17 de mayo, viernes. Era
una mañana de mayo. Dios madrugó porque Dios madruga mucho. Dios madruga más
que la luz y aquella mañana decidió darse el paseo de todos los días y entonces
fue y le dijo a las estrellas que ya era hora de recogida que el sol apuntaba
por detrás del Cerro del Santi Petri y que no estaba bien que ellas se las
anduviesen a esa hora por esos mundos.
El lubricán que es muy
obediente fue y se dijo que él también recogía los bártulos y que era el
momento de ir dejando el paso de la belleza del alba. Comenzaron a cantar los
mirlos madrugadores. Sí, esos que han anidado en las alamedas del río. El
carbonerillo en su humildad también quiso unirse al canto de los demás
pajarillos madrugadores. El ruiseñor que es un señor en toda la extensión de la
palabra pensó que con su canto él podría ensombrecer el de otros pajarillos y
entonces fue y dejó de cantar.
Dios lo miraba todo. Vio como
algunas mujeres muy trabajadoras de esas que van a Málaga en el primer tren
porque ellas trabajan por horas iban a la estación. Luego, cuando llegan de
regreso, por la tarde, vienen cansadas y fundidas y Dios va y se dice. Como mi
madre que bajaba al pozo antes de las primeras luces y luego le hacia un tazón
de leche a José para que comenzase la tarea y otro para mí. Yo era muy niño pero
antes de ir a la sinagoga también daba un sorbo la tazón de leche y me comía
los dátiles y lo higos secos, uno a uno, camino de la escuela.
Dios vio, también como otros
hombres llevaban una pequeña neverilla con la comida para el día y como los
niños casi con los ojos pegados se iban para los Institutos – los de las clases
de primaria entraban más tarde – y en los pasos de cebras, unos hombres
uniformados regulaban el tráfico para que no hubiese problemas a la hora de
cruzar por la carretera. Y entonces Dios fue y pensó ¿qué seria de esta gente
si no tuviesen la ayuda de los hombres uniformados?
Dios lo venía todo. El día
abría esplendoroso. Las jacarandas están ahítas de flores lilas y cuando los
pétalos ya se deshojan entonces dejan una alfombra morada sobre el suelo. Los
celindos perfuman la mañana y las celestinas le ponen el color- dijo Dios como
el color del manto de mi Madre – a la mañana, y Dios vio que todo lo que había
hecho estaba bien y se dijo: ahí os lo dejo para que lo disfrutéis. Era solo una
mañana de mayo…
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