viernes, 22 de octubre de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El bosque de la ribera

 

 


El bosque emergía entre la niebla y aparecía cada mañana de otoño al otro lado del río, al frente de la ventana desde donde se veía lejano e inalcanzable. Un bosque conocido más en los deseos de la fantasía que en la realidad, porque siempre ante él estaba el obstáculo insalvable del río.

Era un bosque de ribera. Había crecido en las orillas de un río poderoso y grande, un río único y diferente a otros ríos que venía de tierras lejanas. Ya cercano al mar, el río hacía que sus aguas estuviesen como quietas, paradas, no queriendo despedirse de las orillas que acariciaba con toda la dulzura de la que era capaz.

Por las mañanas, antes que la bruma comenzase a elevarse, en sus ramas cantaban los pájaros, y en especial, los ruiseñores en primavera cuando presentían el alba. Era una alborada que, en ocasiones, tardaba en llegar y ya se sabe que todas las esperas se hacen largas, algunas, las más deseadas, más que otras.

El río había nacido cerca de la fuente de la vida, pero en un lugar tan lejano, que solo quien el destino había querido, había logrado llegar hasta sus lugares más recónditos y deseados. (Ya se sabe “el Dorado están un paso, solo un paso más allá de donde podemos llegar”). Era un lugar profundo y enigmático y que luego él, el río, a modo de agua esparcía por la tierra que regaba.

Los árboles del bosque de la ribera formaban una maraña impenetrable. A veces, sus ramas formaban rizos caprichosos con bucles en sus extremos para hacer que los sueños fuesen aún más bellos, más enigmáticos, más llenos de encanto que solo alcanzaban su plena realidad en los sueños.

En aquel bosque por el que no penetraba nunca el sol, se hacía real aquello que había visto Juan Ramón Jiménez, como “la melodía, blanca, negra, en negro blanco abrazo; / frío y cálido”. Era algo tan distinto, que solo los que sueñan con los bosques impenetrables tienen el privilegio de gozar y, entonces, desde la orilla entornan los ojos y piensan y piensan en el bosque que cada mañana de otoño, después de pasar la noche y antes que apunte el sol, deja que se levante la bruma y lo cubra de más misterio, de más encanto…



 

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