1 de mayo, miércoles.
Ulises Macauley devolvió el saludo al negro que volvía a casa en aquel tren que
cruzaba la llanura de Ítaca (California). Lorenzo Orellana ha vuelto a su
infancia con una obra emotiva, entrañable, sutil… Es el retrato de su infancia.
Algo así como un atlas de aquellos días en que despertaba de ser niño y se
asomaba a eso que llamamos vida.
Arranca el libro – la obra y la
vida del protagonista en La Casería – van entre el campo amplio y feraz
de la vega, que encierra por el norte las Sierras de la Camorra y Sierra de
Yeguas y por el sur, el Torcal de Antequera. Dos pueblos – hay más, pero al
protagonista son los que más le marcan- Palenciana y Antequera; dos ríos, el
Genil y el Guadalhorce…
Una guerra recién terminada,
una clavícula rota, un pueblo sin médico y un caballo prestado… Es la manera
como el autor nos lleva de hacia el interior de una obra donde se conjuga
poesía y realidad, ternura y delicadeza, amor y pasión por todo lo que le rodea.
Unos padres – su padre, el único carpintero – una familia.
“El poyete era mi lugar
preferido porque me sentaba en él y veía a los yunteros, a los árboles, un
trozo del camino y cuantos pasaban”. Era la vida en la que estaba inmerso el
niño. Un día, de súbito, cambió con un regalo todo aquello. Dos cajas traían un gato y un palomo. La vida
encerrada ante los ojos grandes y curiosos del niño que un tiempo después vivió
el día más feliz cuando se reencontraron, en una recuperación rocambolesca, los
animales en la taberna.
“Así que anduvimos cogidos de
la mano. Me gusta que mi padre me coja de la mano…” Dichosos los niños que
tuvieron la suerte de poder cogerse a la mano de su padre. Habla Lorenzo del
trabajo de su padre, de las fóllegas de una guerra, de las carestías que como
una carcoma andaba por todas partes, de la realidad, de la evolución, de su
admiración cuando llega a ciudad, en este caso Antequera, o en el deambular por
otros lugares.
Mientras leía había momentos en
que los que me parecía que adentraba en la minuciosidad medida de Muñoz Rojas, Las
cosas del campo; en la religiosidad de José María Pérez Lozano, Dios
tiene una O; en la vida que llega cada amanecer de William Saroyan, La
comedia humana… en la poesía de Juan Ramón, en la sencillez profunda
de Tagore.
Si pueden... Es una obra de las
que ocupan un lugar de privilegio en el anaquel donde solo van las obras
únicas. Lorenzo Orellana Hurtado. El Niño, el Palomo y la Madera. Ex
Libric. Antequera 2024.
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