A mí de niño me gustaba pasar
muchas horas, todo el tiempo que podía, con los hombres de campo. La sabiduría
de esos hombres no aparecía en los libros y ni los tratados de agricultura.
Tampoco esos libros les eran muy útiles. No sabían leer.
El lucero del alba o sea el
planeta Venus, aunque ellos no entendían de planetas y esas cosas se presentaba
en el cielo todavía de noche y muy temprano. Ellos sí sabían que era la hora en
que el cabrero se levantaba para comenzar a ordeñar y el gañan se iba hasta el
pajar y comenzaba con las pasturas a las yuntas porque en los tiempos de arada
y sementeras las yuntas recibían una sobrealimentación enriqueciendo la paja
con sebo de grano molido.
Cuando un hombre del campo
miraba al sol era para saber la hora que era. No tenían reloj. Tampoco lo
necesitaban. Si la sombra ya bajaban un
par de palmos de la Cruz de El Hacho, era la hora de empezar a migar el pan
para las sopas. El sopero iba a las talegas cogía el cuarterón correspondiente
y comenzaba el trabajo. Sobre dos piedras, las sartén y luego todo el oficio
aplicado de cada día.
Si por un casual El Hacho se
echaba la capucha… No era día de
faenar a la intemperie. Se sabía que el agua, si no se había presentado, estaba
a punto de llegar. Lo mismo ocurría con la
puente que se extendía desde El Hacho hasta los Lagares. Antes de mediodía
por muy soleado que estuviese, el agua aparecía…
Las gatitas de Mijas nubecillas revoltosas, como los niños inquietos y traviesos
que juegan al escondite, que aparecían y al rato no estaban y así durante un
tiempo no muy largo, le anunciaban que antes de tres días venía un cambio del tiempo:
o agua de lluvia o viento.
Al Levante lo llamaban malagueña, y al viento del Norte, aire de arriba. Al Poniente cuando venía
con unos ruidos enormes, lejanos, sordos, que se presentaban a cualquier hora
del día, como truenos, los llamaban los Cañones
de Rota, eran signos evidentes que un temporal se acercaba por el Golfo de
Cádiz y el Estrecho. Naturalmente ellos no sabían ni dónde estaba Rota, ni el
Golfo de Cádiz y ni por donde siquiera caía el Estrecho…
Aquellos hombres de campo... Cómo son respetados, admirados, acunados, queridos y pregonados, por este hombre de letras. Todo un ejemplo. Gracias
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