1991, en un piso de la calle Antonio Maura entre El Retiro y la Plaza de la Lealtad. Era febrero. En ese mes, en Madrid, hace frío por fuera y, a veces, también, por dentro.


viernes, 13 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Música de armónica

La Leyenda de la ciudad sin nombre fue una película americana de los años sesenta. Recogía el desastre final de unos buscadores de oro que lo habían encontrado por casualidad. Las imágenes de comienzo muestran la desolación y la derrota. La gente se va; llueve torrencialmente; fango, barro y agua.

Lee Marvin, Ben Rumson, amante del güisqui y las mujeres, está de vuelta de todo. Casi toca el final de su vida con la yema de los dedos. Sus sueños no se han cumplido; parece que ahora, tampoco.

En el inicio del film camina en sentido contrario al que lleva la gente que abandona.  Unos curiosos contemplan la escena. Lo miran indiferentes. Esquiva mulas, caballos y carretas. Un conocido le sale al paso. Le pregunta si él también se marcha. Le contesta que no.

El diálogo es corto, directo. “Hay dos clases de gente, Ben,  le comenta: los que se quedan y los que se van. ¿Estás de acuerdo? Contesta, que no. “Hay dos clases de gentes, responde: los que van a alguna parte y los que no van a ninguna parte”.

La película podría haber pasado desapercibida. No es el caso. No  es un western aunque pueda apuntarlo; es otra cosa. Tiene un tema musical extraordinario: “Estrella errante”. El protagonista hace una exposición de su filosofía de vida. Estamos marcados por la estrella del sino. Nos vio nacer,  pero siempre – lo lanza en un mensaje subliminal – hay que mirar hacia adelante.

España – los españoles – atravesamos unos caminos, a pesar de la primavera florida que nos alumbra, con demasiado barro, obstáculos y con fango excesivo. Parece que hay una huida hacia ninguna parte. Es posible que se hayan nublado los horizontes.

El mensaje, claro: “nunca se curó nadie mirando hacia atrás”. Es una llamada al optimismo. El horizonte, demasiado cargado, con demasiadas nubes de tormenta amenazando en el cielo, el del firmamento y el otro. Flota una excesiva desesperanza.


 La voz ronca del Lee Marvin pone un sello muy personal. Tiene el apoyo de un gran coro y una magnífica orquestación pero, en el fondo, rompiéndolo todo, la música aguda de una armónica. ¿Tendremos la suerte de escuchar una música de armónica estos días?

jueves, 12 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. ¡Ay, trece de mayo!

Un amigo que se las anda en los fervores rocieros me llamó anoche: “Pepe, esto no es llover; esto es mala leche”. La respuesta venía dada: “sarna con gusto no pica”. Dicen que los alrededores de la ermita que en tiempo normal es una sobra de agua, ahora es una laguna y no se sabe si es mar o es marisma.

Claro que para una vez que viene la romería al año podría aflojar el jarreo, digo yo, y dejarlo para otro ratillo con menos carretas en los caminos, con más polvareda en las arenas, con más candelas por la noche y con esos despertares de tamboriles y sueños.

¡Ay, trece de mayo! Un año se me ocurrió ir a Fátima. Oigan, eso no es gente; no, no. Eso son las cataratas del cielo abiertas pero no de agua, como en la Rocina, no; como cuando dicen que viene el Cautivo por el puente de calle Mármoles, o la Legión por la Alameda o la Despedía, en Álora, una mañana de Viernes Santo…

¡Ay, trece de mayo!, y Rafael de León en estado puro y doña Concha – porque doña Concha solo hay una – Piquer, que esa sí que era grande, cantando en la radio en los programas de discos dedicados que hacían feliz a media España.

 Y yo - que decía la copla -  que me encontré contigo, y ojos de manzana, y labios de cuchillos y linajes y apellidos y una España en blanco y negro con sueños de domingos por la tarde y ropa nueva de estreno cuando la carestía era tanta y las alegría tan pocas.

¡Ay, trece de mayo!, bendita sea la  mare, la mare que te ha parío… ¡Ay, Dios, ya la hemos liado! Ahora que nos mandan de vuelta a la tribu que propone la redentora catalana… Por cierto, la única tribu que admito, que es buena de verdad, palabrita del Niño Jesús, es la que cada día  de título al artículo de Barbeito, en el ABC de Sevilla; esa sí; esa no tiene desperdicio pero ¿la otra…?


Me quedo con la borrachera de cariño, con el alba y el trigo, con el atardecer y madrugada, tarde y noche y…“que es mi sinrazón campanas / y tu voluntad sonio / ay, trece de mayo, cuando me encontré contigo”.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Luz de la tarde

Y Felipe, - Felipe Aranda, que pone la firma de belleza en sus fotografías – va y me provoca con este puñado de luz de la tarde esparcida por el pueblo que la acepta, la toma, la hace suya  y nos la devuelve como si fuese un espurreo de sal salida de la mano de Dios.

El artista, o sea, Felipe, se sube al Monte Redondo y saca lo que ve. Y lo deja ahí para disfrute de todos y, encima va y ni se da importancia. Felipe tiene un archivo fotográfico único y una generosidad que lo supera.

Luis Vélez de Guevara, astigitano, que se fue a pulular por la Villa y Corte y de quien se decía que “siempre anduvo falto de dinero y sobrado de buen humor” escribió “El Diablo cojuelo”, una obra, reflejo en parte, del Madrid del siglo XVII.

El diablo con quien no podían ni sus propios congéneres vistió las buhardillas y los tejados; las torres y las cornisas de aquel Madrid donde venían a romper de todos los sitios de España lo mejor y lo peor de cada tierra.

Luis Vélez de Guevara nunca estuvo en Álora. Seguro. De haber venido por aquí su diablo andando por los tejados, asomados a las ventanas más altas, enganchando la capa  - no eso no;  no era posible, porque aún no estaba terminada la torre de la Encarnación – habría contado otra historia diferente a la que narró en su obra.

Desde la lejanía, Álora es una siembra de ventanas en la cal blanca de las fachadas; un mundo de belleza exterior que no es más que un rebrote, como las yemas de los ciruelos blancos, en la primavera, de todo lo que encierra y lleva por dentro.


Felipe me ha provocado. He entrado al trapo. Felipe tiene la culpa de mostrarnos ese pedacito de tanta belleza y tanta blancura y tanta poesía quieta como se encierra debajo de esos tejados en un mosaico único a la luz de la tarde.

martes, 10 de mayo de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Catetos

Juan Ramón Jiménez, un cateto de Moguer, vio la luz en una casa blanca de  la calle de La Ribera; desde el mirador veía el mar. Pasó  la adolescencia con los jesuitas del Puerto; luego, la madurez en Madrid y el exilio y…

Se enamoró de muchas mujeres; se casó con Zenobia. Recordó a los pájaros cantando al caer la tarde. En 1956 obtuvo el Nobel de Literatura. Se entretuvo y nos regaló: “Platero y yo”.

Otro cateto de pueblo nació frente a las salinas de la Bahía. También pasó por los jesuitas, en su pueblo, y luego por Madrid y por Roma. Y vivió una guerra y un exilio y… dibujaba. ¡Dios cómo dibujaba!

Nos dijo que la paloma se empeñaba en equivocarse y que pensaba que el trigo era el mar y la calor la nevada, y tu corazón su casa. Rafael Alberti nació en el Puerto de Santa María.

Un cateto de Antequera nos descubrió las cosas, las muchas cosas del campo. Nos abrió los ojos delante de la encina en flor; y del barbecho y de los olivos en tramas, y supimos del vaho de la cuadra cuando abre el día y  del gañán que se acerca a la yunta. Se llamó José Antonio Muñoz  Rojas…

Los fusiles del odio lo segaron al amanecer. En el barranco de Viznar sonaron los tiros;  se escucharon en Fuente Vaqueros, su pueblo de la Vega, y en la Huerta de San Vicente y en la carreta muda de la Barraca que ya no andaría más por los caminos de España.

Nos contó cosas de la luna que bajaba a la fragua; y del río y las infidelidades; y, de un nieto de Camborios, de nombre Antonio que se fue a Sevilla, con una vara de mimbre a ver los toros; y que Nueva York era un huracán… Se llamaba Federico, Federico García Lorca. También, cateto de pueblo.

Otro cateto de Aználcazar, abre las puertas a la poesía y al campo. Ve cuando pasa el vuelo rápido del abejaruco, que vuela como si hubiera dormido sobre un arco iris recién pintado”.


“a Dios tocando el arpa de la lluvia”, y nos cuenta que los charcos son abiertas alcancías de agua, y que “el olor a manchón de río tienen mucho de olor a yerba fresca” Se llama Antonio García Barbeito.

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Catetos

Juan Ramón Jiménez, un cateto de Moguer, vio la luz en una casa blanca de  la calle de La Ribera; desde el mirador veía el mar. Pasó  la adolescencia con los jesuitas del Puerto; luego, la madurez en Madrid y el exilio y…

Se enamoró de muchas mujeres; se casó con Zenobia. Recordó a los pájaros cantando al caer la tarde. En 1956 obtuvo el Nobel de Literatura. Se entretuvo y nos regaló: “Platero y yo”.

Otro cateto de pueblo nació frente a las salinas de la Bahía. También pasó por los jesuitas, en su pueblo, y luego por Madrid y por Roma. Y vivió una guerra y un exilio y… dibujaba. ¡Dios cómo dibujaba!

Nos dijo que la paloma se empeñaba en equivocarse y que pensaba que el trigo era el mar y la calor la nevada, y tu corazón su casa. Rafael Alberti nació en el Puerto de Santa María.

Un cateto de Antequera nos descubrió las cosas, las muchas cosas del campo. Nos abrió los ojos delante de la encina en flor; y del barbecho y de los olivos en tramas, y supimos del vaho de la cuadra cuando abre el día y  del gañán que se acerca a la yunta. Se llamó José Antonio Muñoz  Rojas…

Los fusiles del odio lo segaron al amanecer. En el barranco de Viznar sonaron los tiros;  se escucharon en Fuente Vaqueros, su pueblo de la Vega, y en la Huerta de San Vicente y en la carreta muda de la Barraca que ya no andaría más por los caminos de España.

Nos contó cosas de la luna que bajaba a la fragua; y del río y las infidelidades; y, de un nieto de Camborios, de nombre Antonio que se fue a Sevilla, con una vara de mimbre a ver los toros; y que Nueva York era un huracán… Se llamaba Federico, Federico García Lorca. También, cateto de pueblo.

Otro cateto de Aználcazar, abre las puertas a la poesía y al campo. Ve cuando pasa el vuelo rápido del abejaruco, que vuela como si hubiera dormido sobre un arco iris recién pintado”.

“a Dios tocando el arpa de la lluvia”, y nos cuenta que los charcos son abiertas alcancías de agua, y que “el olor a manchón de río tienen mucho de olor a yerba fresca” Se llama Antonio García Barbeito.