miércoles, 13 de octubre de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ítaca

 

 


Ulises navegaba por las aguas turquesas del mar Tirreno. A un lado, la cadena de montañas que marcaban una barrera infranqueable en la costa, algunas tan elevadas que parecían que con sus cumbres, como las yemas de los dedos de los dioses que todo lo pueden, tocaban el cielo.

Al otro lado, por donde se ponía el sol, una línea a veces difuminada, otras, nítida, marcaba unos puntos a donde por más que se navegase a remo o a vela impulsadas por los vientos, nunca llegaba. Eran puntos que parecían efectuar una huida lenta, inexorable y siempre alejándose.

Ulises se amarró al mástil mayor. Advirtió a sus hombres del peligro. Si se paraban a escuchar los cantos de las sirenas, nunca llegarían a Ítaca que no la veían, y que él la soñaban como algo único que le daría la felicidad…

A veces, Ulises pensaba en  sus bosques encantados. Eran bosques enmarañados por los que cuando penetraba la luz les regalaba todo su misterio. Aquellos bosques inaccesibles a los que solo podía llegar con el pensamiento en medio de sus sueños eran de tanta delicia que él, Ulises que había navegado en mares procelosos sabía que en ellos, sí estaba su felicidad.

Eran bosques umbríos a los que nunca, nunca entraban los rayos del sol porque los dioses así lo habían decidido. Eran bosques impenetrables. Solo los privilegiados podría tener acceso, si las dádivas que envían los dioses, cuando ellos quieren, se lo permitían.  Ulises soñaba con ese día que no sabía si llegaría…

Su cara estaba surcada de cicatrices profundas y cortada por los vientos que movían a su antojo el barco, un pequeño cascarón de una nuez gigante que sorteaba olas, todas las mayores olas que pueden estrellarse contra la quilla de los barcos que siempre navegan de una manera diferente a como pueden navegar otros barcos.

Ulises a veces, en su desvarío creía que Ítaca estaba ya casi al alcance de su mano y la veía ahí, ahí mismo, al otro lado de la espuma de las olas,  y otras, cuando el vuelo cercano de una gaviota lo devolvía a la realidad percibía que todo eran sueños y que mantenían  la esperanza de llegar, no sabía cuándo,  a Ítaca. La verdad que nada fue así pero y si ¿a veces los sueños son distintos a cómo nos los cuentan?

 

1 comentario:

  1. Mira por dónde ahora con tu relato resulta que este Tal Ulises me cae la mar de bien y su Itaca algo familiar. Gracias

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