jueves, 21 de octubre de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Calendario

 



Cuando llega a estas alturas el otoño, el campo parece que aún no se ha despertado del largo sopor del verano. Las calores lo tienen todo maltrecho. Los rastrojos escuálidos apenas muestran cuatro pajotes en pie porque resistieron más que los otros. Todo lo demás está apurado por el ganado.

La tardía otoñada no ha hecho que aparezcan todavía los festones de hierbas verdes en la cunetas de la carretera ni en los bordes de los caminos. Solo están reverdecidos los hinojos y algunas hierbas xerófilas que aman los días largos de sol,  porque en ellos está su propia existencia.

En los barbechos y en las costeras, las besanas que hicieron los tractores (ya no aran las yuntas) han perdido el color de tierra removida y están igualmente secas. El campo anhela la lluvia de otoño, porque la lluvia bien venida en estos días, es lo que mejor le sienta al campo. Cada cosa quiere su ciclo y ahora toca que lloviese aunque la madre naturaleza no siempre va con buenas intenciones para satisfacer nuestros deseos. Ese es otro cantar.

Ya hace días que se fueron muchos pájaros que, por esta fechas buscan pasar los fríos y los rigores del invierno – cuando lleguen, claro – al amparo de otras tierras lejanas. Están al otro lado del mar, ese mar que algunos días ya no está tan azul y se echa por encima como una gasa tupida que nosotros llamamos bruma.

Se amuebla la naturaleza con los frutos propios de la época. Están los membrillos, como nalgas ebúrneas de Rubens, en una provocación constante antes que una mano los arranque y los lleve al perol con almíbar y entonces pasen del campo al néctar dulce, empalagoso, sensual, que como cada cosa pide su tiempo y es éste, precisamente, éste.

Los rosarios de aceitunas en los varetones de los olivos, han pedido manos que los lleve a la maceración del aliño con hinojos, tomillo, ajo machacado, pimientos rojos y la sal de las manos de quien sabe darle todo lo suyo. Ahora, ya moradas, condenadas al molino.

En estas tardes acortadas de otoño de luz suave que invitan al recogimiento, solo queda entornar los ojos y soñar con los cielos anaranjados, violetas, rojizos… que nos regala Dios aunque ya no haya música de pájaros, ni arrullos de tórtolas en el pozo, ni chicharras de notas monótonas  y repetitivas….

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