viernes, 10 de mayo de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nocturno


                            


10, de mayo, viernes. El Barranco mira al pueblo desde enfrente. Está ahí, en su sitio, recostado en la ladera por la que la sombra del castillo se prolonga y baja y llega como los niños que jugaban “a pata coja”, en esas horas en que se lo inventan todo, para salvar el desnivel hasta la plaza y luego…

¿Luego?, luego, el pueblo remonta, otra vez, el vuelo y sube y busca – siendo el mismo – otro cielo.  (Dentro de un rato, cuando la noche extienda su manto, entonces, las estrellas en la distancia se asomarán despacio...)

El Barranco – o sea, ese pequeño Albaicín blanco y nuestro – es un vericueto de calles que se entrecruzan. Suben, bajan, llanean. Se paran aquí y allí; toman un resuello y siguen y vuelven a empezar. El viajero mira, se asoma, ve y se extasía con todo lo que sus ojos contemplan. Dicen que ‘albaycín’ significa: ‘cuesta’. Me pregunto yo ¿tomarían de aquí el nombre?

Una pared cercana corta el paso; la calle gira de pronto; se va por otro sitio y, dice que por aquí, no; por allí, sí. Sigue su curso, toma el destino que quiere, que para eso ese es su barrio y …

La luz de la tarde se viste de preguntas, de dudas, de enigmas cuando el sol ya se ha ido por el Monte Redondo El viento puede aparecer por cualquier esquina y, si ve a alguien, se da la vuelta y juega al escondite. Se alargan las sombras.

El lubricán, único. Se encienden las primeras luces del pueblo. Las ventanas de enfrente son ventanas lejanas. ¿Quién habrá detrás de esas ventanas? ¿Quién pondrá barrera a los sueños ahora que se acerca la noche y todo se hace más íntimo, más intricado, más de puertas para adentro?

Están en silencio. No hablan las barandillas. Son barandillas de hierro barato, pobre. Son barandillas de un lugar donde no sobró nunca nada. ¡Cuántas veces habrán servido de soporte firme a manos inciertas que se asieron a ellas, como auxilio seguro, cuando flaqueó el cuerpo!

Reverbera la cal. No tiene humo el humero. Un artilugio quiere esparcir los aires, como quien avienta malos recuerdos para que no revoquen dentro. Una mujer, probablemente vestida de negro, pasó muchas veces la escobilla por el muro liso. Álora, - o el Barranco, que para el caso lo mismo – de cal y embrujo.  Dejó una impronta impoluta, como gotas derramadas de una Vía Láctea que va por otro cielo… 

 

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