miércoles, 1 de mayo de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitacora. El niño, el palomo y la madera.


 



1 de mayo, miércoles. Ulises Macauley devolvió el saludo al negro que volvía a casa en aquel tren que cruzaba la llanura de Ítaca (California). Lorenzo Orellana ha vuelto a su infancia con una obra emotiva, entrañable, sutil… Es el retrato de su infancia. Algo así como un atlas de aquellos días en que despertaba de ser niño y se asomaba a eso que llamamos vida.

Arranca el libro – la obra y la vida del protagonista en La Casería – van entre el campo amplio y feraz de la vega, que encierra por el norte las Sierras de la Camorra y Sierra de Yeguas y por el sur, el Torcal de Antequera. Dos pueblos – hay más, pero al protagonista son los que más le marcan- Palenciana y Antequera; dos ríos, el Genil y el Guadalhorce…

Una guerra recién terminada, una clavícula rota, un pueblo sin médico y un caballo prestado… Es la manera como el autor nos lleva de hacia el interior de una obra donde se conjuga poesía y realidad, ternura y delicadeza, amor y pasión por todo lo que le rodea. Unos padres – su padre, el único carpintero – una familia.

“El poyete era mi lugar preferido porque me sentaba en él y veía a los yunteros, a los árboles, un trozo del camino y cuantos pasaban”. Era la vida en la que estaba inmerso el niño. Un día, de súbito, cambió con un regalo todo aquello.  Dos cajas traían un gato y un palomo. La vida encerrada ante los ojos grandes y curiosos del niño que un tiempo después vivió el día más feliz cuando se reencontraron, en una recuperación rocambolesca, los animales en la taberna.

“Así que anduvimos cogidos de la mano. Me gusta que mi padre me coja de la mano…” Dichosos los niños que tuvieron la suerte de poder cogerse a la mano de su padre. Habla Lorenzo del trabajo de su padre, de las fóllegas de una guerra, de las carestías que como una carcoma andaba por todas partes, de la realidad, de la evolución, de su admiración cuando llega a ciudad, en este caso Antequera, o en el deambular por otros lugares.

Mientras leía había momentos en que los que me parecía que adentraba en la minuciosidad medida de Muñoz Rojas, Las cosas del campo; en la religiosidad de José María Pérez Lozano, Dios tiene una O; en la vida que llega cada amanecer de William Saroyan, La comedia humana… en la poesía de Juan Ramón, en la sencillez profunda

 de Tagore.

Si pueden... Es una obra de las que ocupan un lugar de privilegio en el anaquel donde solo van las obras únicas. Lorenzo Orellana Hurtado. El Niño, el Palomo y la Madera. Ex Libric. Antequera 2024.

 

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