Desde hace unos días, el verano
se ha adueñado del Valle del Guadalquivir, lo dice el hombre del tiempo. En la
costa, donde ha soplado el viento de levante, la cosa ha sido un poco más leve
y más llevadera y la brisa, como sin querer, se ha colado por las ventanas.
Hace unas cuantas tardes, pasé por
casualidad por la presa de Paredones. Aguas abajo, donde confluye el arroyo con
el río, había unos cuantos chaveas dándose un toleo. Hacía tiempo, desde que proliferaron las piscinas, que los
niños, ya no bajan al río por las tardes. (La paloma blanca de Antonio Molina,
tampoco).
Cuando niños íbamos a la Playita, al Puente de Hierro, a los Remolinos,
a la Nerisca y a la Argamasa…. Esos eran los bañaeros ‘oficiales’ donde había entidad propia y
donde la concentración era mayor. Luego había otros, donde el río se remansaba,
tenía menos profundidad y era un lugar más tranquilo.
El río siempre tuvo lugares
únicos, que el paso del tiempo se los llevó al recuerdo. En la Cuesta de Río, ‘el palo’ – Coronao era el ‘maestro ingeniero’ de su construcción – permitía el
cruce a los peatones, sin tener que echarse al agua. Si alguien era remiso a
soltar la propina, ya se encargaba él de propiciar el movimiento pertinente… y ¡al
agua!
En Paredones estaba el ‘alambre’,
un artilugio parecido al de la barca de Cantillana, pero sin barca y con un
gancho que debidamente asido al cable matriz, permitía el cruce sin tener que
mojarse… Claro que no siempre la aventura tenía una terminación feliz. Ya se
sabe…
Ahora, cuando el verano llama a
la puerta, se ha disparado la venta de ventiladores (ya vendrán los recibos de
la luz, al tiempo) y la gente mira los termómetros con verdadera necesidad
pidiéndoles que se muevan un poquito, aunque solo sea un poquito, pero para
abajo…
Con esto de la tecnología
implantada, son muy sofisticados y es curioso ver cómo reciben diferentes
nombres y sobre todo esos digitales que cantan más que doña Concha. Un amigo que
tiene el don de ir con el pie cambiado y llevar la contraria a todo, dice que
marcan tanto, porque están al sol. El otro día no me puede contener, y cayendo
el sol a plomo, se lo espeté en su cara: ¡vamos que tú, ahora, vas por la
sombra…!
No hay comentarios:
Publicar un comentario