Hace unos días (el 3 de junio) se
han cumplido cincuenta y ocho años de su muerte. Las televisiones no han dicho
nada. Es normal, ni es Rociito, ni está envuelto en luchas por el poder ni en
casos de corrupción.
Cuando nos dejó después de una
vida muy llena y de un mandato muy corto, se iba uno de los hombres más grandes
del siglo XX. Había nacido en un pueblecito de la Lombardía italiana, Sotto il
Monte, que de no ser porque él había nacido allí, solo figuraría en los mapas
muy específicos.
Sus padres trabajaban la tierra
de otros. Catorce hijos (él, el cuarto), pobres, pero con una formación en los
valores fundamentales que pueden ser seña y santo (las dos cosas las llevó al
extremo) inculcados al niño que había nacido en el siglo XIX, 1881, y que murió
ochenta y dos años después, en 1963, cuando todo el mundo lo quería. Era un
hombre bueno, o sea, un hombre de Dios
Desempeñó labores de enorme
responsabilidad en Bulgaria, Turquía y París donde como anécdota se cuenta que
dijo que, a las recepciones de la Nunciatura no acudía nadie, y que entonces
fichó a los mejores cocineros de París y “ya acudía todo el Cuerpo Diplomático”
En Venencia se trató con
gondoleros, prostitutas, gente humilde… ¿A que esto suena? De allí a Roma. Lo
eligen porque tiene 77 años, no le queda mucho y éste, se dijeron los prebostes,
va a ser de ‘transición’. Y les salió… En cuatro años convocó una Concilio, el
Vaticano II, que volvió como un calcetín, “aggiornamento” lo llamó, todo lo que tocó. Lanzó dos Encíclicas: Mater et Magistra y Pacen in terris… Dignidad del hombre y paz entre todos. Fuera,
estaba de moda eso que se llamaba la “guerra
fría”.
Dicen que tomó el nombre de Juan
por varias razones: porque los anteriores a él con ese nombre todos fueron breves,
porque admiraba a Juan el Bautista, el precursor, y al discípulo amando Juan
Evangelista, y porque su padre y el patrón de su pueblo se llamaban Juan.
A su muerte lo lloró el mundo.
Era una tarde de finales de primavera, pasadas la dos y media. El cáncer no
conoce ni a los hombres buenos ni a los santos. Pongamos que hemos hablado de
Juan XXIII, perdón san Juan XXIII, papa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario