28 de
enero, viernes. A primera hora cuando iba esta mañana para el
campo, las veras de la carretera tenían un manto blanco sobre las yerbecillas
que comienzan a despuntar. El rocío caído durante la madrugada, le daba un
color de especial delicadeza y ternura. Era como un encaje impoluto que ha
estado guardado mucho tiempo en el cajón de la cómoda. En su conocimiento
subyacía el sentimiento de saber que,
cuando comience a calentar el sol, todo quedará hecho añicos, se perderá el
encanto y el campo aparecerá mojado como
si una lluvia suave y tenue hubiese caído sobre ellas.
Me cruzo con coches que vienen
en sentido contrario al mío. Vienen raudos, tienen prisa. Han apurado las
últimos minutos en el calor de las sábanas. Les empuja el achuche de la hora.
El reloj no se detiene…. Quieren adelantar el tiempo perdido, en la carretera.
Se ve que el horario del trabajo, unido a la distancia, es un imperativo que se
impone.
A esa primera hora, un poco de
niebla como un manto que no deja ver lo que hay un poco más allá, se levanta
sobre el río. Marca su curso. Nos dice desde donde viene, por dónde va y por
qué lugar ser perderán entre la frondosidad de la vega en su búsqueda del mar.
Entre las primeras luces, se ve la frondosidad de la vegetación de ribera,
espesa, tupida…
Todo está húmedo. Todo está
frío. Es ese frío de las mañanas de enero que corta la cara. Deja una sensación
gélida y propicia un anhelo de algo de calor que entone los cuerpos. El vaho
expulsado por la respiración, toma formas de volutas de humo que se desvanecen
unos palmos más allá. Se siente el frío en las manos, en la cara, en todo el
cuerpo…
Dentro de un rato se disiparán
las sombras. El sol apunta por los Lagares. Primero, un candilazo de color rojo;
luego, el cielo se torna rosáceo, después, la luz que se abre paso. Despierta
el campo. Todavía no han aparecido pajarillos que picotean en los surcos,
porque no se han levando. Se impone el silencio. Es la sinfonía de la salida
del sol, del despertar del campo. Es invierno. Hace frío. La gente sigue son sus
prisas. Me cruzo con ellos. La gente a esas horas, medio dormida, lleva, -
algunos - demasiada prisa.
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