Ulises navegaba por las aguas
turquesas del mar Tirreno. A un lado, la cadena de montañas que marcaban una
barrera infranqueable en la costa, algunas tan elevadas que parecían que con
sus cumbres, como las yemas de los dedos de los dioses que todo lo pueden,
tocaban el cielo.
Al otro lado, por donde se
ponía el sol, una línea a veces difuminada, otras, nítida, marcaba unos puntos
a donde por más que se navegase a remo o a vela impulsadas por los vientos, nunca
llegaba. Eran puntos que parecían efectuar una huida lenta, inexorable y siempre
alejándose.
Ulises se amarró al mástil
mayor. Advirtió a sus hombres del peligro. Si se paraban a escuchar los cantos
de las sirenas, nunca llegarían a Ítaca que no la veían, y que él la soñaban
como algo único que le daría la felicidad…
A veces, Ulises pensaba en sus bosques encantados. Eran bosques
enmarañados por los que cuando penetraba la luz les regalaba todo su misterio. Aquellos
bosques inaccesibles a los que solo podía llegar con el pensamiento en medio de
sus sueños eran de tanta delicia que él, Ulises que había navegado en mares
procelosos sabía que en ellos, sí estaba su felicidad.
Eran bosques umbríos a los que
nunca, nunca entraban los rayos del sol porque los dioses así lo habían
decidido. Eran bosques impenetrables. Solo los privilegiados podría tener
acceso, si las dádivas que envían los dioses, cuando ellos quieren, se lo
permitían. Ulises soñaba con ese día que
no sabía si llegaría…
Su cara estaba surcada de cicatrices
profundas y cortada por los vientos que movían a su antojo el barco, un pequeño
cascarón de una nuez gigante que sorteaba olas, todas las mayores olas que
pueden estrellarse contra la quilla de los barcos que siempre navegan de una
manera diferente a como pueden navegar otros barcos.
Ulises a veces, en su desvarío
creía que Ítaca estaba ya casi al alcance de su mano y la veía ahí, ahí mismo,
al otro lado de la espuma de las olas, y
otras, cuando el vuelo cercano de una gaviota lo devolvía a la realidad
percibía que todo eran sueños y que mantenían
la esperanza de llegar, no sabía cuándo,
a Ítaca. La verdad que nada fue así pero y si ¿a veces los sueños son
distintos a cómo nos los cuentan?
Mira por dónde ahora con tu relato resulta que este Tal Ulises me cae la mar de bien y su Itaca algo familiar. Gracias
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