9 de mayo, jueves. Me las
andaba por esa joya botánica que en Málaga llamamos ‘el parque”. A un lado,
trepando por la ladera la Coracha y la Alcazaba; arriba, Gibralfaro y por
encima, muy por encima un cielo azul con algunas nubes errantes.
Al otro, una verja y un paseo y
un poco más allá el agua del puerto por donde el maestro Alcántara decía que
andaban los buzos buscando la llave de sus recuerdos. Unos veleros, unas
gaviotas curiosas que, desde la altura giraban a un lado y a otro la cabeza y
buscaban algún pececillo incauto de esos que asoman la cabeza para liberarse
del gasoil de los barcos. En la lejanía, unos cruceros y la mar, la mar abierta
en un espacio enorme que cierra una línea recta y que llaman horizonte.
Deambulaba a la deriva. Iba con
un amigo al encuentro de otros amigos. Un poco más allá del edificio que un día
Correos y ahora Rectorado de la Universidad una fila de casetas homologadas,
idénticas, simétricas se daban unas a otras la mano.
Paso por delante de una de
escritores malagueños.
- Me da, por favor, lo último
que tenga de María Gómez…
La señora tiene el cabello
blanco y unos años. Está sentada en uno de los extremos de la caseta, con la
mirada me dice que a mi pregunta le falta algo…
- María Gómez Riera.
Otra señora que ocupa la parece
central del mostrador le indica donde está. Se levanta. Camina despacio.
Alcanza un ejemplar: “Nubes de Canela”. Me acuerdo de algo que escribió
un hombre magnífico que era de Naval de Moral de la Mata. Se llamó José María
Pérez Lozano. Escribió. “Dios tiene una O” y dijo: “Cuando las palabras
se mueren, Hijo, las entierran en un libro. Los libros, Hijo, nos traen el
recuerdo…”
Abro al azar. Leo en la página
55 “El mar cuando besa el cielo. / El azul de la mañana. / El silencio que
me arropa. / La gaviota que pasa.”
Y entonces entorno los ojos y pienso
en lo bien que escribe mi amiga María, en la sensibilidad que atesora esta
mujer que nos la regaba con la sonrisa de sus labios, con la gracia de su
palabra con la generosidad de su poesía. Ya ven hay días que tienen un tinte
especial y si uno lleva consigo, Nubes de canela, entonces ya, ahí, casi
se para el sol.
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