España, dada a reescribir su
propia Historia, no solo se ha conformado con eso, sino que además, se ha
permitido el lujo de olvidar a todos los grandes que la hicieron universal,
admirada u odiada según qué tipos, tiempos y modas.
No sabemos exactamente donde
reposan los restos de Colón, muerto en Valladolid 1506. Bueno, de Colón no
sabemos ni su ciudad de nacimiento, porque el escueto ‘genovés’ hay quien lo
atribuye a la ciudad italiana o a la Génova mallorquina – tampoco hay que
descartar que sea uno de los apellidos Colom, de ascendencia judía de la isla -
¡Vaya usted a saber! Ahora sus restos, mejor dicho el catafalco que dicen que los
contiene, se muestra en la Catedral de Sevilla.
De Cervantes muerto en 1616,
sabemos casi lo mismo, o sea nada. Su muerte en Madrid, casi en el anonimato,
despreciado por las lumbreras de su tiempo, tampoco ha corrido mejor suerte.
Unos estudios pormenorizados y exhaustivos, después de mucho tiempo, en el
convento de la Trinitarias Descalzas, han encontrado una fosa, pero no
exactamente los huesos que aporten la claridad deseada.
Juan Martínez Montañés, “el dios
de la madera” murió en Sevilla en 1649, con 81 años, víctima de una epidemia de
peste que asoló la ciudad causando la mortandad a más de la mitad de la
población. Su mujer dejó un testimonio escrito donde afirmaba que lo habían
enterrado en la Plaza de la Magdalena, en un enterramiento que poseían en
aquella collación. Las tropas de Napoleón, se encargaron de borrar todos los
vestigios.
Alonso Cano murió en Granada en
1667, donde era racionero de su catedral desde unos meses antes, después de una
vida azarosa tras pasar por Sevilla, Madrid y Valencia. Dejó importantes obras
en la catedral, donde no llegó a concluir su fachada y fue enterrado en su
cripta, pero no se han encontrado sus restos.
Pedro de Mena murió en Málaga en
1688. Tuvo su taller frente al convento del Císter donde habían profesado sus
hijas, según algunos biógrafos para estar más cercano a ellas. Por unas obras
realizadas en el templo del Santo Cristo de la Epidemia, en calle Compañía, y
casi por azar, se pudieron encontrar sus restos siendo de los pocos que a pesar
del tiempo transcurrido, podemos decir que se han podido recuperar. La lista,
enorme. Ellos se fueron, sus obras quedaron.
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