Los madroños ofrecen sus frutos
con los últimos coletazos del otoño y antes de que lleguen las heladas del
invierno,. Son amigos del sol, de los lugares soleados o en penumbras (que
aunque parezca un contrasentido, no lo es). Sus frutos, de un colorido (los
bosques encantados, también) excepcional, ponen una nota bellísima,
diferenciadora entre todos los colores propios de la estación.
Estos arbustos no llegan a
grandes alturas. Se crían en tierras bien drenadas, toleran la cal pero no los
sitios excesivamente encharcados donde no corra el agua. Crece entre los
barrancos y desfiladeros y, a veces, su presencia entre los roquedales es una
nota llamativa entre de la botánica rupícola.
En jardinería se emplea como
elemento decorativo. Son ‘puñeteros’, o sea que no soportan bien los
trasplantes. Es aconsejable su siembra por semillas que ofrecen más garantía de
reproducción si bien no es fácil la obtención de plantas nuevas.
Es símbolo, conjuntamente con
el oso de la ciudad de Madrid. Es de esos enigmas que no tienen una explicación
ni fácil ni convincente. Ni el oso es un animal típico de la zona ni el arbusto
tampoco. Dan la explicación algunos historiadores locales afirmando que en 1222
en un reparto de la riqueza que rodeaba a la villa, a los vecinos le
correspondieron los boques; a la iglesia, los pastos…
Unos Tangos de la Repompa, que
murió muy joven, nacida en la calle La Puente, en el barrio de El Perchel de
Málaga y discípula de La Pirula, llevó
el madroño al Flamenco y cantó aquello de “Quien
quiera madroños vaya a la sierra / olé
Morena, vaya a la sierra / porque se están secando su madroñeras / olé Morena,
sus madroñeras”.
Hasta hace unos años, en el
Llano de la Trinidad, cerca de lo que fue la Casa de Socorro, en algunos
puestos callejeros se ofrecía la mercancía como venta ocasional y de temporada
a los paladares que gustaban de estos frutos desconocidos y exóticos. En otras
épocas del año – según la estación - se
ofertaba cañadú, limones cascarúos, palmitos, almencinas, (baya del almez), dátiles
frescos… Eran otros tiempos. La carestía y la falta de casi todo, hacía
apetitosa cualquier mercancía barata que estaba al alcance de chaveas con
muchos remiendos y poco dinero en los bolsillos…
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