27 de
diciembre, lunes. Me he levantado temprano. Aunque tampoco tiene
mucho sentido madrugar cuando no hay cosas urgentes que hacer. Administrar el
tiempo es de sentido común; perderlo, una necedad.
De madrugada han caído unas
gotas. Las calles están mojadas. De los cables penden gotas minúsculas, tan
pequeñas que casi no son perceptibles. Cuando dentro de un rato se levante un
poco de viento o caliente el sol, desaparecerán como por arte de magia.
He bajado a los Callejones.
Tenía que cortar el automático del agua de riego. Los casi cuarenta litros
caídos – regalo del Niño Dios al campo – aconseja interrumpirlo. El campo,
cuando recibe el agua que necesita, lo agradece; cuando es en demasía, la
aborrece.
Había algunos charcos en el
camino. Eran charcos diminutos. Vamos lo menos que se vende en charcos. La
tierra estaba tan falta de agua, que se la ha embebido toda. Está esponjada,
está satisfecha en este primer riego generoso que debía haber venido hace mucho
tiempo, varios meses antes, pero las cosas son como son.
Dentro de unos días, un manto
verde lo va a alfombrar todo. Ya está la yerbabonita
en flor y con el sol de la mañana, sus flores amarillas dan, en el incipiente
invierno, una sensación sensual y bella. Algo así como un grito de vida dentro
de la crueldad de la que se ve rodeada.
Estoy cerca de la vía. Siento
el ruido.Pasa un tren de los de Media
Distancia. Se pierde, enseguida, en la lejanía. Esos trenes hacen el recorrido entre Málaga y Sevilla por la vía
convencional. O sea por la de toda la vida que lleva más de un siglo en
funcionamiento y que ahora está casi en desuso. Hay cosas que cuesta entender.
¿Por qué la Administración deja que se pierda un bien tan necesario?
¡Qué deseo de irme! Desde niño,
siempre que, junto a la vía veía pasar un tren, sentía un deseo interior de
irme en él. Algunos sabía adonde iban. Va, me decía a mí mismo, a Madrid; éste,
hará transbordo en Bobadilla con otros que vendrán de Algeciras, de Granada o
de Córdoba; éste, a Barcelona… Los trenes de ‘mercancías’ llevaban menos velocidad y un montón de herrumbre
encima. Los de ‘Vias y Obras”
cargaban sus bateas con piedras, traviesas de maderas, herramientas y
artilugios. Los obreros, sentados sobre las piedras, al aire libre, fumando…
Amigo Pepe.
ResponderEliminarCada vez que te leo un comentario sobre ferrocarril, me doy cuenta que sabes de esa materia más de lo que la gente se imagina.
Me recuerda toda la vida vinculada al ferrocarril y que la mayoría de las estaba en desacuerdo con las decisiones políticas en esa materia.
Un abrazo