Cuando llega a estas alturas el
otoño, el campo parece que aún no se ha despertado del largo sopor del verano.
Las calores lo tienen todo maltrecho. Los rastrojos escuálidos apenas muestran cuatro
pajotes en pie porque resistieron más que los otros. Todo lo demás está apurado
por el ganado.
La tardía otoñada no ha hecho
que aparezcan todavía los festones de hierbas verdes en la cunetas de la
carretera ni en los bordes de los caminos. Solo están reverdecidos los hinojos
y algunas hierbas xerófilas que aman los días largos de sol, porque en ellos está su propia existencia.
En los barbechos y en las
costeras, las besanas que hicieron los tractores (ya no aran las yuntas) han
perdido el color de tierra removida y están igualmente secas. El campo anhela
la lluvia de otoño, porque la lluvia bien venida en estos días, es lo que mejor
le sienta al campo. Cada cosa quiere su ciclo y ahora toca que lloviese aunque
la madre naturaleza no siempre va con buenas intenciones para satisfacer
nuestros deseos. Ese es otro cantar.
Ya hace días que se fueron
muchos pájaros que, por esta fechas buscan pasar los fríos y los rigores del
invierno – cuando lleguen, claro – al amparo de otras tierras lejanas. Están al
otro lado del mar, ese mar que algunos días ya no está tan azul y se echa por
encima como una gasa tupida que nosotros llamamos bruma.
Se amuebla la naturaleza con los
frutos propios de la época. Están los membrillos, como nalgas ebúrneas de
Rubens, en una provocación constante antes que una mano los arranque y los
lleve al perol con almíbar y entonces pasen del campo al néctar dulce, empalagoso,
sensual, que como cada cosa pide su tiempo y es éste, precisamente, éste.
Los rosarios de aceitunas en
los varetones de los olivos, han pedido manos que los lleve a la maceración del
aliño con hinojos, tomillo, ajo machacado, pimientos rojos y la sal de las
manos de quien sabe darle todo lo suyo. Ahora, ya moradas, condenadas al
molino.
En estas tardes acortadas de
otoño de luz suave que invitan al recogimiento, solo queda entornar los ojos y
soñar con los cielos anaranjados, violetas, rojizos… que nos regala Dios aunque
ya no haya música de pájaros, ni arrullos de tórtolas en el pozo, ni chicharras
de notas monótonas y repetitivas….
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