Un tropel sordo y rápido, corrió de punta a punta por el palomar. Era la lechuza. Debe estar criando en algún sitio, venía por comida. Sus pollos necesitan sobrevivir. Me dicen que se han apurado los gatos del contorno y, ahora se las andan por los palomares.
Cuando yo era niño, en las noches frías y largas de invierno ‘cantaba’ un autillo en las araucarias que orlaban las veras de la vía del tren. Parecía que espantaba a la luna y a mí me daba miedo escuchar aquellos aullidos monocordes y miméticos. El autillo buscaba su comida o llamaba a otros de su especie.
El búho, dicen que es el más inteligente de las rapaces nocturnas. Lo identifican con la sabiduría - a la lechuza, también - y sé de amigos, el Maestro Alcántara por ejemplo, tenía una colección excelente. Era la colección más poblada de búhos de cerámica – y otros materiales, claro - que he visto.
El búho es solitario y no se junta con todo el mundo. Es muy selectivo. El mochuelo tiene otra literatura. Ve cómo llegan las primeras luces del alba desde los cables del tendido telefónico que orillan la carretera. Juanito Rivas contaba de la apuesta entre un mochuelo y la golondrina a ver cuál de los dos llegaría más cerca del suelo sin rozarlo. Cuando en plena competición vio lo que se le venía encima, contaba Juanito que exclamó: ‘la clase de mochuelazo que me voy a pegar yo con la leche de las apuestas’.
Don Antonio Machado vio a la
lechuza volar, de noche, desde Baeza a Sierra Mágina. En una de las naves de la catedral,
los versos lo recuerdan y hablan del velón de aceite de Santa María en el que
bebía. Un poco más allá, fuera de la catedral, pero muy cercano, en un aula
recreada dicen que allí enseñaba el maestro, pero no dicen que algunos de sus
propios compañeros le trataron mal y sus alumnos lo llamaban por un mote
despectivo sin respetar su dolor. Esa es otra historia.
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