12 de mayo, domingo. Nos ha
bombardeado el telediario del mediodía de Canal Sur – en estos días vendrán
más, como es lógico- con la salida de las carretas que van para el Rocío. Decía
la voz en off que algunas vienen de puntos lejanos de la geografía y van a
recorrer más de trescientos kilómetros.
La gente, con todo este
batiburrillo de cosas, vende alegría en su cara, en su manera de expresar los
sentimientos que les salen desde sus adentros, en su manera de pregonar la
‘tradición’ aunque algunas tengan la antigüedad del año pasado.
Da igual. Otras vendrán –
quiero decir, irán – a la marisma desde puntos aún más lejanos. Obviamente van
a cambiar la carreta por otro medio y los bueyes que permitirán el camino se
alimentarán de queroseno o de gasoil o vaya usted a saber.
Me decía un día mi amiga Pilar
que alguna vez tendría que ir a su pueblo, o sea, a la Puebla del Río - ¿No han
visto ustedes cómo pasa el río por la Puebla? No se lo pierdan, siendo igual,
cada día, es distinto - para ver cómo hacen el camino las carretas. Por
supuesto que algún día – la verdad que no sé cuándo – habrá que ir y ver ese
colorido que según las imágenes se emborrizan en polvo de las arenas y se
adereza con la brisa de la marisma y briznas de eso que llamamos fe.
Yo, algunas veces, me he
preguntado qué sienten los peregrinos cuando, terminados los eventos del lunes
de Pentecostés, la gente “cansada pero contenta” inicia el camino de vuelta. Y
me he preguntado qué se quedarán pensando los miles de pájaros, uno de nombres
rimbombantes, y otros desconocidos, cuando vean que al final, muy al final de
los últimos que se pierden, se asienta el polvo porque “todo se va terminando
como un sueño que se aleja…”
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