6 de
enero, jueves. Mañana de viento frío, desapacible; mejoró por
la tarde. La temperatura no ha sido baja, pero con sensación rara. La culpa la
tiene el viento que viene cargado de reminiscencias - ¡qué palabra, por Dios ¡
polares. Dicen los que saben, que se forma una corriente que baja desde el Polo
Norte hasta los Trópicos y es la que trae el frío. De verdad, ¡cuánto sabe
alguna gente!
En los altos, en los sitios
donde no se para el aire, era difícil estar un rato. Había que buscar los
resguardos. Los parques esta mañana no han estado tan poblados de bicicletas,
ni de patines, ni de carritos con muñecas, ni… “¡niño que te vas a caer! ¿Ves?,
te lo tengo dicho”, pero el niño se ha levantado sin soltar ni una sola
lágrima…
He dado una vuelta temprano. He
llegado hasta el centro del pueblo. Todo estaba casi desierto. Por la calle
iban los mismos hombres solos que van
las mañanas de los días de fiesta. A esos hombres les falta algo. Mejor dicho,
les falta alguien. Ellos no dicen nada. Van en paseos lentos, como que quien no
va, a ninguna parte. Pienso mucho en ellos. No sé qué daría por echarles una
mano, por ayudarles a enjugar la pena que algunos llevan en su cara.
Ha pasado el tren de Media
Distancia que va a Sevilla. Lleva muy pocos viajeros. El tren se ha perdido
rápidamente y me ha recordado que desde hace unos días, está abierta en el
Museo de Bellas Artes, una magna o algo así, sobre Valdés Leal, en el Cuarto Centenario de
su nacimiento (1622-1690) Tengo que hacer todo lo posible por ir a verla. Seguro
que será algo que va a merecer la pena. Cuando se hace algo así, es para dar un
aldabonazo de los que resuenan fuera de los ámbitos locales.
Siempre me llamó la atención el
cuadro del “Finis gloriae mundi”. El
pintor del tenebrismo barroco quedó muy marcado por su época hasta el punto que
algunos – entre ellos Romero de Torres – lo consideraba con un pintor, de ‘muertos’.
Puede ser excesivo. Estuvo muy ligado a Córdoba y a su tierra natal, Sevilla,
donde ahora muestran su obra.
No estaba equivocado cuando
hablaba de la brevedad del tiempo, porque todo es tan efímero como los juguetes
– y sus envoltorios – que hoy nos inundan.
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