Monumento al Marqués de Pombal
Bordea el viajero la estatua
del Marqués de Pombal – Sebastián José de Carvalho y Melo – representante del
Despotismo Ilustrado, ‘todo para el pueblo pero sin el pueblo’, embajador en
Londres, donde no le concedieron ni una sola de las peticiones que hizo, pero
de donde se trajo la convicción de reconvertir Portugal a las nuevas corrientes
económicas de la Ilustración…
Sobre una columna, la mano
apoyada en un león símbolo del poder, ve como se abre la Avenida de la Liberdade hacia la Baixa, hacia el Tajo que lleva al mar.
Toma un café en una terraza de
la plaza de Pedro IV, o sea la Plaza del Rossío,
o sea el centro neurálgico de Lisboa, y desde allí, después de cruzar la Plaza
de la Figuera, sube por el barrio de
Graça… Esa es otra Lisboa: la Catedral, san Antonio – el del milagro de los
pajaritos- , San Vicente de Fora, la Puerta do Sol, y arriba en la cumbre, el
Miradouro, entre el castillo de San
Jorge y Alfama…
Tranvías en Alfama
Alfama es un
dédalo de calles estrechas, umbrías. Nunca entra el sol, jaulas con canarios,
flores en las ventanas, ropa tendida en los bacones, tranvías que, sin caber
caben, y suben y bajan una y otra vez. En el aire, el fado – aquí nació eso que
no se define porque es esencia de su alma - y la voz de Amalia Rodrigues, de
Gisela Joao, de Mariza, de Ana María… Por Alfama
se transita pero entrar… Es otra cosa.
Al mediodía cruza a Casinha en el transbordador. Esta vez la
experiencia – ha tropezado con el vivillo
de turno – no es tan placentera como otras. Eso ocurre a veces. Una almendra
amarga…
Torre de Belem
La tarde la dedica a Belén,
admira el monumento a don Enrique, ‘el Navegante’,
y será porque fue un aventurero como el viajero, este rey le cae bien… y la
Torre, y cómo siguen impasibles los guardias ante el Palacio Presidencial y el
encaje en piedra de los Jerónimos donde guardan – dicen – las cenizas de Camoens,
de Vasco de Gama, de Pessoa…
No hay toros sin moscas, ni
degustación de los pastelitos de Belén, sin cola. El viajero la hace y los
degusta y recuerda que Lisboa es ciudad de soñadores, a la que siempre vuelve - ya ha dicho que tiene perdida la cuenta- porque
viene a reencontrarse con sus recuerdos. “¡Ay, Portugal! ¿por qué te quiero
tanto?”.
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