El bosque emergía entre la
niebla y aparecía cada mañana de otoño al otro lado del río, al frente de la
ventana desde donde se veía lejano e inalcanzable. Un bosque conocido más en
los deseos de la fantasía que en la realidad, porque siempre ante él estaba el
obstáculo insalvable del río.
Era un bosque de ribera. Había
crecido en las orillas de un río poderoso y grande, un río único y diferente a
otros ríos que venía de tierras lejanas. Ya cercano al mar, el río hacía que
sus aguas estuviesen como quietas, paradas, no queriendo despedirse de las
orillas que acariciaba con toda la dulzura de la que era capaz.
Por las mañanas, antes que la
bruma comenzase a elevarse, en sus ramas cantaban los pájaros, y en especial, los
ruiseñores en primavera cuando presentían el alba. Era una alborada que, en
ocasiones, tardaba en llegar y ya se sabe que todas las esperas se hacen largas,
algunas, las más deseadas, más que otras.
El río había nacido cerca de la
fuente de la vida, pero en un lugar tan lejano, que solo quien el destino había
querido, había logrado llegar hasta sus lugares más recónditos y deseados. (Ya
se sabe “el Dorado están un paso, solo un paso más allá de donde podemos
llegar”). Era un lugar profundo y enigmático y que luego él, el río, a modo de
agua esparcía por la tierra que regaba.
Los árboles del bosque de la
ribera formaban una maraña impenetrable. A veces, sus ramas formaban rizos
caprichosos con bucles en sus extremos para hacer que los sueños fuesen aún más
bellos, más enigmáticos, más llenos de encanto que solo alcanzaban su plena
realidad en los sueños.
En aquel bosque por el que no
penetraba nunca el sol, se hacía real aquello que había visto Juan Ramón
Jiménez, como “la melodía, blanca, negra, en negro blanco abrazo; / frío y
cálido”. Era algo tan distinto, que solo los que sueñan con los bosques
impenetrables tienen el privilegio de gozar y, entonces, desde la orilla
entornan los ojos y piensan y piensan en el bosque que cada mañana de otoño,
después de pasar la noche y antes que apunte el sol, deja que se levante la
bruma y lo cubra de más misterio, de más encanto…
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