Describir el Parque de Buçaco,
es enredarse en una complicación. Algunas cosas solo el ojo las ve y el alma
las asimila. Ésta, es una. El bosque (araucarias
de Brasil, Cedros del Himalaya y del Atlas, abetos del Cáucaso, secuoyas de
Norteamérica…) cubre, palmo a palmo la sierra. Su historia viene del siglo VI,
con los Benedictinos; luego, en el XVII, los Carmelitas Descalzos edificaron un
convento. Cubrieron con corcho ventanas y puertas para aislarse del frío.
Crearon un ‘desierto’.
La exuberancia del
neomanuelismo del Palacio, la filigrana en la piedra, la maraña de árboles, el
rumor del viento que mueve las ramas – porque el día amaneció ventoso – el
perderse por los vericuetos umbríos, solitarios, únicos… transporta a un mundo de
ensueño. El viajero se adentró en la espesura. Bajó por caminos que abrieron
otros aventureros entre musgos, helechos, lianas...
Al alejarse llevaba consigo un
poso de tristeza, de añoranza, de saber que se va de algo que no encontrará en
ningún otro sitio. Todo ese mundo, irrepetible como lo es el cielo abierto y el
paisaje, a sus pies, desde la cumbre, desde la Cruz Alta.
El viajero va a Coimbra. Mira
por el camino un lugar donde reponer fuerzas. No encuentra. Entra en Coimbra. Busca
la Universidad. Piensa – equivocadamente - que allí puede encontrar un sitio idóneo y la
tecnología, por esas cosas raras, lo lleva… a la puerta del cementerio.
La amabilidad – antítesis al
nota de Casinha – lo saca del atolladero y casi lo deja a las puertas de la Universidad.
Es domingo. Todo está cerrado. Acude gente ‘de guapo’. Van a una boda. Todos
los lugares donde puede encontrar un hueco para comer, están completos.
Baja. Deja a un lado la
Catedral vieja. Cada cosa requiere su hora y ahora es lo que toca. Sigue
bajando. En Coimbra o se sube o se baja y hasta el Mondego que la rodea baja
buscando el mar. En la calle Fernandes Thomas, en Fangas Mercecarias encuentra donde le
sirven chorizo ahumado y queso de la Sierra de la Estrella…¡Exquisitos!.
La tarde está calurosa. Cae el
sol de plano. El río está como siempre, con esa belleza que los ríos regalan a
las ciudades a las que besan… Hay tránsito de coches. La gente pasea, disfruta
del buen tiempo. El viajero, por la hora, descarta ir a Marinha Grande. Otra
vez será…
Coimbra. Río Mondego
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